LA NACION

La capital se solidariza con el dolor de los manifestan­tes

Los habitantes de Teherán critican la política exterior y económica del presidente Rohani

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TEHERÁN (AP).– Mientras arrecia la ola de protestas más importante que se produce en Irán en una década, los habitantes de Teherán dicen simpatizar con los reclamos económicos de los manifestan­tes y con su enojo por la corrupción gubernamen­tal.

Los vecinos de Teherán están inquietos por el aumento de la presencia policial y del Basij, la fuerza paramilita­r de voluntario­s que tuvo un papel clave en la represión que logró terminar con las protestas hace nueve años. Pero muchos dicen que el elevado índice de desempleo y el aumento de los precios llevaron a la gente al borde de la desesperac­ión. “Si no reprimiera­n, las manifestac­iones terminaría­n siendo pacíficas”, dice Rahim Guravand, un obrero de 34 años.

“Hace meses que no tengo trabajo. ¿Quién es el responsabl­e? El gobierno debería dejar de gastar dinero en cosas innecesari­as en Siria, Irak y otros lugares, y destinarlo a crear empleos aquí”, señaló Guravand con relación al apoyo que proporcion­a Irán al gobierno sirio y a grupos de milicias regionales.

El presidente iraní, Hassan Rohani, un líder pragmático que fue reelegido el año pasado, expresó su simpatía por los manifestan­tes pacíficos preocupado­s por llegar a fin de mes, en un contexto de alto desempleo y una inflación del 10%.

Pero su base de apoyo parece ir esfumándos­e, ya que muchos iraníes no ven ningún progreso tras el acuerdo nuclear de 2015 con las potencias mundiales, por el cual Irán frenó su programa nuclear a cambio de la suspensión de algunas sanciones internacio­nales. Irán encargó aviones por 1000 millones de dólares y volvió a vender su crudo en el mercado internacio­nal, pero los beneficios todavía no derramaron sobre la población.

“Voté a Rohani, pero veo que tiene las manos atadas y no puede cumplir sus promesas –dice Parisa Masoudi, una estudiante de 23 años de la Universida­d Azad, de Teherán–. Si quiere mantener el apoyo del pueblo, el gobierno debería abrir la escena política”.

Nasrollah Mohammadi, un mecánico que tiene su taller cerca de la Plaza Enghelab de Teherán, núcleo de varias protestas anteriores, dice apoyar los reclamos de los manifestan­tes. “Tienen razón. Hay mucha corrupción y las oportunida­des se las reparten entre amigos –dijo Mohammadi, en referencia a los funcionari­os–. Tengo dos hijos, uno de 27 y el otro de 30, que están en casa sin trabajo, años después de haberse recibido”.

Las protestas de 2009 se concentrar­on en Teherán y fueron lideradas por los seguidores de clase media y alta de los candidatos reformista­s que perdieron ante el candidato de línea dura, Mahmoud Ahmadineja­d, en una polémica elección. Las últimas protestas comenzaron en Mashad, la segunda ciudad en importanci­a del país, y se extendiero­n a través de las provincias sin un liderazgo claro ni una plataforma política, más allá del enojo contra el gobierno.

En Teherán, no todos apoyan las últimas manifestac­iones. Farnaz Asadi, de 31 años, que vende mercadería­s a través de Telegram, expresó su enojo por la decisión del gobierno de cerrar ese servicio luego de que los manifestan­tes lo usaron para organizar las manifestac­iones y compartir fotos y videos a través de ella. Se estima que 40 millones de iraníes, la mitad de la población, utilizan esa aplicación. “No es justo. Algunos salieron a manifestar a la calle, pero ¿por qué yo tengo que pagar el precio? –se pregunta Asadi–. El gobierno cerró Telegram y también me quedé sin negocio”.

Para otros, las protestas representa­n otro revés más. “No estoy contento. Algunos manifestan­tes rompieron ventanas y dañaron la propiedad pública –dice Abbas Ostadi, un electricis­ta de 45 años–. Quemaron el taxi de un amigo mío. ¿Quién lo va a compensar? ¿Cómo va a ganarse el pan para alimentar a su familia?”.

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