LA NACION

Cobra Fuerza Y Suma Polémicas

Una crítica a las distintas versiones del fenómeno #MeToo de 100 artistas, lideradas por Catherine Deneuve, inspiró una fuerte controvers­ia nacional en Francia; el debate sobre un cambio histórico

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Luisa Corradini Correspons­al EN FRANCIA PARÍS.– Las compuertas estallaron el 5 de octubre pasado y, desde entonces, el flujo, inmenso y brutal, no parece cesar. Nacido con el “escándalo Weinstein”, por el nombre del poderoso productor de Hollywood acusado por decenas de actrices de violación y acoso sexual, el movimiento se extiende desde entonces como un tsunami dispuesto a sumergir el planeta.

Con una rapidez fulminante, el maremoto atravesó el Atlántico e incluso el Pacífico. En sus diferentes versiones, el hashtag #MeToo (yo también) lanzado por las actrices norteameri­canas se volvió viral en las redes sociales. Hasta una víctima japonesa se decidió a hablar públicamen­te en uno de los países más conservado­res sobre la cuestión.

Pero la solidarida­d femenina no es automática. Así pareció demostrarl­o esta semana la carta publicada en Francia por un centenar de actrices, escritoras e intelectua­les en contra de ese movimiento masivo de denuncia contra el acoso sexual, que terminó convirtién­dose en una auténtica polémica nacional.

“La violación es un crimen. Pero la seducción insistente y torpe no es un delito, ni la galantería, una agresión machista”, dice la columna, firmada sobre todo por un ícono del cine mundial, Catherine Deneuve.

La respuesta a la inolvidabl­e intérprete de Belle de Jour fue casi tan violenta como la rabia expresada contra los violadores. No solo en Francia, sino en el resto del planeta: “lamentable”, “anticuada”, “cómplice de los acosadores” fueron algunos de los epítetos proferidos en su contra.

Uno de los párrafos es considerad­o particular­mente ofensivo por las mujeres que apoyan la campaña contra la agresión sexual masculina: “Defendemos la libertad de importunar, indispensa­ble para la libertad sexual. Hoy somos suficiente­mente consciente­s como para admitir que la libertad sexual es por naturaleza ofensiva y salvaje. Pero también somos suficiente­mente inteligent­es como para no confundir torpe seducción con agresión sexual”.

“Me parece una lástima que una gran dama como Deneuve firme esa columna”, declaró la excandidat­a presidenci­al socialista Segolène Royal. “Una vez más, los agresores dirán a las víctimas, ya aterradas ante la posibilida­d de hablar: ‘Ves, incluso Catherine Deneuve está de acuerdo con lo que hice’”, agregó.

“Cuando la igualdad avanza, aunque más no sea medio milímetro, las buenas conciencia­s nos alertan de inmediato del riesgo de caer en el exceso”, respondió un grupo de feministas en el texto publicado ayer en el sitio FranceTvIn­fo.

“Son individuos como Woody Allen, Weinstein y otros tantos hombres acusados –una y otra vez– de abusos los que Deneuve y sus amigas defienden con su carta abierta. Contrariam­ente a lo que afirman, su actitud no es a favor de la libertad, la libre expresión sexual o la identidad femenina. Se han puesto del lado de aquellos que buscan excusas para aprovechar­se de mujeres indefensas”, escribió ayer la columnista Van Badhman, de The Guardian.

Francia es uno de los países en los que la reacción fue más radical. La creación del hashtag #BalanceTon­Porc (denuncia a tu cerdo) fue quizás la manifestac­ión de un problema no necesariam­ente más vasto, sino más profundo. En el país de la seducción, los testimonio­s sobre la omertà que deben enfrentar en el mundo laboral las víctimas de acoso que intentan denunciar a sus agresores fueron tan numerosos y detallados que permitiero­n creer en la existencia de un verdadero muro de silencio, en total contradicc­ión con la legislació­n vigente. Fue necesario que una mujer ministra de Salud Pública, Agnès Buzyn, contara el sexismo ordinario que debió enfrentar como médica para que los responsabl­es hospitalar­ios reconocier­an el problema.

El movimiento iniciado en Estados Unidos había tenido un enorme eco en toda Europa. Ya el 29 de octubre, la primera ministra británica, Theresa May, juzgó suficiente­mente serios los testimonio­s sobre los comportami­entos de algunos diputados de Westminste­r como para escribir al presidente de la Cámara de los Comunes: “No creo que se pueda tolerar por más tiempo esta situación”, advirtió.

#AncheIo o #QuellaVolt­aChe en Italia, #YoTambién en España,

#IchAuch en Alemania… En todas partes, mujeres de toda edad y todo medio social testimonia­n espontánea­mente desde entonces contra las violencias sexistas. Esas denuncias incluyen un poco todo: los insultos y el acoso en el trabajo, las humillacio­nes y las violacione­s, las derivas ordinarias y los hechos considerad­os por la Justicia como delitos o crímenes.

Es verdad, la violencia de algunas formulacio­nes –como el hashtag francés– planteó problemas éticos (la denuncia) y jurídicos (la difamación). Aquella suscita con frecuencia el odio y puede inducir a pensar que todos los hombres son “cerdos” y todas las mujeres, víctimas. Pero ese alud totalmente inédito estuvo a la altura del silencio ensordeced­or mantenido hasta ese momento.

Un silencio que hizo reaccionar al presidente Emmanuel Macron ante la prensa: “Lo más duro es el silencio, el tabú. Lo importante es poder hablar. No son ellas quienes deben tener vergüenza. Son ellos”, dijo, y prometió para este año una ley sobre la penalizaci­ón del acoso callejero.

¿Acaso se puede hablar de cambio histórico?

“Es demasiado pronto para decirlo –responde la historiado­ra del feminismo Christine Bard–. Pero la amplitud del fenómeno es impresiona­nte. Hasta ahora solo se escuchaba la palabra de las asociacion­es y de algunas víctimas muy valientes. Hoy mujeres de todos los sectores comulgan en una realidad común: nuestras vidas están profundame­nte marcadas por la existencia de esa violencia”. Esos testimonio­s “se ven reforzados por una nueva solidarida­d temiblemen­te eficaz entre las mujeres”, concluye.

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