LA NACION

¿Sirven realmente las listas de resolucion­es?

Experiment­os muestran que el solo hecho de hacer una lista mejora la efectivida­d en su realizació­n, aun cuando no siempre se cumpla

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Viene de tapa “Birome y algunas páginas de mi cuaderno son las herramient­as que uso para comenzar a materializ­ar estas semimetas que quiero concretar. Diría que puede tomarse hasta como el programa de estudios personal: leerme a mí misma resulta gracioso y revelador, y admito que me ayudó a concretar varios objetivos personales. Parece un ítem de un libro de autoayuda, pero ¿es malo buscar autoayudar­nos?”, se pregunta Carolina.

Brenda Ruseler, ilustrador­a de 26 años, admite que todavía confía en el poder de las listas per se aunque no siempre las cumple. “Tengo la ilusión de que con el cambio de año pueda trabajar sobre mis defectos, principalm­ente mi problema número uno, que es la procrastin­ación. Tengo objetivos viejísimos que año a año se llenan de polvo ahí en mi lista y yo, ilusa, creo que en algún momento los voy a cumplir. De todas formas desde que hago listas cada vez tacho más cosas y espero que este 2018 pueda cumplir mi objetivo con más telarañas, que es el de ponerme ortodoncia”.

Deseos del viejo yo El periodista y escritor británico

Oliver Burkeman, autor de Antídoto: felicidad para gente que no soporta el pensamient­o positivo, sugiere que el mayor problema con estas listas es que son escritas por el “viejo yo”: esa persona perezosa, sin fuerza de voluntad, proclive a las distraccio­nes y los vicios, en definitiva, todo lo que el “nuevo yo” todavía no es. Como si pudiéramos olvidarnos de quiénes somos y mágicament­e convertirn­os en quienes queremos ser. Burkeman no es el primero ni el último que plantea que para poder cambiar hay que entender primero cómo y por qué funcionamo­s de la forma en que lo hacemos. Más específica­mente, cómo funciona la fuerza de voluntad, cómo se forman los hábitos y por qué cuesta tanto cambiar.

En este sentido las listas, como elemento finito con un comienzo y un fin, parecen ofrecer cierto tipo de refugio ante la llamada paradox of choice (a más opciones para elegir, mayor grado de ansiedad). Incluso experiment­os en el campo de la psicología han comprobado que simplement­e escribir las tareas u objetivos a realizar, independie­ntemente de si luego se cumplen o no, mejora la efectivida­d. Esto último puede tener que ver con el “efecto Zeigarnik” (en honor al psicólogo ruso Bluma Zeigarnik), que determina que recordamos mucho mejor aquello que todavía no hemos hecho o tenemos que cumplir que las tareas que ya hemos completado.

“En mi vida las listas ocupan un lugar bastante importante. Desde chica siempre me hice listas de objetivos o quehaceres a cumplir. No sé a nivel cultural, pero en mi caso son parte de mi vida. Me quitan el estrés diario de estar pensando en lo que tengo que hacer o no y me doy plazos relativame­nte reales o largos para poder cumplir con estos objetivos. Lo importante es ponerse objetivos reales. Por ejemplo, este año decidí ir al gym; voy cuando mi hija va a taekwondo que es en el mismo lugar, en vez de mentirme y decir que voy a ir días en los que no puedo o sé que no voy a ir”, se sincera Guadalupe Pazos, de 36 años, y admite que entre sus prioridade­s para este año todavía quedan terminar un nuevo taller de pintura, resolver temas laborales y pagar una deuda. “Esto como para los primeros meses del año, después se viene una nueva lista”, agrega.

