Fiestas caseras
La nueva onda en Punta: en casas, sin precinto, libres y relajadas
PUNTA DEL ESTE.– Cuatro días antes de Navidad, Stefano Brancato, de 29 años, aterrizó en Punta del Este desde Toronto, Canadá, adonde vive desde que tiene diez, y se instaló solo en una impactante mansión de estilo colonial con influencia mudéjar llamada Sahara. Aunque viajó para pasar sus vacaciones, había trabajo por hacer: preparar la casa, propiedad de su familia, para la llegada de 25 personas, entre hermanos, primos y amigos, y comenzar con la organización de la gran fiesta de Año Nuevo que entre todos decidieron montar allí, en la intimidad de su hogar vacacional. La razón principal para interrumpir el descanso con una gran fiesta en su jardín es la misma que muchos esgrimieron este verano para imponer la tendencia de la fiesta privada: “¿Para qué salir a buscar la movida afuera si todos mis amigos vienen a casa?”. Se consolidaron así las fiestas “de amigos para amigos”.
Si en veranos anteriores la juventud prendía todos los radares para identificar cuál era la fiesta más convocante, hacía lo imposible por conseguir el precinto que le diera acceso a alguno de los megaeventos auspiciados por una firma o que fuera la invitación exclusiva de algún acaudalado empresario en una chacra recóndita, muchos veraneantes esteños este año prefirieron alejarse de la pose, demostrar menos y disfrutar más.
“Creo que este año la tendencia es estar relajados en un ambiente menos contracturado, decidiendo qué música poner, cómo ambientar el lugar, que sus amigos se sientan cómodos en un contexto en el que lo que sucede es lo que quiere el grupo y no está impuesto por una marca ni por un mercado puntual que dice que se tiene que poner tal o cual música. Eso me parece que está haciendo que la gente busque este formato para divertirse”, explica el relacionista público Gaby Prada, quien estuvo detrás y colaboró con la organización de muchas de estas fiestas privadas, sobre todo en la zona de Manantiales y La Barra. “Me parece que hay una tendencia a no desesperarse por ir a los eventos. Ni a las discotecas. El hábito de la gente de divertirse creo que está cambiando. Lo veo en mi casa, que viene gente todo el tiempo a comer un asado, a hacer preboliche, pero después se quedan acá, entre amigos, nadie sale porque no hace falta buscar la fiesta en otro lado”, agrega.
Para los chicos de Sahara se dio naturalmente. Entrar a su casa es entender sus motivos. Es la hora de almorzar, un mesón largo requiere dos mesitas más acopladas para contener una treintena de comensales. Un grupo se ocupa de servir la comida, otro reparte platos y un puñado de muchachos, apartados y con cara de preocupación, debaten si alquilar o no una carpa para que el pronóstico de lluvia, si se cumple, no les arruine la noche. “Siempre fuimos los encargados de organizar las previas y las fiestas en esta casa. Desde muy chicos. Nos llevamos bien y nos entendemos planeando estas cosas”, dice Gonzalo Mendoza, primo de Stefano, que despunta el vicio de organizador de eventos con su propia productora en Buenos Aires, Brinner Haus, y es una de las cabezas de la planificación de la fiesta de Año Nuevo que se realizó por primera vez en Sahara para recibir el 2017 y que convocó 400 personas para este 2018. Mendoza reconoce que lo más complicado es contar con la logística necesaria para recibir a tanta gente en una casa, pero Punta del Este, destino que es considerado la Ibiza de América Latina por su vida nocturna, tiene todos los proveedores al alcance de la mano.
Organizar una fiesta de esta magnitud cuesta aproximadamente 20.000 dólares: el 40% se destina a las bebidas y al alquiler de equipos de música; luego, hay gastos impostergables como seguridad privada, que en la noche de Año Nuevo cuesta 160 dólares por cada empleado, y para estar tranquilos contratan al menos cinco personas, una de las cuales debe organizar el tránsito para evitar conflictos y que estacionar no sea misión imposible.
“Somos muchos y todos colaboramos para supervisar que esté todo bien. La seguridad privada era muy importante. El año pasado hubo gente que se quiso colar por atrás. Ahora advertimos la importancia de que se controle todo el perímetro de la casa y que alguien organice el estacionamiento, cosas que parecen menores, pero pueden convertir la fiesta en un caos”, explica Brancato. Otros gastos se destinan a contratar tres personas para la barra, una ambulancia, baños químicos y un seguro. Un gusto que suelen darse es comprar precintos ploteados con el nombre de la fiesta y vasos y gorras con el logo, para que se vea en todas las fotos que se difundan en las redes sociales.
