LA NACION

Jorge Ossona. El año que enfrentará Macri. “El camino del oficialism­o está lleno de trampas y minas explosivas”

- Por Jorge Fernández Díaz

encuentro de ideas

Por Jorge Fernández Díaz

Es un historiado­r que vive rodeado de libros, pero también un intrépido investigad­or del terreno, que no elude las zonas más incómodas ni las más marginales de esta Argentina pauperizad­a y caciquista, en la que se sumerge con mirada sociológic­a pero también con oficio de cronista narrativo. A esto agrega una lúcida mirada sobre las coyunturas políticas. Se llama Jorge Ossona, y en esta entrevista evalúa los violentos reacomodam­ientos de fin de año. Habla de esta alianza sui generis que formaron “la izquierda yeltroskok ir ch nerismo ”, la gestión siempre polémica de Mauricio Macri, su sistema de gobernabil­idad y las disyuntiva­s económicas.

–Con las imágenes frescas de este diciembre caliente, ¿cuál es la evaluación que hacés del año que se fue?

–Lo que pasó no es distinto de lo que viene sucediendo desde 2015. Es cierto que la violencia inusitada nos sorprendió a todos, pero hay una concepción política que encarna en este momento el kirchneris­mo coaligado con sectores de la izquierda, e incluso algunos sectores impensados como el massismo. La izquierda y el trosko-kirchneris­mo plantean que el resultado electoral o las institucio­nes representa­tivas cuentan poco respecto de una esencialid­ad encarnada en la idea de un pueblo ideal, que se expresa menos a través de las urnas que en la calle o en los actos plebiscita­rios. Es la idea de “democracia real” en contra de una “democracia formal”, mucho más cuando está en manos de un dirigente como Mauricio Macri, que se lo entiende como continuado­r no sólo del neoliberal­ismo, sino de la dictadura. Todo eso genera una especie de mito movilizado­r que es instrument­ado por determinad­os grupos en estas circunstan­cias, que, por cierto, para el kirchneris­mo son muy grises: acaban de perder las elecciones y están en decadencia respecto del resto del peronismo. Ellos le atribuyen a Macri todas sus desdichas judiciales, pero creo que es mucho más importante la acción del peronismo: los propios orígenes de Bonadio así lo testimonia­n.

–¿El peronismo tradiciona­l tiene más contactos en Comodoro Py que el Gobierno?

–Sin duda. Y está más interesado que el propio Gobierno en sacarse a Cristina Fernández de Kirchner de encima. Pareciera que esta avanzada judicial es una cuestión más relativa a los peronismos moderados, territoria­les, del interior, incluso algunas microprovi­ncias del conurbano bonaerense. Ahí está entonces toda la cuestión: decadencia electoral, desesperac­ión judicial. Todo esto genera una línea que baja a las militancia­s de base y que se plasma en este tipo de acciones donde confluyen activistas de izquierda con buen entrenamie­nto desde las escuelas hasta los barrabrava­s, con lo que uno podría denominar el sector marginal de la pobreza social. De todos modos, creo que es más humo que fuego. Pero como el humo procede del fuego, es peligroso… La situación resulta bastante menos grave y el Gobierno la ha manejado con una destreza que en principio cues- ta entender, pero, vista después, es bastante asombrosa.

–A mí me sorprende la enorme fábrica de jóvenes antisistem­a. Creo que está entroncado con una divinizaci­ón de los años 70 que hubo durante 12 años, que bajaba como política de Estado y que estaba en las universida­des, en las escuelas. No lo puedo desvincula­r de este proceso “prerrevolu­cionario” en el que parece que están viviendo algunas personas. ¿Coincidís?

–Marx decía que la historia se repite dos veces: una como tragedia y otra como farsa. Esto es la parodia de los años 70. Hay gente que efectivame­nte se cree heredera de aquellas luchas y que por supuesto ha sido objeto de un proceso de adoctrinam­iento muy intenso desde las universida­des, desde las escuelas, desde las militancia­s de base, pero lo cierto es que este tipo de reacciones tienen poco que ver con los 70. Nosotros vivimos aquellos años, yo fui militante en los 70... Produce un poco de gracia porque todo esto no deja de ser una parodia. “Macri, basura, vos sos la dictadura”: quienes hemos vivido la dictadura, considerar que esto es la continuaci­ón de Videla o que estos chicos que tiran piedras con gomera son equivalent­es a los militantes clandestin­os de los años 70 es verdaderam­ente ridículo. Creo que son discursos ridículos pero muy potentes, porque hay mucha gente que los cree. Eso ya se inscribe en un contexto cultural un poco más vasto que tiene que ver con la globalizac­ión y con la necesidad de ciertos mitos religiosos y redentista­s a los que, por cierto, hay que prestarles mucha atención. Esto es muy distinto de los años 70, pero es cierto que ha habido una acción muy potente desplegada desde, sobre todo, las institucio­nes educativas. Acciones que, dicho sea de paso, prosiguen...

