Guía aleatoria de turismo en Urquiza
Empezar en el Parque General Paz, hacer una caminata por el bosque que bordea la pista limítrofe de la Capital, a la par del ejército de ciclistas supersónicos de la colectora y del otro lado de las torres nucleares de Tecnópolis, el limbo monumental del poskirchnerismo.
Seguir camino por las callecitas del Barrio Parque Saavedra, los viejos chalets que se comban en las esquinas y las construcciones nuevas color cemento, rectas y sólidas como casamatas. Cruzar al otro lado de Constituyentes, recorrer los senderos del Barrio Presidente Perón, los jardines proletarios con vista al enorme gasoducto cilíndrico y ver chapotear a los niños en las pelopinchos de consorcio, la postal Do the Right Thing de Villa Pueyrredón. Luego volver a atravesar la frontera rumbo a la zona antiguamente conocida como la Siberia, seguir en dirección norte y comer en el bufet del club Pinocho mientras retumba el eco metálico de los balones contra el parquet.
Tomar un helado de pistacho y dulce de leche en Il Bombón de Iberá y Capdevilla. Es importante sentarse en el banco de plaza que tienen afuera, un pequeño remanso con las paredes descascaradas y un árbol torcido que da linda sombra. Seguir camino por las calles internas del otro lado de Triunvirato, las paralelas pentavocálicas (Andonaegui, Altolaguirre), cruzar el bajo nivel hacia el área de las torres, la zona gentrificada, donde también se esconden la sinagoga sefardí ortodoxa, la panchería mutante en la esquina de Ceretti, un restaurante peruano sin fama y talleres mecánicos perdidos en el tiempo. El perro con la mandíbula rota y el chino de Monroe que vende el Jack Daniel’s a precio de free shop. Seguir rumbo a las cuadras elegantes y arboladas de La Pampa. (Una bicicleta ayudaría mucho en todo el recorrido). Meterse en la Agronomía por la entradita de Constituyentes, atravesar los pabellones universitarios, la granja con guanacos, el vivero, la huerta, los pastos crecidos, el alucinado olor a campo en plena ciudad.
Volver a cruzar el paso a nivel del ferrocarril y salir del predio para internarse en Parque Chas, o Chas Park, como se titulaba un disco del olvidado grupo Los Tintoreros. El barrio que embosca a los visitantes y donde las calles parecen el spam cruel de una agencia de viajes con destinos europeos aspiracionales: Berlín, Londres, Estocolmo, Atenas, Liverpool, Oslo... También está la calle Torrent. Alguien antepuso la “u” sobre uno de los carteles, en homenaje a tantos años de descargas ilegales.
Hacer un alto en las plazas: la Domingo Fidel Sarmiento, la Éxodo Jujeño, la canchita del club El Trébol donde arrancó el Conejo Saviola. Emprender el retorno y ver caer el sol en cualquier parte, y si hay algo de plata cenar en Latzana, sobre Mendoza. Si la idea es algo rápido y más económico, emprender el regreso a la Siberia y compartir una grande en Bandini, quizás la mejor pizza porteña de esta época. Acompañarla de un par de vasos de rubia tirada y salir a caminar por las cuadras vacías de Aizpurúa, donde nunca pasa nada, y si hay ánimo y resto enfilar al centro del barrio. La cervecería Cufré es una buena opción para pasar un rato antes de ir a dormir.
Al día siguiente, desarmar el itinerario y crear uno propio.
Una bicicleta ayudaría mucho en todo el recorrido