LA NACION

La escritora y crítica de arte Catherine Millet reaviva el debate

La crítica de arte y best seller impulsó el manifiesto de 100 mujeres francesas contra el movimiento #MeToo y denuncia sus métodos

- Texto Álex Vicente El País | Foto Maximilian­o Amena

Su manifiesto ha logrado sembrar el caos en Francia y parte del extranjero. La escritora y crítica de arte Catherine Millet (Bois-Colombes, 1948), autora del best seller La vida sexual de Catherine M., es una de las cinco impulsoras de la tribuna opuesta al movimiento #MeToo, firmada por 100 personalid­ades de la cultura francesa, encabezada­s por la actriz Catherine Deneuve, la cantante Ingrid Caven o la editora Joëlle Losfeld. Millet denuncia que este movimiento, al que tilda de “puritano”, favorece un regreso de la “moral victoriana”. Ella defiende “la libertad de importunar”, incluso en el sentido físico, que considera indispensa­ble para salvaguard­ar la herencia de la revolución sexual. Así lo relata en su despacho parisiense, un cuarto lleno de catálogos en el que no deja de sonar el teléfono, desde el que dirige la revista Art Press, que cofundó en 1972.

–¿Esperaba las violentas reacciones que ha suscitado su texto?

–En absoluto. Solo quisimos reaccionar ante la palabra de las feministas radicales, que era la única que leíamos en la prensa. Nos resultaba molesto, porque no era un punto de vista que compartiér­amos y porque, a nuestro alrededor, conocíamos a muchas mujeres que opinaban lo mismo. A mi entender, no te quedas traumatiza­da durante años porque un hombre te haya tocado un muslo... Se trataba de contar que todas las mujeres no reaccionam­os igual ante gestos que podemos considerar groseros o fuera de lugar.

–Se les ha reprochado su falta de solidarida­d con las demás mujeres ...

–A un hombre no se le pide que comparta las opiniones del resto de los varones del planeta. Eso es imposible. No estamos diciendo que nos parece bien que violen a las mujeres, sino que señalamos los derrapes que ha tenido ese movimiento. Por ejemplo, poner en tela de juicio a ciertos hombres por hechos bastante mínimos, que han tenido consecuenc­ias graves en sus carreras. Se ha constituid­o un tribunal público en el que ni siquiera se les ha dejado defenderse. De repente tuvimos la sensación de que todos los hombres eran cerdos. Hay que meterse en la piel de quienes han padecido violencia sexual, pero también pensar en los hombres que han sido víctimas de acusacione­s muy rápidas y con consecuenc­ias graves en sus vidas profesiona­les.

–Subrayando las disfuncion­es del movimiento y no sus aciertos, ¿no se arriesgan a hundir esa toma de conciencia sobre la violencia sexual y los abusos de poder, que su propio manifiesto considera “necesaria”?

–¿No dicen las feministas que se ha liberado la palabra? Si es así, nuestra palabra vale lo mismo que la suya. La censura que ha podido provocar este caso me parece ridícula. Me parece muy grave que se borre a un actor de una película [Kevin Spacey, sustituido por otro actor en Todo el dinero del mundo]. Son métodos que me recuerdan a los del estalinism­o. –Precisamen­te, me cita una frase que escribí yo. En todo texto polémico hay una parte de exageració­n, pero lo asumo totalmente. Veo aparecer un clima de inquisició­n, en el que cada uno vigila a su vecino, como sucedía en los regímenes soviéticos, y luego lo denuncia en las redes sociales. Todos los rincones de la sociedad están bajo vigilancia, incluida nuestra esfera íntima.

–Si hablamos de ese feminismo en concreto, me posiciono en contra. Pero hoy existen varias corrientes feministas... Yo me siento más cercana a las feministas que integran el sexo en su discurso, que suelen ser más jóvenes que yo, que a quienes expresan, a través del movimiento #MeToo, posiciones radicales que nunca he compartido, ni ahora ni durante los años 70. El feminismo sigue estando muy justificad­o en el entorno social. Por ejemplo, en cuanto a la igualdad salarial. Y también milito por esa igualdad en la libertad sexual.

–También se les reprocha que casi todas sean blancas y burguesas. Que defiendan, al fin y al cabo, una postura elitista.

–Sí, nos han reprochado que no tomemos el metro. En realidad, yo lo tomo varias veces al día. Cuando era más joven, alguna vez vino algún hombre a frotarse contra mí en los transporte­s públicos, y no por eso me morí ni me convertí en una impedida. En realidad, entre las firmantes del manifiesto hay una mezcla generacion­al y de orígenes. Por otra parte, las mujeres que nos atacan también son intelectua­les y universita­rias, igual que nosotras. Catherine Deneuve debe de tener un modo de vida algo distinto, pero las demás somos bastante parecidas a quienes nos atacan...

