El territorio expansivo de los creadores independientes
sea por necesidad, por urgencia y/o por búsquedas expresivas que definen los tiempos actuales, los coreógrafos contemporáneos de la escena independiente consolidan cada vez más los puentes con otras disciplinas. en ese tránsito construyen otras vecindades posibles en el mapa de las artes del movimiento. en Caravana, de Juan Onofri barbato y Amparo González sola, el desplazamiento de esos cuerpos era tan protagonista como la materia y las resonancias sonoras interpretadas en vivo. en la performance Lugar monstruo, el socio de iván Haidar era la tecnología casera al servicio de una propuesta que se transforma todo el tiempo. en Saliva y
ritmo, Andrea severa y el combinado Argentino de danza copaban la terraza de un teatro para armar una fiesta urbana en la que la poesías de mariano blatt, leídas por él mismo, definían los movimientos y los silencios de los performers. en Hemos abandonado nuestra carrera de campeones, de eugenia estévez y diego Velázquez, los textos de la poeta Juana bignozzi se convertían en uno de los tantos planos de la obra.
Así como en esta serie de desplazamientos, en Proyecto mosquito daniel molina llevó el lenguaje del básquet hacia el campo del juego de lo escénico; en Daimón, Luis Garay convocó a una levantadora de pesas y a una boxeadora. en otra ruta de este mapa, diana szeinblum, en una nueva versión de Adentro!, incursionó en el lenguaje folklórico y sus ritos en una propuesta coreográfica que tenía algo de reflexión sobre la identidad nacional (línea que sobrevoló El baile, de la francesa mathilde monnier). radicalmente, la identidad de género fue uno de los planos que expuso Leticia mazur en Los huesos.
Hay un desplazamiento que sigue pendiente, pero que no depende de ellos: que estos notables coreógrafos tengan mayor protagonismo en la escena pública.