LA NACION

En Caracas, conseguir efectivo es una odisea y comprar una gaseosa, un lujo

La economía está tan distorsion­ada que un cigarrillo cuesta lo mismo que 166 litros de nafta

- Daniel Lozano

CARACAS.– En esta ciudad, cada mañana empieza una pelea desigual: la que enfrenta al venezolano con su realidad, que lo golpea con fuerza todos los días y a toda hora. Lo hace incluso con el lenguaje, que adapta los cambios que suceden en sus calles al mismo ritmo que suben los precios. El país cerró 2017 con una inflación de 2735%, según Ecoanalíti­ca, tras un diciembre con aumentos constantes que obligó a Nicolás Maduro a decretar la sexta suba del salario mínimo y de los bonos alimentari­os 12 horas antes de que terminara el año.

El nuevo aumento decretado por Maduro estiró a 248.510 bolívares el salario mínimo más 549.000 los llamados Cesta Tickets (como los “ticket canasta” argentinos). La suma de ambos supone 797.510 bolívares, cuyo cambio en el mercado paralelo, casi el único que funciona en el país porque el gobierno lleva meses sin aportar divisas a las subastas públicas, suma 5,8 dólares.

El alza estratosfé­rica de los precios canibalizó tres ceros. “El café cuesta 10 bolívares”, resume Jonny, que a primera hora de la mañana vende café junto a los William, padre e hijo, en un quiosco de la ca- raqueña Santa Mónica. No se trata –por supuesto– de solo 10 bolos (como los venezolano­s llaman a su moneda), porque todo el mundo sabe que lo más barato no es un caramelo de 1000 bolívares o un cigarrillo de 1200, sino de 10.000.

La gran paradoja es que a unos pocos metros, un litro de nafta de 95 octanos cuesta 6 bolívares. Con el dinero de un solo cigarrillo un venezolano puede comprar 166 litros de la nafta cara, porque de la barata (91 octanos, a un bolívar el litro) llenaría un depósito de 1000 litros.

El vía crucis de los venezolano­s es tan vertiginos­o como el de los cubanos durante la crisis del “período especial”: que no se corte la luz y que haya agua; encontrar transporte; saltar de farmacia en farmacia en busca de medicinas invisibles; conseguir efectivo en los bancos –tras aguantar la cola y disponer de ánimo– para buscar y pagar los alimentos imprescind­ibles, subidos al ascensor de los precios. Hasta las gaseosas cotizaron a 100.000 bolívares en las compras de fin de año tras semanas de desaparici­ón en las góndolas. El 12% de un salario mínimo dedicado a una botella de bebida.

El reto de cada día entraña evitar que el desmoronam­iento general te caiga encima. Así le sucedió al taxista Alexander Flores poco antes de Nochebuena. Este caraqueño se pasó la Navidad navegando en Internet y buscando en los desguaces los repuestos para su auto, aplastado por la realidad venezolana. Un gigantesco chaguaramo, un tipo de palmera que da nombre a la zona que rodea la Universida­d Bolivarian­a, cayó sobre su vehículo cuando esperaba en la calle a uno de sus clientes. El techo de su taxi se le vino encima y le golpeó la cabeza y el cuello, pero resistió lo suficiente para salvarle la vida. La palmera estaba carcomida, podrida, como venían denunciand­o los vecinos desde hacía meses.

Supervivie­nte del primer acto, el drama solo estaba empezando. Los bomberos tardaron casi una hora en llegar. “Tenemos un auto para toda la ciudad. Y tres ambulancia­s. Así que se queda ahí de pie y si se marea, nos avisa”, instruyó el jefe del grupo. La falta de recambios no solo actúa contra la eficacia de los bomberos, sino también contra el transporte público. Ni siquiera tenían aceite para la motosierra con la que debían talar la palmera gigante.

Una vez salvada su vida, a Alexander le toca reconstrui­r su auto. Hasta ahora empleó 15 millones de bolívares para comprar por Internet el techo y las puertas, instalar el vidrio delantero y pagarle al chapista. Le queda invertir 11,5 millones en la pintura y en los vidrios laterales. En total, Alexander necesitará más de 100 salarios mínimos para seguir llevando la comida a sus dos hijos. Familia, amigos y compañeros lo ayudan a pagar las cuentas.

A pesar de la desmesurad­a cantidad de dinero que supone la inversión, Alexander vive una carrera contrarrel­oj, porque el terremoto económico, que empezó en 2013, irá en aumento. Así lo avisa Luis Vicente León, presidente de la consultora Datanálisi­s, que en una serie de recomendac­iones para navegar en medio de la tormenta aconseja cambiar la economía personal y prepararse para la batalla. La ciudadanía debería “cambiar los bolívares por bienes y divisas porque no tiene sentido mantener bolívares ni en la cuenta ni en los bolsillos”.

Tesoro

Según los datos de la Asamblea Nacional, la inflación de 2018 puede superar el 6000% “si no hay cambio en el modelo económico”, avisa el diputado Ángel Alvarado.

Quien tiene efectivo tiene un tesoro, dicen en Caracas. El corralito financiero, que limita la disposició­n de dinero en cajeros a cifras ridículas (20.000 bolívares en un buen número de sedes bancarias durante diciembre), provocó que los billetes se “compren” con comisiones de entre 10% y 20%. La crisis no solo cambió el lenguaje, sino también las costumbres y las conversaci­ones, reducidas a un concurso de los precios disparatad­os de carnes, frutas, pollo, aceite y pantalones.

Hasta tomar un avión se convirtió en parte del mismo vía crucis: de los 350 vuelos nacionales semanales del inicio de la crisis, hoy sobreviven 97. Durante Navidad, el aeropuerto internacio­nal de Maiquetía operó poco más de 25 vuelos diarios.

“En Venezuela, decir socialismo significa decir felicidad. Solo en revolución”, despidió Maduro el año pasado.

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