Mujeres contra el machismo del ambiente tecnológico Denuncias
En todo el mundo enfrentan problemas parecidos: acoso, discriminación y la exigencia –a veces autoimpuesta– de demostrar que son mejores que los hombres; un frente difícil en la batalla por la equidad
LLas mujeres europeas que trabajan en el campo de la tecnología conocen muy bien las preocupaciones que expresan sus colegas de Estados Unidos: el número escaso de chicas o mujeres jóvenes que estudian ciencia y tecnología en la universidad, la discriminación y el acoso sexual en el lugar de trabajo. Sin embargo, según dicen, los problemas se manifiestan de maneras distintas. “Más que una cultura de los «muchachones de fraternidad», nosotras tenemos una cultura de los «muchachones de la vieja guardia»”, dice Anne Marie Imafidon, cofundadora de Stemettes, una organización sin fines de lucro destinada a fomentar que las chicas sigan carreras relacionadas con la ciencia, la ingeniería, la matemática y la tecnología. Según Imafidon, si bien las diferencias de clase desempeñan un papel importante para que las “intrusas” se sientan más marginadas en el Reino Unido que en Estados Unidos, “el resultado termina siendo el mismo”.
En Estados Unidos, hace más o menos un año que no bien se disipa una denuncia por acoso sexual o por discriminación de género contra una reconocida empresa, aparece otra. En febrero, una empleada de Uber, Susan Fowler, publicó un post acerca del acoso que cayó como una bomba. Cuando la investigación hizo surgir todavía más denuncias, el director ejecutivo de Uber, Travis Kalanick, renunció a la empresa.
En Google despidieron a un ingeniero de software por haber escrito un memo en el que sostenía que las diferencias biológicas –tales como que las mujeres sufren niveles más altos de ansiedad y menor tolerancia al estrés– explicaban por qué en la empresa había menos puestos directivos de ingeniería y posiciones de liderazgo ocupados por mujeres. Y a fines de septiembre, Dave McClue, el fundador de la empresa 500 Startups, anunció su dimisión después de que The new York Times difundió que le había hecho una proposición a una mujer que se había presentado en su empresa a postularse para un puesto de trabajo.
Uno de los casos más importantes es el de Ellen Pao, que en 2015 demandó por discriminación de género a la empresa de capital riesgo donde trabajaba y perdió el juicio. Ahora volvió a ser noticia con Reset, un libro acerca de sus experiencias. Y, por supuesto, enseguida se produjo el contragolpe inevitable. James Altizer, de 52 años, ingeniero de la fabricante de chips nvidia, declaró en un artículo reciente en The new York Times que “las feministas de Silicon Valley formaron una secta con el único objetivo de someter a los hombres”. Altizer se refirió al despido de algunos empleados de las empresas tecnológicas como “una caza de brujas” y afirmó que en Silicon Valley, como en todas partes, hay un número cada vez mayor de hombres que opinan como él.
A pesar de que las que están en la mira son principalmente las empresas norteamericanas, estas tienen alcance global, no sólo por su tamaño sino también por la forma en que sus acciones repercuten en el resto del mundo. Y aunque las cuestiones de género no sean nota de tapa en todas partes, las mujeres de ambas costas del Atlántico señalan problemas similares, si bien las diferencias políticas y culturales generan desafíos y oportunidades distintos.
Facilidades
Por ejemplo: aunque ser una madre trabajadora –sobre todo en los ámbitos poderosos de la tecnología– pueda resultar difícil, las licencias por maternidad con goce de sueldo y las guarderías subvencionadas por el Estado con las que cuentan las mujeres en muchos países de Europa les hacen la vida más fácil. Karoli Hindriks, de 34 años, oriunda de Estonia, empezó con su empresa cuando tenía 16 años. A los 19, dio un discurso acerca de jóvenes emprendedoras ante el Parlamento Europeo. Y no se considera una feminista.
“Creía que si una era lo suficientemente buena, conseguía un puesto”, dice Karoli. Después, un posible inversor le hizo una insinuación. Al escribir sobre el episodio en su blog, lo describe como “la situación más humillante que se pueda imaginar”. También relata que cuando fue a solicitar un programa de aceleración para Jobbatical, la empresa que dirige en la actualidad, le dijeron que era mejor si en la solicitud no mencionaba el hecho de que tenía un hijo. (Jobbatical conecta empresas internacionales con personas que buscan trabajo en el ámbito de la tecnología, los negocios y el campo creativo). “De joven tenía mucha confianza en mí misma –dice Karoli–. Eso me abrió los ojos”.