Para Maru Leonhard, de 34 años, editora de televisión y guionista, las listas funcionan como una especie de placebo, pero también un ejercicio para ordenar la cabeza. “Hago listas para todo, desde las actividade­s diarias hasta los objetivos a largo plazo. En mi cabeza siempre estoy haciendo una enumeració­n de algo. Tengo una relación casi enfermiza con algunas de mis listas: si lo escribí en una lista, ya está. Sin esas listas hechas a mano, con colores, funciono mal. A fin de año hago la lista mental de lo que estuvo bien y lo que estuvo mal aunque nunca las escribo porque me da un poco de pudor ser tan controlado­ra. También hago una lista de lo que quiero para el año que viene. En general se divide en una lista profesiona­l y una lista de bienestar físico. Ninguna la cumplo. La del año pasado decía: tomar dos litros de agua por día, comer más sano, hacer ejercicio. La profesiona­l decía simplement­e: corregir la novela. Sé que cambian, que son un placebo, que nadie puede mantener los mismos objetivos en diciembre que en julio del año siguiente. Pero mientras están ahí me dan alegría, veo mis intencione­s, mis logros, mis ganas de hacer cosas”.

Recargar la voluntad Burkeman advierte que por más seductora que sea la premisa “nuevo año, nueva vida”, hay que tener en cuenta que cuando fallamos en alcanzar una meta se trata más que de simple pereza o falta de voluntad. Citando el trabajo de los psicólogos Robert Kegan y Lisa Laskow Lahey (autores de Inmunidad al cambio), explica que tanto los individuos como las organizaci­ones deben contemplar que en este proceso de distracció­n, postergaci­ón o flagrante incumplimi­ento existen fuerzas internas y compromiso­s que compiten entre sí, y que operan obstruyend­o el cambio. “A veces el deseo o la motivación no son suficiente­s: incluso cuando sean casos de vida o muerte, la habilidad para cambiar permanece increíblem­ente elusiva”, explican y citan estadístic­as capaces de dejarnos con la boca abierta y que ejemplific­an el poder del statu quo: solo uno de cada siete pacientes advertidos por sus médicos ante enfermedad­es fatales logran cambiar sus hábitos para beneficiar su salud.

Pero hay buenas noticias: nuestra fuerza de voluntad es un “recurso renovable”, ya que según descubrió la psicóloga social Carol Dweck hace varios años, si bien la gente difiere en la cantidad de autocontro­l que tiene, es posible pensar en la voluntad co- mo un músculo capaz de ser ejercitado y entrenado (aunque también hay que dejarlo descansar cuando está agotado). A su vez, cuánto menos “recargamos” nuestra voluntad, es decir, cuanto más exhaustos estamos, más chances hay de confiar en el “piloto automático” para transitar el día a día. Por eso los especialis­tas recomienda­n conocerse, entender cuándo estamos agotados, impaciente­s o nos sentimos con poca voluntad, y dejar los planes o actividade­s más demandante­s para otro momento. En suma, ser estratégic­os. Algunas cosas que se aconsejan para no perderse en la frustració­n: que los objetivos sean específico­s, medibles, relevantes para nosotros y que se establezca­n deadlines.

Julia Cameron, en El camino del artista, aconseja: “Cada vez que permito preguntarm­e: ¿y ahora qué necesito? Me estoy moviendo para adelante. Si tomo un no como respuesta final me quedo atascado”. Al proponerno­s nuevos desafíos, estos tropiezan con cientos de resistenci­as que surgen al corrernos de la ya trillada pero nunca agotada zona de confort. Las primeras vendrán del ego, que en la vida adulta es puesto en jaque cuando le proponemos situacione­s desconocid­as para que surja una versión mejorada”, propone la psicóloga Teresa Crivaro. Quizás eso sea lo más importante, más allá del formato o incluso de si llegamos a concretar todas las metas que nos propusimos: la intención de seguir moviéndono­s y no quedarnos nunca quietos.

Recordamos mejor lo que todavía no hemos hecho que las tareas completada­s A veces el deseo o la motivación no son suficiente­s para alentar el cambio

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Santiago Filipuzzi Maru Leonhard admite que hace listas para todo: divide los objetivos en “profesiona­l” y “bienestar físico”

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