Los dueños de casa están atentos a todo, ayudan en la barra, en el ingreso y se ocupan de que todo el mundo la pase lo mejor posible. “Somos 25 personas viviendo en Sahara estos días, 25 pares de ojos para prestar atención y garantizar que no haya problemas”, agrega Mendoza. Para solventar semejante despliegue, todos deben aportar: los dueños de casa y los invitados, en menor medida. También tienen en cuenta gastos para cubrir daños posibles en la casa, e incluso, del monto que juntaron el año pasado entre todos, reservaron un porcentaje para hacer algunas refacciones en la mansión que fueran funcionales al evento.
La verdadera anfitriona de la fiesta es, sin embargo, Claudia Lala, mamá de Stefano, alma máter de este grupo de parientes que ama celebrar. Claudia soñaba con un lugar que pudiera ser el punto de encuentro de su numerosa familia, donde sus hijos pudieran pasar el verano e invitar a sus primos y amigos para disfrutar de la belleza de Punta del Este. Instalada en Canadá con sus tres hijos, decidió comprar Sahara hace diez años: “Los chicos contaban los días para viajar a pasar el verano con sus primos y eso siempre fue conmovedor”. Explica con emoción que la fiesta “es una excusa para hacer algo juntos, algo que los une y los llena de orgullo, como convocar a sus amigos a disfrutar”.
Claudia no sólo presta la casa para que la tiren por la ventana. Atiende la barra y está atenta a cada detalle como una más: “Esta casa siempre tuvo ese espíritu de encuentro. Me encanta ver cómo la pasan bien juntos y aunque la fiesta es solo una noche, ellos disfrutan toda la ingeniería de armarla, de difundirla, toda la previa y después los días posteriores, recordar anécdotas y reírse repasando todo lo que vivieron. Creo que es una alegría que les dura todo el año. Hasta organizar la siguiente”.
Pero Sahara no es la única casa que festeja a lo grande en el Este. “En Año Nuevo hubo fiestas masivas, pero lo que más llamó la atención fue la cantidad de grupos de amigos que hicieron la suya, para decenas o cientos de personas, pasando la dirección del lugar por WhatsApp o Telegram en un circuito chico de conocidos”, cuenta Gaby Prada, cuya agencia, Socialité PR, trabaja con firmas como Miller y Jägermeister. “Tomamos nota de esta tendencia y desembarcamos con barra y producto de las marcas con las que trabajamos en las casas de mucha gente que está veraneando en Punta del Este. Hay pool parties, sunsets, fiestas hasta las tres de la mañana y fiestas hasta el amanecer, con diferente nivel de producción y número de invitados. Son muchos amigos que se reúnen y que lo hacen”, agrega. “Cuatro o cinco amigos con cierta vida social se juntan, alquilan o pidan prestada una casa y convocan a festejar, de tarde o de noche. Creo que funciona porque para muchos es más plan ir a una casa, divertirse entre amigos y conocer gente así, que volverse locos para conseguir un precinto o ir a Tequila”, aventura.
Es el caso de Rodrigo Morales, Gonzalo Navia y otros seis amigos, organizadores de #hello2018, una fiesta privada que hicieron en Año Nuevo. Se conocen desde hace más de 20 años: fueron juntos al colegio –al Belgrano Day School, terminaron en 2004–, siguen tan unidos como entonces y desde hace siete años que organizan fiestas en Punta del Este. Siempre las hicieron en una casa en José Ignacio, pero este verano otro integrante del grupo “alquiló una casa más apta para fiesta”, en La Barra, y por eso la mudaron. “Este año se sumaron dos camadas [del colegio] más y el año que viene se quieren sumar otras dos”, cuentan. “¿Por qué hacemos la fiesta en una casa? En las fiestas masivas y boliches todos se pierden, incluso los que sacan mesa, se pierde la mística. Así podemos hacer una fiesta de amigos para amigos, con mucho corazón y poca estructura”, sintetizan.
La fiesta #hello2018 empezó a la una del 1° de enero y terminó a las nueve de la mañana. El “núcleo organizador”, tal como lo definieron, estaba conformado por ocho amigos, pero contaron con la colaboración de otros 12 “que convocaban”: invitaron en total a 250 personas, de las que asistieron unas 200. No cobraron entrada ni hubo precintos, solamente una lista de “amigos y amigos de amigos”. Contrataron “sonido, cabina [de DJ] y baños químicos”, según enumeran. Consiguieron que les regalaran licor Jägermeister y cervezas Miller y compraron el resto de las bebidas para la barra. También hubo fuegos artificiales. Consultados acerca de las desventajas de una fiesta privada de este tipo, contestan al unísono: “El estado de la casa” después de la celebración. Aún así, destacan lo positivo: “Fue una fiesta de amigos para amigos, estuvimos con los nuestros”.
