LA NACION

La parodia costumbris­ta al servicio de la acción

- María Silvina Ajmat

★★★★. libro: Alfredo Staffolani. elenco: Luciano Cáceres, Valentina Bassi, Santiago Magariños, Joaquín Berthold. escenograf­ía: Agustín Garbellott­o. vestuario: Julieta Harca. luces: Fernando Berreta. producción: María Celia Vélez y Teatro Auditorium. dirección: Luciano Cáceres. sala: Piazzolla, del Teatro Auditorium (Bv. Marítimo 2280). funciones: viernes, a las 21; sábados y domingos, a las 21.30.

MAr deL PLATA.– L a sala Ástor Piazzolla del Teatro Auditorium tiene mil butacas y un escenario grande, lo suficiente para contener por ejemplo el espectácul­o que José María Muscari está haciendo en esta ciudad, con 25 artistas en escena. el primer desafío con el que se encontró Luciano Cáceres a la hora de montar El ardor, obra del bonaerense Alfredo staffolani, fue el espacio: resolver la puesta en escena de una obra intimista, más propia del circuito off, en semejante sala, abarcarla y provocar a esos mil espectador­es

es sin dudas la primera victoria del director, que además protagoniz­a la pieza.

rita (Valentina Bassi), Marco (Cáceres) y su hijo adolescent­e Manu (santiago Magariños) viven encerrados en su casa, pegoteados por el calor, porque el aire acondicion­ado no anda, aburridos y alcoholiza­dos. Lo que saben de lo que ocurre en el mundo es a través de unos binoculare­s con los que espían la calle, pero no se atreven a confrontar­la demasiado. no tienen internet; Marco, el padre de esta familia, no quiere. Pese a este mundo propio, aislado y endogámico, pese a la cantidad de diálogos frenéticos que componen la obra y pese a estar “desconecta­dos” de internet, esta familia no se comunica. evadir los problemas, apagar lo que quema con baldazos de agua fría, con alcohol, con palabras vacías, con gritos, terminará dinamitand­o una crisis irreversib­le y fatal.

La anécdota de la familia disfuncion­al en crisis no se completarí­a sin un personaje externo que viniera a desestabil­izar el enclenque equilibrio en el que se mantenía todo: esa persona es Antonio, interpreta­do por Joaquín Berthold, primo de Marco, que viene desde “el Paraná profundo” a pasar unos días con la familia. Con su carácter primitivo, directo, esencial, hace que todo lo que se tapaba para no desatar la tormenta estalle. incluso la tormenta, de verdad, que los mantiene ence- rrados, nerviosos, a punto de cometer una locura. Pero el ardor no se apagará con nada.

ideas como el desgaste de los vínculos, la dificultad de expresarse con libertad y la postergaci­ón del propio deseo en función de mantener ciertos parámetros y moldes sociales se presentan para la discusión en este trabajo.

Mientras la historia podrá sonar a cuento conocido para muchos y para otros un imán de identifica­ción, el verdadero hallazgo de esta propuesta es la particular­idad del montaje: Cáceres hizo añicos la escenograf­ía de living clásica, casi bidimensio­nal, realista, que suelen proponer las obras acerca de familias disfuncion­ales, y convirtió la escena en un tríptico al servicio de la acción. en el centro, el sillón del que la familia prácticame­nte no se mueve opera como una catapulta para un juego coreográfi­co que se convierte en un dispositiv­o de entrada y salida de personajes profundame­nte dramático. Los actores se tiran al vacío todo el tiempo. esa es su salida de escena (colchoneta mediante, suponemos, porque no la vemos). A la izquierda, una calle con regaderas que se activan para empapar de lluvia a los ardientes personajes. A la derecha, un baño con baldes que cada personaje vuelca sobre sí mismo a través de otro dispositiv­o. en el fondo, una pantalla que muestra mucho de lo que ocultan y distribuye imágenes que también son acción y son nuevas puntas de estímulo para el espectador, un espectador que debe ser creativo, curioso, que debe estar dispuesto a dejarse sorprender y provocar más allá de la literalida­d. La belleza de las metáforas contenidas en esta obra, tanto en el texto, interesant­e trabajo de staffolani, como en la dramaturgi­a de los actores y del director, convierten a El ardor en una de las propuestas más ricas de la cartelera marplatens­e en esta temporada de verano.

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La puesta montada en Mar del Plata realza los efectos de la obra

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