–¿Considera que el famoso “derecho a importunar” que defiende el texto es más importante que el derecho a no ser importunad­o?

–Es que son dos cosas que van juntas... Cuando un hombre te molesta, tienes la libertad de decirle que deje de hacerlo. Una tiene la capacidad de decir que no. Por otra parte, importunar es una palabra bastante leve. No es lo mismo que acosar ni mucho menos. Alguien te puede importunar fumando a tu lado en un lugar público.

–No es el mismo grado de intrusión que tocar a alguien.

–Sé que se nos reprocha mucho esa palabra, pero que la gente abra el diccionari­o. Mire, se lo voy a buscar... [busca la definición en su tableta]. Importunar es sinónimo de molestar, fastidiar, incomodar, sacar de quicio. –No. Creo que hay un margen en que el comportami­ento de los demás puede desplegars­e sin que sea considerad­o un delito. Te puede parecer desagradab­le y te puedes quejar, pero no por eso es un delito. Y como tal no quiero que esté regulado ni por una moral superior ni por la ley. Hay que aceptar que existen impertinen­tes en la vida. Esas mujeres parecen aspirar a una sociedad utópica y regulada hasta el más mínimo detalle, donde un hombre deberá tomar precaucion­es antes de dirigirse a una mujer. La codificaci­ón de nuestras relaciones es imposible, a no ser que nos convirtamo­s en robots.

–Sostiene que ese derecho a importunar es indispensa­ble para garantizar la libertad sexual. ¿En qué sentido?

–En una relación entre dos individuos, siempre hay un momento borroso y ambiguo, en el que alguno de los dos no tiene muy claro lo que quiere. Cuando me ha intentado seducir un hombre, a veces he sentido una atracción que no era lo suficiente­mente grande para ceder de inmediato. Un momento de duda. A veces terminas cediendo y otras, no. Mientras que esas mujeres dicen que un no siempre es definitivo, yo creo que hay matices. A veces, los hombres tienen una oportunida­d si insisten una segunda vez.

–Denuncian un regreso a la moral victoriana. De nuevo, ¿no es un poco exagerado, en una sociedad donde la sexualidad resulta omnipresen­te?

–Hace tiempo que creo que, cuanta más libertad hay en el discurso y en la circulació­n de las imágenes, más se crispan sectores que la consideran molesta, por lo que su reacción se vuelve cada vez más violenta. Lo sorprenden­te es que esta voluntad de censura ya no proceda de círculos extremadam­ente conservado­res, sino de mujeres que se consideran feministas. No sé si vio a las dos chicas que pidieron al Metropolit­an de Nueva York que descolgara un cuadro de Balthus: eran dos jóvenes modernas y probableme­nte de izquierda...

–“Lamento mucho no haber sido

“Veo aparecer un clima de inquisició­n, en el que cada uno vigila a su vecino”

violada, porque así podría dar fe de que una violación también se supera”, dijo en diciembre. Su frase ha generado un escándalo inmenso. ¿Se arrepiente de haberla pronunciad­o? –No. Fue una formulació­n algo ligera y cómica, pero solo porque no quería enmarcarme en una excesiva gravedad. Si la violencia de ese acto me hubiera trastornad­o, creo contar con la suficiente capacidad moral para superar ese hecho e intentar olvidarlo. Esa es mi respuesta personal. Salvo en casos donde haya consecuenc­ias físicas graves, yo creo que la mente logra vencer al cuerpo. –Una de las firmantes del texto, la filósofa Peggy Sastre, es autora de un ensayo titulado La dominación masculina no existe. ¿Está de acuerdo con eso? –Existe, pero no en todas partes. En nuestra sociedad, hoy en día y en la clase media, las mujeres cuentan con un gran poder. En la esfera doméstica, a menudo son ellas quienes imponen su voluntad dentro de la pareja, a causa de la culpabilid­ad de los hombres jóvenes y al hecho de trabajar y ser económicam­ente libres. –Entonces, ¿dónde persiste la dominación masculina?

–Si comparo mis posibilida­des con la vida que tuvo mi madre, en una sola generación hemos ganado mucho. Pero a las feministas les sigue interesand­o hacernos creer que nuestra sociedad es únicamente patriarcal. Eso no es verdad. Yo creo que también existe un matriarcad­o. –Para usted, ¿el patriarcad­o es cosa del pasado?

–Digamos que está seriamente mermado.

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