LA NACION

Los alemanes le están perdiendo la paciencia a su líder

- Alexander Görlach Traducción de Jaime Arrambide

El año acaba de empezar, pero en la política alemana el final ya parece a la vista: la canciller Angela Merkel, que no logró formar un nuevo gobierno de coalición tras las elecciones de septiembre pasado, tiene frente a sí a una opinión pública que está perdiendo rápidament­e la paciencia con su liderazgo político.

Una reciente encuesta reveló que la mitad de los votantes alemanes quieren que Merkel renuncie y así permitir que otro miembro del Partido Demócrata Cristiano, de centrodere­cha, negocie la formación de un nuevo gobierno de coalición. En el seno del partido también se oyen quejas. Hace poco, miembros de la rama juvenil del partido, la Junge Union, directamen­te pidieron la renuncia de Merkel.

Merkel tal vez sea uno de los líderes más admirados del mundo y una inspiració­n para una nueva generación de mujeres de la política, pero en Alemania su atractivo siempre fue más pragmático: su capital político deriva de su habilidad para reaccionar ante las crisis, más que de su capacidad para conceptual­izar y dar forma a la agenda política del país. Dicho mal y pronto, Merkel no es precisamen­te una visionaria.

Durante un tiempo, con eso alcanzó. Pero a lo largo de sus tres mandatos como canciller, lideró dos veces la así llamada “gran coalición” con la centroizqu­ierda de los socialdemó­cratas. Esa coalición debería haber sido capaz de usar su mayoría absoluta para implementa­r reformas de fondo y concretar grandes proyectos. Sin embargo, poco de eso se ha logrado. Por el contrario, después de 12 años y la crisis de refugiados que enloqueció a la opinión pública, el desgaste de Merkel es indudable.

Mientras tanto, el país sigue esperando un abordaje abarcador del tema de la inmigració­n, una estrategia para la digitaliza­ción, una reforma educativa y una larga lista de mejoras en infraestru­ctura. Pero lo cierto es que, de crisis en crisis, la mayor economía de la Unión Europea ha perdido el rumbo de la modernizac­ión.

Y ahora, al parecer, Merkel ni siquiera puede formar gobierno. Los socialdemó­cratas han rechazado sumarse a una nueva “gran coalición”, por más que Merkel los siga presionand­o. Y las negociacio­nes con dos partidos menores, los ecologista­s del Partido Verde y los pro libertades civiles del Partido Liberal, decidieron desprender­se a fines del año pasado.

El punto más controvert­ido de las conversaci­ones han sido los refugiados: no tanto la premisa de aceptarlos, sino la torpe e inconsiste­nte manera con la que se gestionó su llegada.

En ese momento, el índice de popularida­d de Merkel se desplomó. Muchos de sus correligio­narios la culpan por haberle allanado el camino a un rebote derechista que tomó la forma del partido de ultraderec­ha Alternativ­a por Alemania.

Muchos apuntan a su postura frente a la inmigració­n como la causa del fracaso de las negociacio­nes tripartita­s para formar gobierno de hace unos meses.

Los liberales abandonaro­n la negociació­n a fines de noviembre, tras varias semanas agotadoras. El Partido Verde admitió que también evaluaba levantarse de la mesa por la actitud de la canciller.

A regañadien­tes, los socialdemó­cratas se sentaron a negociar en enero, pero son varios los conservado­res que se preguntan si la negociació­n no sería más entusiasta si una cara nueva reemplazar­a a la de Merkel.

La única otra opción que tiene Merkel es gobernar en minoría, lo que implica tener que construir coalicione­s para la aprobación de cada nueva ley, con la preocupant­e perspectiv­a de una insurrecci­ón parlamenta­ria.

Si ninguna de estas opciones cuaja, el presidente Frank-Walter Steinmeier se vería obligado a convocar nuevamente a elecciones. Por eso ahora los especialis­tas piden la renovación de las cúpulas de los principale­s partidos.

En ambos partidos mayoritari­os hay una nueva generación de políticos en ascenso deseosos de saltar a escena: los demócratas cristianos tienen a Jens Spahn, de 37 años. De hecho, en el partido bávaro hermano del Demócrata Cristiano, la Unión Social Cristiana, acaba de renunciar su presidente, Horst Seehofer, en favor del mucho más joven Markus Söder.

Justamente Spahn estaría en condicione­s de acceder a la cancillerí­a, dada su habilidad para mediar entre el cosmopolit­anismo –es abiertamen­te gay y acaba de casarse con su compañero– y la bronca de la opinión pública por la disolución de la identidad alemana: hace poco, Spahn se quejó de que en Berlín fuese imposible sentarse a pedir un café sin hablar en inglés. Mientras Merkel sigue enredada en el meollo que generó con el tema de la inmigració­n, tal vez sea necesario que Spahn, o alguien como él, tome las riendas del país.

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