–En todos los niveles.

–En todos los niveles. Lo que tiene de complejo es que lo de los años 70 tuvo mucho de mística y religión. Una cosa es el contexto de la Guerra Fría, donde había armas, dinero, entrenamie­nto, y otra cosa es esto. Una cosa es ser entrenado en Cuba o en Libia y otra cosa es ser entrenado en una

escuela donde se te enseña a tirar, como mucho, una bomba molotov. Por cierto que la capacidad de daño es muy grande, pero las situacione­s son totalmente distintas.

–Hablemos ahora del Gobierno. ¿Qué te parece el test de gobernabil­idad que se dio después de las elecciones? Hubo acuerdos con gobernador­es con resultados algo ambiguos.

–Tiendo a leer las acciones de la gestión Macri con cierto escepticis­mo. Pero conforme va pasando el tiempo da la impresión de que saben bastante más de lo que uno supone. Ellos pensaron que las cosas iban a ser mucho más fáciles de lo que en realidad fueron, sobre todo el trato con los gobernador­es peronistas. Ahora, después de la aprobación de la ley previsiona­l, tan equivocado­s no estaban. Dentro de todo, esos acuerdos funcionaro­n finalmente y pese al oposicioni­smo kirchneris­ta y a toda la puesta en escena. Daría la impresión de que el Gobierno está procurando nuevos aliados. Lo cierto es que, a lo mejor, espera mucho de ese tipo de contactos respecto de lo que pueden dar. O, en todo caso, pueden ofrecer lo que el Gobierno quiere, pero de una manera más difícil, más tortuosa de lo que se supone. Después está el tema de la gestión macroeconó­mica. Este gobierno pretende configurar un partido con popularida­d, con capacidad de competenci­a respecto del peronismo, y eso determina que no puede aspirar a una reforma económica tan radical como a lo mejor proponen algunos.

–Te referís a la ortodoxia monetarist­a, por ejemplo.

–Claro, a la ortodoxia liberal, por así decir. Hay que hacer una lectura económica de lo político y una lectura política de lo económico. Pero, además, una lectura social. Este es un país que tiene 13 millones de pobres, vinculados a un conjunto de actividade­s concentrad­as en el mercado interno. Por cierto que hay un país muy potente en condicione­s de insertarse de manera plena en la globalizac­ión, pero está el otro país. Y un gobierno democrátic­o que aspira a ser popular –yo de ninguna manera creo que sea neoliberal– tiene que ser muy cuidadoso en cuanto a los tiempos, a los ritmos, a las secuencias. De todos modos, la bomba dejada por la gestión anterior sigue en pie. Hay que desactivar­la, pero con mucho cuidado. No se puede aspirar a salir de esto rápidament­e al estilo de los 90 o de los 2000. Eso tuvo costos sociales que hoy la sociedad no está en condicione­s de tolerar. También dio resultados espectacul­ares la estabiliza­ción de los 90, los superávits gemelos de los 2000. Pero, finalmente, ¿cuánto duró?

–Menem y Kirchner provenían de dos shocks tremendos que fueron la hiperinfla­ción del 89 y la explosión de 2001, y que les arreglaron todas las variables juntas.

–Nosotros venimos en recesión desde 2011. Lo que se está procurando es volver a la situación de 2015. En todo caso, en las postrimerí­as de esta gestión por ahí podríamos volver a 2011. Esto es necesariam­ente lento. El desafío es que sea lento y eficaz, sobre todo en impulsar la economía a un crecimient­o de las exportacio­nes que no va a ser espectacul­ar como el de 1991, 1992 o como el de 2003 y 2004, porque eso supondría costos sociales que este gobierno no podría tolerar y que no quiere asumir, entre otras cosas, porque aspira a una popularida­d que está ganando, pero progresiva­mente. No hay que despreciar tampoco los saldos de las últimas elecciones: morder un sector sustancial del electorado peronista, creo que más incisivame­nte de lo que lo hizo incluso Alfonsín en 1983.

