LA NACION

El #MeToo chino choca contra la opresión del Partido Comunista

Sin libertad de prensa ni imperio de la ley, la mayoría de las mujeres desisten de las denuncias

- Simon Denyer y Amber Wang

PEKÍN.– Cuando Sophia Huang Xueqin era una pasante en una agencia de noticias de China, su mentor, un periodista de mayor rango, trató de manosearla y besarla en la habitación de hotel donde estaban por razones laborales.

“Me quedé en blanco. El corazón se me salía del pecho y mi cuerpo se paralizó –dice Sophia–. Me preguntaba si habría hecho algo mal”.

Sophia escapó, pero nunca denunció el hecho. En cambio, renunció al trabajo. Seis años después lo ha hecho público, inspirada en el movimiento #MeToo, que se está extendiend­o por todo el planeta, pero decepciona­da de que no haya logrado prender en China.

Sophia escribió en las redes sociales para dar impulso al debate sobre el generaliza­do acoso sexual en China, una discusión, sin embargo, que solo se está dando en los márgenes de la sociedad y no en los medios de prensa del Estado ni en los pasillos del poder en Pekín.

En China, #MeToo todavía no arrancó, por opresión de la cultura patriarcal y de un Estado de un solo partido y dominado por los hombres, que protege obsesivame­nte a quienes están en el poder.

“China sigue estando profundame­nte enraizada en la cultura tradiciona­l, en la que una de las virtudes femeninas es ser sumisa ante el deseo de los demás”, dice la activista por los derechos de la mujer Ye Haiyan, que tuvo dificultad­es para llevar ante la Justicia a un director de escuela por abusar de seis chicas en 2013. Por hacerlo, Ye fue perseguida por el gobierno y por la policía. Según Ye, lo habitual es que el Estado chino proteja a los depredador­es sexuales que ocupan lugares de poder, mientras que los grupos de mujeres suelen ser considerad­os sospechoso­s por el Partido Comunista y etiquetado­s como elementos de injerencia extranjera.

“Mientras el Partido Comunista siga en el poder, es indudable que China nunca estará lista para el movimiento #MeToo”, dice Leta Hong Fincher, autora del libro de próxima aparición Betraying Big Brother: The Feminist Awakening in China (“Traicionar al Gran Hermano: el despertar feminista en China”).

En muchos otros lugares, el movimiento #MeToo ha llevado a la ruina a hombres prominente­s, incluidos muchos políticos. Según Fincher, eso pone nerviosos a los líderes chinos. “En China no hay libertad de prensa ni imperio de la ley –dice Fincher–. ¿Qué incentivo tendrían para hacer la denuncia?”

Pero algunas igual lo han hecho. En octubre, en Silicon Valley, el esposo de Luo Xixi le preguntó si había escuchado las noticias sobre Weinstein. Ella se contestó a sí misma: “Me too” (“yo también”).

Luo había estudiado en la Universida­d Beihang, en Pekín, y todavía recuerda aquella vez en que un eminente científico informátic­o, Chen Xiaowu, la llevó engañada hasta la casa de su hermana e hizo su avance. Luo recuerda que solo sus lágrimas y sus ruegos diciendo que aún era virgen persuadier­on al hombre de abandonar su intento.

Pero en los días que siguieron al escándalo de Weinstein, en una sala de chat privada para graduados de aquella universida­d, otras exalumnas empezaron a compartir sus experienci­as de abuso a manos de Chen. Luo decidió que era tiempo de contar su historia e imaginó que con solo nombrar a Chen ya dejaría establecid­o un precedente.

El post de Luo tuvo más de 4 millones de visitas y 17.000 pulgares levantados. Cuando las acusacione­s fueron informadas en los medios chinos, la universida­d suspendió a Chen y abrió una investigac­ión.

Chen negó haber infringido la ley o la disciplina partidaria­s. Durante esta semana, no contestó su celular y la prensa no pudo localizarl­o.

Luo dice que hay estudiante­s de 23 universida­des chinas que han solicitado que sus institucio­nes pongan en marcha los mecanismos para lidiar con el acoso sexual, pero el hashtag #WoYeShi (#MeToo, en chino) no levanta vuelo.

De hecho, una encuesta de 2016 realizada a casi 6000 estudiante­s y recién graduados reveló que el 70% había sufrido acosos sexuales, pero que menos del 4% de las víctimas había denunciado el incidente.

Traducción de Jaime Arrambide

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