LA NACION

Guía aleatoria de turismo en Urquiza

- Pablo Plotkin

Empezar en el Parque General Paz, hacer una caminata por el bosque que bordea la pista limítrofe de la Capital, a la par del ejército de ciclistas supersónic­os de la colectora y del otro lado de las torres nucleares de Tecnópolis, el limbo monumental del poskirchne­rismo.

Seguir camino por las callecitas del Barrio Parque Saavedra, los viejos chalets que se comban en las esquinas y las construcci­ones nuevas color cemento, rectas y sólidas como casamatas. Cruzar al otro lado de Constituye­ntes, recorrer los senderos del Barrio Presidente Perón, los jardines proletario­s con vista al enorme gasoducto cilíndrico y ver chapotear a los niños en las pelopincho­s de consorcio, la postal Do the Right Thing de Villa Pueyrredón. Luego volver a atravesar la frontera rumbo a la zona antiguamen­te conocida como la Siberia, seguir en dirección norte y comer en el bufet del club Pinocho mientras retumba el eco metálico de los balones contra el parquet.

Tomar un helado de pistacho y dulce de leche en Il Bombón de Iberá y Capdevilla. Es importante sentarse en el banco de plaza que tienen afuera, un pequeño remanso con las paredes descascara­das y un árbol torcido que da linda sombra. Seguir camino por las calles internas del otro lado de Triunvirat­o, las paralelas pentavocál­icas (Andonaegui, Altolaguir­re), cruzar el bajo nivel hacia el área de las torres, la zona gentrifica­da, donde también se esconden la sinagoga sefardí ortodoxa, la panchería mutante en la esquina de Ceretti, un restaurant­e peruano sin fama y talleres mecánicos perdidos en el tiempo. El perro con la mandíbula rota y el chino de Monroe que vende el Jack Daniel’s a precio de free shop. Seguir rumbo a las cuadras elegantes y arboladas de La Pampa. (Una bicicleta ayudaría mucho en todo el recorrido). Meterse en la Agronomía por la entradita de Constituye­ntes, atravesar los pabellones universita­rios, la granja con guanacos, el vivero, la huerta, los pastos crecidos, el alucinado olor a campo en plena ciudad.

Volver a cruzar el paso a nivel del ferrocarri­l y salir del predio para internarse en Parque Chas, o Chas Park, como se titulaba un disco del olvidado grupo Los Tintoreros. El barrio que embosca a los visitantes y donde las calles parecen el spam cruel de una agencia de viajes con destinos europeos aspiracion­ales: Berlín, Londres, Estocolmo, Atenas, Liverpool, Oslo... También está la calle Torrent. Alguien antepuso la “u” sobre uno de los carteles, en homenaje a tantos años de descargas ilegales.

Hacer un alto en las plazas: la Domingo Fidel Sarmiento, la Éxodo Jujeño, la canchita del club El Trébol donde arrancó el Conejo Saviola. Emprender el retorno y ver caer el sol en cualquier parte, y si hay algo de plata cenar en Latzana, sobre Mendoza. Si la idea es algo rápido y más económico, emprender el regreso a la Siberia y compartir una grande en Bandini, quizás la mejor pizza porteña de esta época. Acompañarl­a de un par de vasos de rubia tirada y salir a caminar por las cuadras vacías de Aizpurúa, donde nunca pasa nada, y si hay ánimo y resto enfilar al centro del barrio. La cervecería Cufré es una buena opción para pasar un rato antes de ir a dormir.

Al día siguiente, desarmar el itinerario y crear uno propio.

Una bicicleta ayudaría mucho en todo el recorrido

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