La política, de Laclau a Durán Barba
Entre los cambios abruptos que suceden en la Argentina, hay que apuntar uno más: la forma de entender la política y la sociedad por parte de los intelectuales que influyen en los gobernantes. No es nuevo el argumento, pero sí interesante para reflexionar: la transición de Cristina a Macri puede describirse también como el pasaje de las ideas de Ernesto Laclau a las de Jaime Durán Barba. Por encima de sus profundas divergencias, los reúne un género, cuyo referente insoslayable es Maquiavelo: el asesoramiento del príncipe con herramientas racionales. De distinta manera, sus ideas y estrategias tornearon a Cristina y Macri, otorgándoles su impronta. Podría decirse que las marcadas diferencias entre estos dos presidentes provienen de concepciones muy distintas de la política, que ellos han escenificado escuchando a sus consejeros. El abismo conceptual de los ideólogos puede rastrearse en tres niveles: el ámbito de producción de las ideas, el contenido de estas y el mo- do en que se concretan en la práctica. La contraposición de visiones es, no obstante, paradójica: despiertan desprecio mutuo y éxito editorial. Tal vez Laclau y Durán no se quisieron, aunque se necesitan. Como Cristina y Macri.
Pero antes de las desavenencias conviene establecer una concordancia entre Laclau y Durán, acaso clave: concibiéndolos con distintos términos –uno “el pueblo”, el otro “la gente”– los dos parten de las necesidades y los problemas de amplios agregados de población, que en democracia definen la suerte de los gobiernos mediante el voto. Por eso, la configuración y las preocupaciones de este colectivo constituyen la materia para aconsejar al poder. De interpretar correctamente a ese conglomerado de votantes dependerá, en definitiva, su suerte. La democracia moderna, que requiere aprobación masiva antes que conformidad de las elites, produjo un desplazamiento del objeto de estudio en que se basa el asesoramiento político. Maquiavelo ofrecía al príncipe su “conocimiento de la conducta de los mayores estadistas que han existido”, mientras que el asesor de hoy se centra en el comportamiento del votante más que en la actuación de los líderes. Aunque Laclau teorice sobre las demandas del pueblo y Durán encueste las necesidades de la gente, ambos buscan ofrecer la mejor interpretación del votante que pueda servir a los dirigentes que les prestan oídos.
La disonancia entre ellos, sin embargo, es profunda. Empieza por el ámbito donde desarrollaron sus actividades. Laclau nunca fue consultor de campañas políticas, quehacer que distingue a Durán Barba. El mundo de Laclau, fallecido en 2014, fue el campo académico, contándose entre los intelectuales que replantearon, desde el liberalismo político y el marxismo, la universidad argentina después del peronismo. Su carrera continuó en Inglaterra, donde hizo aportes relevantes a la ciencia y a la filosofía políticas. En su juventud había sido un activo militante en partidos de izquierda. El foco de Durán Barba, al que debe reconocérsele buena formación académica y actuación universitaria, estuvo en otro lado: la consultoría política, que ejerció desde su juventud mediante empresas dedicadas al asesoramiento a candidatos, gobiernos y organizaciones. Esa es su carta de presentación pública. Su suceso en la Argentina proviene de los progresivos éxitos en la construcción de la marca Pro y del liderazgo de Macri. Laclau desde el claustro, con vuelo teórico; Durán, desde los comités de campaña, con pragmatismo: dos modos diversos, pero efectivos, de influir en la democracia.
Requeriría una larga disquisición, que escapa a una columna periodística, analizar las discrepancias de visión entre ellos. A riesgo de simplificar, podría ubicárselas en una apreciación muy distinta de la dinámica y los sujetos de la democracia. Laclau postula un conflicto básico que divide a la sociedad entre el pueblo y el poder, mientras Durán apuesta a un consenso conformado por mayorías despolitizadas. El sujeto de Laclau son los movimientos sociales y la militancia; el de Durán, los votantes a los que no les interesa la política, sino la solución de sus problemas cotidianos. Son dos tribus irreconciliables que se miran con prejuicio y desdén: para unos Laclau es un denso, inclinado a la violencia; para los otros, Durán es un superficial, interesado en descafeinar la política para manipularla. Cualquier parecido con lo que se reprochan los acólitos de Cristina y Macri no es casualidad.
Mientras se dirimen estos debates, que alimentan la grieta, el país de los problemas estructurales avanza a ritmo lento, no se sabe si a la solución o a la profundización de sus desgracias. En medio de esa incertidumbre, el conflicto entre las instituciones representativas y la protesta callejera otorgan razón, paradójicamente, a los argumentos enfrentados de Laclau y Durán Barba. Quizás una lectura pormenorizada de los dos, sin excluirlos ni maldecirlos, contribuya a entender las oportunidades y los riesgos de la democracia argentina en esta época.