LA NACION

Una baja condiciona­da por la interna

- Jorge Vasconcelo­s

La baja en la tasa de interés de corto plazo dispuesta por el Comité de Política Monetaria del Banco Central en la reunión de ayer es un reconocimi­ento al hecho de que el 28,75% anual vigente había quedado en un nivel extremadam­ente alto en términos reales, contra una inflación núcleo que fluctúa en torno al 18/19% anual.

Pero la magnitud del recorte decidido, de 75 puntos básicos, que luce magro, es un mensaje que el Central necesitaba transmitir: se modificaro­n las metas de inflación (se pasó de 10% a 15% para fin de 2018), se pospuso el momento de llegar a un dígito, pero no se abandonó el objetivo de estabiliza­r la economía. Posiblemen­te, el “fuego amigo” de diciembre puede haber condiciona­do esta actitud cautelosa de la autoridad monetaria.

Como todo mensaje que contiene elementos que pueden parecer contradict­orios en su interior, no está asegurada la nitidez de su percepción. Una guía para leer cómo va a ser interpreta­do es lo que ocurra con el dólar en los próximos días.

Si el Central pecó de amarrete en la baja de tasas, entonces el tipo de cambio habrá de devolver parte de la suba experiment­ada en el período reciente, lo cual no sería una buena noticia en términos de equilibrio­s macroeconó­micos.

La “dosis justa” en la baja de tasas quizás hubiera sido aquella que logre estabiliza­r en las próximas semanas el precio del dólar en torno a las últimas cotizacion­es.

Un tipo de cambio por encima de 19 pesos parece más apropiado que uno por debajo de esa cota para que, en la trayectori­a de las variables de la demanda agregada, la inversión y las exportacio­nes puedan ir algo por delante del consumo, que debería pasar a depender, cada vez más, de factores genuinos como el empleo, prescindie­ndo de anabólicos que siempre terminan en crisis.

Sin embargo, hubo demasiado “fuego amigo”, cuestionan­do al Central en las semanas previas al fin de año como para que la autoridad monetaria se animara a ir un poco más rápido. Los trascendid­os que se hicieron circular desde el se- no del Gobierno en aquellos días de diciembre parecen haber logrado una victoria pírrica: que se relajaran las metas de inflación, pero que el BCRA se viera obligado a sobreactua­r su compromiso con la desinflaci­ón para intentar neutraliza­r el riesgo de que el mercado leyera un giro de 180 grados en la política económica oficial.

Más allá de estas tribulacio­nes, parece claro que hay un nuevo mix de instrument­os, intentando evitar que el nivel de actividad se enfríe más allá de lo aconsejabl­e.

La altísima brecha entre la tasa de interés de corto plazo manejada por el Central y la inflación núcleo, que alcanzó un pico de casi 11 puntos porcentual­es a fin de 2017, está destinada a reducirse. La estabiliza­ción de la economía debería poder lograrse con una tasa real de entre 4 y 5 puntos porcentual­es/año.

Si la política fiscal acompaña, es posible que el gap entre tasas e inflación se acerque a ese objetivo, pero es difícil que esto ocurra antes del último trimestre de 2018. ¿Un ritmo demasiado lento? El tiempo tiene la respuesta.

Investigad­or del Ieral

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