El DJ argentino Santiago Pechieu, de 28 años, está en Punta del Este desde hace diez días y alterna trabajo y ocio. Con sus amigos del colegio –fueron al St. Brendan’s College y terminaron en 2007– suelen “hacer el pre” de Año Nuevo, o sea una reunión entre la cena y la salida (fiesta o boliche), en la casa de uno de ellos, en La Barra. “Los padres son unos copados y siempre nos invitan a todos y nosotros invitamos a conocidos”, cuenta. Este año, sin embargo, ese “pre” se convirtió en fiesta, porque hubo DJ –él– y baile. Pagaron el alquiler de equipos de sonido entre todos (son siete) y Santiago llevó sus equipos para tocar. “Los papás de mi amigo, los anfitriones, me decían que me querían escuchar, entonces les parecía divertida la situación”, explica.
La fiesta no tuvo nombre. Se hizo en el jardín de la casa, de 1 a 4, con “preparativos muy caseros” y lucecitas navideñas y guirnaldas como toda decoración. Cada uno llevó bebidas “para aportar”. Eran 60 personas en total. “Al fin y al cabo era todo muy íntimo, no se necesitaba más. Amigos, parejas, conocidos”, resume Pechieu. Él se lució como DJ en ese ambiente descontracturado: pasó música disco y house. “Lo más divertido fue que estábamos nosotros, todos de 28 o 29 años, y un grupo de gente de más de 60”, relata.
“Fue todo muy íntimo, reducido, entre nosotros. Funcionó como punto de encuentro”, cuenta. Aunque terminó al amanecer, hubo quienes no quisieron irse a dormir. Para ellos, no faltó opción: bastó con averiguar en qué casa se podía seguir la ronda.
El ocaso de los precintos
Mientras se imponen las fiestas entre amigos, también circula una versión más sofisticada, fiestas que se definen como secret spot, para las cuales se da a conocer la ubicación unas horas antes del evento, generalmente con un mapita diseñado a modo de
flyer que se difunde vía WhatsApp e Instagram entre conocidos. La difusión comienza a correr el mismo día y suele ser espontánea. “Hay una fiesta en Punta Ballena”, es la voz que se pasa de boca en boca. Luego, no hace falta lista ni precinto. Solo se enteran los amigos, y los amigos de amigos, al filo de la madrugada, vía redes sociales. “No vas a una de estas fiestas si no conocés a alguien de ahí”, comenta Patricio, de 27, a sus amigos en el atardecer de Bikini Beach, la playa donde corren todos los rumores de eventos. Las comunicaciones poten- ciaron mucho esta movida: antes en Uruguay era muy costoso conseguir un paquete de datos para estar conectado. Hoy, se puede pasar el verano con 30 GB de conexión por 11 dólares. Solo con esto, organizar un plan es muy fácil.
El pedido desesperado de la juventud a los relacionistas públicos por un precinto para entrar a un evento ha quedado tan obsoleto como la pose con el banner de una marca como estrategia de marketing. Los grandes bastiones de este estilo de acciones publicitarias en el Este, como La coste y Chandon, bajaron definitivamente la persiana de fiestas que antes eran un clásico del verano, y que convocaban entre 800 y 1000 personas con una lista de socialités extensa. Estar ahí era considerado “pertenecer”, “ver y ser visto”. Este año, ninguna de las dos marcas eligió este tipo de convocatorias y hubo pocas fiestas masivas. Aunque hay boliches y Tequila sigue siendo un lugar de referencia para la movida nocturna, se impusieron otros espacios más des contractura dos, para los que no se necesita estar en una lista o ser amigo del dueño: La Casita, en Manantiales, y Ferona en José Ignacio, mantienen ese espíritu de salir adonde vayan tus amigos para los que no tienen o no alquilan casas para convocar a todos.
Las firmas tomaron nota de esta tendencia y las propuestas este verano son más amplias: hay atardeceres abiertos para todo el que estén en la playa o en el lugar de la cita en ese momento, y también hay invitaciones más segmentadas. “Las marcas están trabajando con acciones más segmentadas. Hay eventos para todo tipo de públicos. Los empresarios y personalidades que antes iban a las fiestas exclusivas en La Barra y Manantiales, ahora van a buscar contenidos que les interesan, y eligen a cuáles ir. Una comida de Colagreco o un show de Siciliani y Casella son atractivos para estos públicos”, explica Lucas Mentasti, jefe de Comunicación de Grupo MASS.
“Llegar a esas fiestas siempre es complicado, el tránsito está infernal en Punta del Este. Después, muchas veces no conseguís acceso para todo tu grupo de amigos, algunos se quedan afuera, otros se pierden por la cantidad de gente y no los encontrás más”, comenta Stefano Brancato, para reforzar la idea de que lo mejor es traer la fiesta a casa. Porque la frase “hogar, dulce hogar”, adquiere en Punta del Este otro significado: el hogar puede ser paz, puede ser fiesta, pero principalmente es familia.