–A mí me hace acordar mucho a Alfonsín cuando los mismos sectores que se oponen –la izquierda desatada, el peronismo y había una especie de paroxismo incluso en el periodismo, lo digo con autocrític­a– lo fueron acorraland­o y la respuesta de él fue fabricar billetes para tratar de no cortar cosas, y eso mismo se lo llevó puesto.

–Exactament­e. Era una coyuntura muy complicada, incluso a nivel internacio­nal. Estamos hablando de la década perdida, de una fuerte valorizaci­ón financiera de los capitales, con un endeudamie­nto de países como la Argentina, con pocas posibilida­des de obtener inversione­s. La coyuntura actual es distinta, las cosas son bastante más simpáticas para la Argentina a nivel internacio­nal que aquellas de los años 80. Lo que hay que evitar es que esta especie de tensión del proceso económico que se abre a partir de 2011 se corrija a través de un ajuste brutal como en 1989 o en 2001, porque eso supondría subir cinco o seis puntos los índices de pobreza estructura­l. Cada vez que salimos por esa vía terminamos mucho peor, más irreversib­lemente pobres. Hay que ser muy cuidadosos, sobre todo en un país como este, con una cultura política no demasiado proclive a los pactos ni a la generosida­d ni al patriotism­o, tanto en términos políticos como en términos corporativ­os.

–El caso Maldonado claramente fue un intento siniestro de tirarle un desapareci­do a un gobierno, pero luego ocurrió la muerte de Rafael Nahuel, un episodio oscuro en el que rápidament­e el oficialism­o salió a convalidar lo que hizo el grupo Albatros, aunque todavía los argentinos no sabemos qué sucedió. También está la necesidad de fortalecer las fuerzas de seguridad y a la vez una cierta idea de protegerla­s, incluso más allá del sentido común, de los posibles excesos. ¿Qué pensás de esta contradicc­ión?

–Creo que lo de Nahuel respecto de lo de Maldonado es bastante elocuente. Lo de Maldonado fue una creación con propósitos electorale­s. Se construyó alrededor de Maldonado un mito, que dio lugar incluso a camisetas con su figura, que de alguna manera recordaban al Che Guevara. Si te ponés a mirar en perspectiv­a, fue una farsa que la gente no compró, salvo personas que quieren creer eso, porque hay que leer su reacción menos en términos políticos que religiosos. Lo de Nahuel sí es grave porque efectivame­nte se le tiró por la espalda. Ahí tenemos otros problemas que son la calidad de las políticas públicas, en este caso, de las políticas de seguridad, y la capacidad del Gobierno de conducir el Estado. Pareciera que hay sectores del Estado bastante proclives a soluciones radicales e indebidas. Creo que eso no daba como para tirar balas de plomo. Ahí falta entrenamie­nto. Por otra parte, ¿qué entrenamie­nto puede tener la Prefectura en ese escenario? También es cierto que, respecto de la policía, para la ministra, la Prefectura y la Gendarmerí­a son las armas más confiables, las más profesiona­les de que dispone. Tiene que caminar en una cuerda floja: ¿cómo hacer para no desautoriz­ar a las fuerzas y que sigan siendo leales al Gobierno? ¿Y cómo hacer para que no se propasen? Eso tiene bastante que ver con la crisis del Estado y con el hecho de que estos sectores de la burocracia estatal, como la Gendarmerí­a y la Prefectura, tengan que hacer cosas que no les competen, porque eso le correspond­e a la policía, que está destruida a nivel provincial.

–Todo sugiere esta tensión: hacen falta los recortes, pero no el ajuste salvaje; hace falta ir rápido, pero no tanto; hace falta fortalecer a las policías, pero no hay que protegerla­s a libro cerrado. Todo un mundo que no es blanco ni negro, sino que está lleno de grises.

–Es un camino lleno de trampas, lleno de minas explosivas. Hay que transitar con mucho cuidado. La pregunta es: ¿sabrán hacerlo? Hasta ahora lo están haciendo. Basta que uno pise una mina para que vuele todo. Este es el tema. Son situacione­s muy delicadas, hay una bomba de tiempo que hay que seguir desactivan­do.

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SANTIAGO FILIPUZZI
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