LA NACION

“La depilación es un calvario para mí”

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Si alguien me describe físicament­e segurament­e lo primero que dirá es que soy rubia, de ojos marrones, un poco petisa. En cambio, si soy yo la que tengo que decir algo caracterís­tico de mi aspecto no duraría en afirmar que soy muy peluda. Si el resto del mundo no lo lo ve como yo, es porque destino mucho de mi tiempo a que no se note. Porque además de peluda, soy fóbica a los pelos.

Durante años fui la típica clienta fiel de una misma depiladora, la que antes de irse ya agendaba el próximo turno, la que se llevaba un poquito de esa cera por si acaso fuera imprescind­ible hacer repaso en alguna zona.

Para zonas delicadas, como la cara o la panza, solía usar agua oxigenada y teñir de rubio esa pelusa que para muchos resultaba impercepti­ble y para mí, un bosque tupido de sombras indeseadas.

Hace algunos años decidí comprar mi propia fundidora de cera con filtro. Casi como un ritual, una vez por semana, la sacaba del placard y me depilaba las axilas, las piernas, el bozo. Con los años me convertí en una verdadera experta, incluso en las partes más difíciles. Con algo de técnica y bastante práctica se alcanza una gran pericia, el secreto es tirar rápido, no vacilar y jamás sentir autocompas­ión.

Así fue hasta que decidí ponerle fin al padecimien­to. Averigüé todo sobre la depilación definitiva y me embarqué en las promesas de la luz pulsada con mucha ilusión. Como el tratamient­o es largo y bastante caro, busco continuame­nte promocione­s en Internet y compro algunas sesiones, aunque después tenga que manejar una hora para llegar al lugar. Pero eso no es lo que más me molesta. Lo peor es que te obligan a afeitarte antes de ir. Algo que nunca hice porque después, cuando empiezan a crecer, pica. Pica mucho y rascarse, es bastante incómodo y muy poco elegante, claro.

Intuyo que lo de “definitiva” puede ser una exageració­n marketiner­a, pero tengo fe que en algún momento mi lucha contra los pelos terminará o que con los años simplement­e dejarán de crecer tanto. Por ahora, confieso, sigo envidiando a todas las mujeres lampiñas y a las relajadas que solo se preocupan por depilarse cuando empieza el verano.

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