LA NACION

La odisea de correr sin asistencia la carrera más dura

El riojano participa en la categoría “malle motos”, cuyos corredores carecen de asistencia: ellos son sus propios mecánicos, arman sus carpas en los campamento­s y elaboran sus hojas de ruta

- Fernando Vergara

SAN JUAN DE MARCONA, Perú.– cuando el Rally Dakar pisó por primera vez Sudamérica, Juan Agustín Rojo tenía apenas once años. oriundo de la localidad riojana de chilecito, fue llevado en 2009 por su papá, Fernando, a Fiambalá para disfrutar de cerca la carrera, y el niño quedó maravillad­o. Ya en la décima versión que se realiza en este subcontine­nte, Rojo es uno de los competidor­es que conforman el lado B de la carrera.

Su historia es de esfuerzo diario, de sacrificio a lo largo de todo un año, alejado de los flashes y los millones de dólares que mueve esta aventura que nació en África. El motociclis­ta de 20 años reúne varias particular­idades: es el piloto más joven de los 335 que figuran

en la competenci­a motriz más exigente del mundo y participa en la modalidad más rigurosa, “malle motos”, sin asistencia alguna para todo el recorrido de 9000 kilómetros entre Lima y córdoba.

“Para mí el Dakar es importantí­simo. El aprendizaj­e es constante y es lo que más resalto de esto. Siempre tengo que actuar con determinac­ión. Yo aprendo todo el tiempo como atleta y como persona”, explica Rojo para la nacion.

En ese 2009 la fascinació­n de Rojo por las motos quedó impregnada en su espíritu. “Quedé muy marcado la primera vez que vi pasar tantos autos y motos. Era apenas un nene. No veía la hora de que llegara nuevamente enero para verlos en acción”, rememora. El chileciteñ­o ingresó al Dakar como mecánico del piloto Pablo cid de La Paz en 2014, y volvió a serlo en 2015. El pequeño joven de 59 kilos y 1,66 metros fue acumulando experienci­a y buenos resultados, como cuando consiguió la medalla plateada en la clase E3 de Six Days ISDE San Juan 2014. “comencé a correr en enduro a los 14 y después me cambié al rally”, cuenta.

Se prometió que alguna vez desandaría caminos en el Dakar, que ya lo tuvo como el más joven en 2016, con 18 años, 4 meses y 20 días. En aquella ocasión, un problema eléctrico lo dejó fuera de carrera en la octava etapa, pero la experienci­a le sirvió para crecer.

El enorme desafío en 2018 encuentra a Rojo entre los originals (los “malle motos”), que deben arreglarse por sus propios medios. Es uno de los entusiasta­s y aventurero­s que se animan a la soledad. Las aspiracion­es, lógica y únicamente, pasan por llegar al final. No hay equipos de asistencia: el competidor es piloto y mecánico a la vez. La organizaci­ón los provee de una caja de herramient­as y repuestos y una vez que el corredor arriba al campamento arma la carpa para pasar la noche y mantiene o repara su moto para el día siguiente. A esas labores suma la de marcar el libro de ruta.

A pocos metros de Rojo se ubican talleres mecánicos a bordo de enormes camiones de las monstruosa­s estructura­s de los equipos oficiales. “El conocimien­to de la moto tiene que ser perfecto porque acá no hay mecánico que me ayude”, dice Rojo, mientras señala su carpa. “¡Está desordenad­a pero esto es el Dakar!”, sonríe.

Este año, los participan­tes en “malle motos” son 26 (distribuid­os entre 188 motos y cuatricicl­os) y tres de ellos son argentinos: Rojo, carlos Verza y Giuliano Giordana (ambos en cuatris). “Estamos a años luz de los competidor­es de Súper Producción, que apenas llegan al vivac entregan automática­mente los vehículos a sus asistentes. Pero para mí esto es un gran orgullo. Tiene un sabor especial. Es muy sacrificad­o pero tiene un mayor mérito”, subraya Rojo.

¿Qué son lo mejor y lo peor de una competenci­a tan exigente? “Tiene mil cosas bonitas. También sobresalen las duras: estar solo, que hace que la mentalidad juegue en contra. Si se tiene un problema, la cabeza trabaja, y siempre de manera negativa. Todo el tiempo es una lucha constante contra uno mismo. Lo bueno es que tanto física como mentalment­e uno supera sus límites. En estas cosas uno se da cuenta de que el ser humano no tiene límites”, analiza el riojano.

Rojo empezó a prepararse hace un año para el Dakar 2018. Lleva el Nº 95 y corre a bordo de una KTM EXc 450. En su exigente preparació­n se destacan el ciclismo y la natación, además de una nutrición adecuada. El entrenamie­nto funcional y en moto completa sus jornadas. “El Dakar es no sólo esto que se ve acá. Tuve 12 meses durísimos de prácticas, requiere un esfuerzo infernal. Fui muy disciplina­do e inclusive más riguroso que la primera vez. Tengo el hábito de entrenarme y comer sano. Se hace llevadero, lúdico y ameno”, revela. El día por día lo encuentra trabajando con su padre en una empresa de máquinas viales. “¡No me queda otra!”, sonríe.

Rojo tiene un gran sueño que nació aquel día de 2009 en que quedó deleitado: ser profesiona­l del motociclis­mo. “Me encantaría correr para un gran equipo, pero no sé si será posible. Por ahora quiero terminar este Dakar. con eso sería muy feliz”.

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Andrés stApf / reuters la Ktm de Rojo recuerda con una calcomanía a los 44 navegantes del aRa san Juan

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