Pero, según Karoli, una de las cosas que le hacen la vida más fácil es “que el Estado esté apoyando con tanta fuerza a las familias”. Y agrega: “Contamos con una licencia con goce de sueldo por maternidad y paternidad de 18 meses. La educación preescolar es gratuita. Cuidar a un hijo no es un problema”. Geraldine Le Meur, de 45 años, se mudó de París a San Francisco hace una década para estar, según sus propias palabras, “en el eje del motor del jet, porque ese era y es el lugar donde hay que estar cuando se forma parte del espacio tecnológico y digital”.
Una de las diferencias culturales más importantes con las que Geraldine se encontró fue que la gente se sorprendía cuando, a pesar de tener tres hijos, optaba por trabajar a tiempo completo. “A la gente le resultaba chocante que yo siguiera trabajando en lugar de quedarme en casa con los chicos”, dice Le Meur, que creó The Refiners, un programa de fondos de capital inicial con base en San Francisco, para ayudar a las nuevas empresas tecnológicas a insertarse en el mercado mundial. “En Francia no sería lo mismo, no sería tan raro”. Agrega que su decisión también responde a que en su país cuenta con guardería subvencionada por el Estado y a que la escolaridad se inicia a los 3 años, en vez de a los 5, como en Estados Unidos.
“Una sabe que quienes se ocupan de tus hijos mientras estás trabajando son profesionales –dice–. Acá veo que mis amigas con hijos chiquitos tienen un gran dilema. Si están en buena posición económica, les parece incorrecto no ocuparse personalmente de cuidar a los hijos. Mis hijos son la mejor parte de mi vida, pero no la única”.
De Israel a Zurich
Shira Kaplan, de 34 años, que se mudó con su esposo de Israel a Zurich por su empleo actual, cree que el mensaje con respecto a combinar la maternidad con el trabajo es muy diferente en Suiza de lo que es en su Israel natal. Ella sirvió en la unidad de inteligencia de elite en seguridad informática del ejército israelí, pero cuando quedó embarazada de su primera hija estaba trabajando en un banco privado y constantemente le preguntaban: “¿Vas a volver a trabajar? ¿Estás segura de que vas a volver?”. Al final, dice Shira, “reestructuraron mi equipo mientras yo estaba de licencia por maternidad, y esa fue una señal muy fuerte”.
Después empezó a dirigir Cyverse, una empresa que lleva a Europa la experiencia israelí en ciberseguridad, donde continúa
actualmente. Con todo, y aunque la industria está cada vez más ávida por mostrar su diversidad a través de la inclusión de mujeres –“somos el nuevo artículo de moda”–, Shira dice que se sigue sintiendo diferente, no sólo por ser mujer, sino por ser una mujer joven”. Según Shira, en Israel tal vez exista un mayor sentido de igualdad y haya más mujeres empresarias en el ámbito de la tecnología porque el servicio militar es obligatorio tanto para las mujeres como para los hombres. “En Suiza”, dice mientras camina hacia una conferencia sobre tecnología, “casi todas las personas que una tiene alrededor son hombres canosos de traje”. Y agrega: “Es difícil, porque cuando se está negociando con alguien, se busca tener algo en común, y nosotros somos asimétricos: yo soy joven, ellos son viejos; yo soy mujer, ellos son hombres; yo soy baja y ellos altos”.
“Soy joven, negra y mujer”
Anne-Marie Imafidon, de 28 años, coincide con Shira. “Soy joven, negra, mujer y hablo con acento del este de Londres: tienen unos cuantos motivos para discriminarme”. Anne-Marie dice no haber experimentado demasiados prejuicios de género, probablemente porque, como ella afirma, es una persona muy segura de sí misma y no muy pendiente de lo que piensen de ella los demás. A los 20 años fue una de las estudiantes más jóvenes en obtener una maestría en matemática y ciencias de la computación en la Universidad de Oxford. Y en 2013, la Asociación Británica de Informática la nombró la profesional más joven del año en tecnología de la información.
No obstante, a Anne-Marie le preocupa el escaso número de mujeres jóvenes que ingresan en el ámbito de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y la matemática –conocidas en su conjunto como STEM (por su sigla en inglés)– y el mensaje que se transmite acerca de la mujer que trabaja en el campo de la tecnología. Su preocupación la llevó a inaugurar Stemettes, donde se ofrecen talleres, clases y programas de verano destinados a chicas y mujeres jóvenes para que entren en contacto con la ciencia, la tecnología y la ingeniería. En un evento reciente, por ejemplo, se presentaron 60 chicas de entre 15 y 19 años para aprender a crear sus propias aplicaciones.
