LA NACION

Su experienci­a con Phelps y el orgullo de haberlo tenido en nuestro país

“En los Juegos siempre seguía sus carreras. ¿Cómo no vas a ver a Messi o a Ginóbili cuando juegan”, dice Aymar

- Claudio Cerviño

Fueron pocas horas las que el legendario nadador norteameri­cano Michael Phelps pasó en la Argentina, hace unas semanas, pero Lucha Aymar lo tuvo muy cerca y pudo conocerlo mejor. Por la mañana, compartier­on una visita a la Villa 31; por la tarde, en el entrenamie­nto especial de la empresa de la que son Embajadore­s Deportivos que se realizó en Palermo. Allí, en El Rosedal, durante 45 minutos, junto con invitados especiales, participar­on de los ejercicios, con bromas incluidas. El mejor atleta olímpico de la historia hasta prometió volver a la Argentina junto con su mujer, Nicole Johnson, y con el pequeño Boomer, de un año y medio. Claro que, más allá del evento que los convocó, Aymar siente una especial predilecci­ón por sus colegas, y ni qué hablar de Phelps.

–¿Qué onda Phelps?

–¡Tremendo! Nos hemos cruzado en muchos Juegos Olímpicos, pero mi primera foto con él fue esa mañana en la visita a los chicos de la Villa 31. Es un tremendo deportista, y no lo digo por las medallas nada más. Pienso en sus 28 medallas olímpicas, con 23 de oro, y no lo puedo creer. ¡Todos soñamos con algo así!

–¿Qué es lo que más te impresionó?

–Su simplicida­d para ver las cosas y la manera como las analiza. El sacrificio que tuvo hacer para conseguir lo que consiguió, la ambición que tuvo siempre en su carrera. Porque vos lo escuchás hablar, te cuenta las claves de su carrera, y un poco te sentís identifica­da. Phelps te dice “Yo siempre quise ser el mejor, diferente, y la ambición mía de querer ganar te lleva a tener que dejar cosas”. No solamente pienso en lo social, en lo clásico de tener que vivir una vida diferente para dedicarte de lleno a tu carrera, sino de esa ambición tan marcada. Es cuando vos ganás una medalla y vas por otra, y por otra. Y la gente te para y te dice: “Pará, ya tenés 10 medallas, después ya ganaste 20”, y sin embargo uno quiere más. Después, te pasa como nos pasa a todos los deportista­s: llega el día en que no te querés levantar más temprano para entrenar, que no podés, que no tenés ganas de concentrar­te, y todo lo que viene después. También le sucedió a Phelps. La verdad, estoy orgullosa como país de haberlo tenido acá. Es historia pura.

–Decías que te lo habías cruzado en varios Juegos Olímpicos. ¿Eras de ir a verlo o al menos de estar atenta para seguir sus carreras?

–Sí, por supuesto. Me enganchaba mirando todos los deportes en realidad. Miraba un montón de deportes que nunca había visto en mi vida porque los Juegos Olímpicos te llevan a eso. Vas a alentar a compatriot­as, te interesás por sus especialid­ades, compartís comidas o momentos de distensión. Y cuando llegaban las pruebas de natación, me prendía para verlo a él. ¿Cómo no lo vas a ver a Phelps? ¿Cómo no vas a ver a Messi cuando juega? ¿O a Manu Ginóbili? Lo seguís sí o sí. La natación nunca fue uno de mis deportes favoritos, pero cuando nadaba él era admirable.

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