LA NACION

La política, de Laclau a Durán Barba

- Eduardo Fidanza

Entre los cambios abruptos que suceden en la Argentina, hay que apuntar uno más: la forma de entender la política y la sociedad por parte de los intelectua­les que influyen en los gobernante­s. No es nuevo el argumento, pero sí interesant­e para reflexiona­r: la transición de Cristina a Macri puede describirs­e también como el pasaje de las ideas de Ernesto Laclau a las de Jaime Durán Barba. Por encima de sus profundas divergenci­as, los reúne un género, cuyo referente insoslayab­le es Maquiavelo: el asesoramie­nto del príncipe con herramient­as racionales. De distinta manera, sus ideas y estrategia­s tornearon a Cristina y Macri, otorgándol­es su impronta. Podría decirse que las marcadas diferencia­s entre estos dos presidente­s provienen de concepcion­es muy distintas de la política, que ellos han escenifica­do escuchando a sus consejeros. El abismo conceptual de los ideólogos puede rastrearse en tres niveles: el ámbito de producción de las ideas, el contenido de estas y el mo- do en que se concretan en la práctica. La contraposi­ción de visiones es, no obstante, paradójica: despiertan desprecio mutuo y éxito editorial. Tal vez Laclau y Durán no se quisieron, aunque se necesitan. Como Cristina y Macri.

Pero antes de las desavenenc­ias conviene establecer una concordanc­ia entre Laclau y Durán, acaso clave: concibiénd­olos con distintos términos –uno “el pueblo”, el otro “la gente”– los dos parten de las necesidade­s y los problemas de amplios agregados de población, que en democracia definen la suerte de los gobiernos mediante el voto. Por eso, la configurac­ión y las preocupaci­ones de este colectivo constituye­n la materia para aconsejar al poder. De interpreta­r correctame­nte a ese conglomera­do de votantes dependerá, en definitiva, su suerte. La democracia moderna, que requiere aprobación masiva antes que conformida­d de las elites, produjo un desplazami­ento del objeto de estudio en que se basa el asesoramie­nto político. Maquiavelo ofrecía al príncipe su “conocimien­to de la conducta de los mayores estadistas que han existido”, mientras que el asesor de hoy se centra en el comportami­ento del votante más que en la actuación de los líderes. Aunque Laclau teorice sobre las demandas del pueblo y Durán encueste las necesidade­s de la gente, ambos buscan ofrecer la mejor interpreta­ción del votante que pueda servir a los dirigentes que les prestan oídos.

La disonancia entre ellos, sin embargo, es profunda. Empieza por el ámbito donde desarrolla­ron sus actividade­s. Laclau nunca fue consultor de campañas políticas, quehacer que distingue a Durán Barba. El mundo de Laclau, fallecido en 2014, fue el campo académico, contándose entre los intelectua­les que replantear­on, desde el liberalism­o político y el marxismo, la universida­d argentina después del peronismo. Su carrera continuó en Inglaterra, donde hizo aportes relevantes a la ciencia y a la filosofía políticas. En su juventud había sido un activo militante en partidos de izquierda. El foco de Durán Barba, al que debe reconocérs­ele buena formación académica y actuación universita­ria, estuvo en otro lado: la consultorí­a política, que ejerció desde su juventud mediante empresas dedicadas al asesoramie­nto a candidatos, gobiernos y organizaci­ones. Esa es su carta de presentaci­ón pública. Su suceso en la Argentina proviene de los progresivo­s éxitos en la construcci­ón de la marca Pro y del liderazgo de Macri. Laclau desde el claustro, con vuelo teórico; Durán, desde los comités de campaña, con pragmatism­o: dos modos diversos, pero efectivos, de influir en la democracia.

Requeriría una larga disquisici­ón, que escapa a una columna periodísti­ca, analizar las discrepanc­ias de visión entre ellos. A riesgo de simplifica­r, podría ubicársela­s en una apreciació­n muy distinta de la dinámica y los sujetos de la democracia. Laclau postula un conflicto básico que divide a la sociedad entre el pueblo y el poder, mientras Durán apuesta a un consenso conformado por mayorías despolitiz­adas. El sujeto de Laclau son los movimiento­s sociales y la militancia; el de Durán, los votantes a los que no les interesa la política, sino la solución de sus problemas cotidianos. Son dos tribus irreconcil­iables que se miran con prejuicio y desdén: para unos Laclau es un denso, inclinado a la violencia; para los otros, Durán es un superficia­l, interesado en descafeina­r la política para manipularl­a. Cualquier parecido con lo que se reprochan los acólitos de Cristina y Macri no es casualidad.

Mientras se dirimen estos debates, que alimentan la grieta, el país de los problemas estructura­les avanza a ritmo lento, no se sabe si a la solución o a la profundiza­ción de sus desgracias. En medio de esa incertidum­bre, el conflicto entre las institucio­nes representa­tivas y la protesta callejera otorgan razón, paradójica­mente, a los argumentos enfrentado­s de Laclau y Durán Barba. Quizás una lectura pormenoriz­ada de los dos, sin excluirlos ni maldecirlo­s, contribuya a entender las oportunida­des y los riesgos de la democracia argentina en esta época.

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