Según Anne-Marie, que en Estados Unidos y Gran Bretaña haya sistemas educativos distintos redunda en que cada uno tenga sus propias fortalezas y debilidades a la hora de enseñar STEM. Las universidades británicas, a diferencia de las de Estados Unidos, cuentan con un plan de estudios unificado a nivel nacional. Por otro lado, la enseñanza de STEM en Estados Unidos “es más desigual, pero también es más creativa”.
Vanessa Evers, una profesora de ciencias de la computación de la Universidad de Twente, en Holanda, que trabaja para el Boston Consulting Group de Londres y que fue invitada por la Universidad de Stanford, dice que Estados Unidos ofrece más modelos de roles femeninos en tecnología y ciencia que los demás países. “En Estados Unidos resulta más fácil encontrar apoyo”, afirma Vanessa, que se especializa en interacciones entre humanos y computadoras. “Tuve mentoras que estuvieron dispuestas a permitirme estar ahí para observar y participar de encuentros importantes. Y aprendí muchísimo con sólo estar presente. Acá no es tan habitual. Más que un sistema de castas, lo que hay es una sensación de que no tenemos que aguar la fiesta”.
Vanessa dice que como mujer de la tecnología siente una especia de “condescendencia básica”. “Siento que tengo que convencerlos de que sé de tecnología, y cuando lo hago se sorprenden.” Según Evers, ella también tuvo lo suyo en cuanto a comentarios inapropiados y experiencias desagradables. En cierta ocasión, uno de sus superiores pareció interesarse en saber si se depilaba las axilas y le tiró de la blusa para comprobarlo por sí mismo.
“Hace dos años, jamás hubiera hablado sobre esto; no es fácil hacerlo cuando todavía estás en carrera para ocupar los puestos superiores”, dice Geraldine. Pero con los últimos años se volvió más extrovertida. “No estaba dispuesta a mostrar lo que antes consideraba como mi lado débil”, dice. “En el trabajo, lo que quiero mostrar es un personaje supercapaz, pero eso es egoísta”. Después de todo, como sostienen ella y otras, no se trata solamente de cubrir los puestos alentando a las mujeres para que ingresen en el campo de las STEM, sino de asegurarse que a las que ya están en ese campo las traten bien y sean ascendidas.
Europa y Estados Unidos
Jean Bennington Sweeney, la jefa de sostenibilidad y vicepresidenta de responsabilidad social corporativa de 3M, ahora se instaló en Minnesota, en la sede central de la empresa. No obstante, se reúne seguido con sus colegas europeos y suele pasar temporadas en Australia y Taiwán. “Lo que veo en Europa y en Estados Unidos es que hay mucho estímulo para las chicas que están en las STEM. Tal vez ese apoyo no esté donde hace falta, pero sí lo hay en las universidades e incluso en las familias”, afirma
En Asia, “aunque las cosas están mejorando, los jefes todavía son hombres mayores” En Singapur son cada vez más las mujeres que dirigen con éxito compañías tecnológicas
Jean. Como mentora y tutora, ella hace su parte para tratar de que haya más mujeres que ingresen en el campo de las STEM.
En Asia, en general, “aunque las cosas están mejorando, los jefes todavía son hombres mayores y pueden estar menos dispuestos a aceptar mujeres jóvenes como ingenieras –dice Jean–. Es como en Estados Unidos hace 20 o 30 años”. Y son las mujeres con más recursos económicos las que pueden atravesar la barrera de género. “En Singapur, son cada vez más las mujeres que dirigen con éxito compañías tecnológicas o crean empresas nuevas”, dice Jacqueline Poh, directora ejecutiva de la Agencia Gubernamental de Tecnología de Singapur, y agrega que “un porcentaje importante de los altos ejecutivos de las empresas tecnológicas del país son mujeres”. También hay iniciativas del gobierno enfocadas en enseñar programación y conocimientos de informática a las estudiantes de todos los niveles.
“No obstante –sostiene Jean–, estoy definitivamente convencida de que la representación femenina en la tecnología podría ser más alta. Pienso que la resistencia general quizás surge de las nociones preconcebidas de que una carrera tecnológica sólo puede girar en torno de la programación”. Jean agrega que todas las mujeres de todos los países deberían deshacerse de la idea de que hay que ser superinteligente para estar en la ciencia y en la ingeniería. “No son sólo para los mejores y los más brillantes –dice–. Los chicos y los hombres asumen que si están calificados en un 30 o un 40 por ciento, ya es suficiente para intentarlo. Las chicas y las mujeres, en cambio, sienten que para hacer el intento tienen que estar calificadas en un 80 por ciento. Tenemos que dejar de lado la idea de que hace falta ser excepcional y de que con ser buena no alcanza. Créanme, los hombres no son todos excepcionales”.