LA NACION

En una visita emotiva, el Papa llevó esperanza a una cárcel de mujeres

Francisco visitó por la tarde el Centro Penitencia­rio Femenino de San Joaquín, donde cientos de presas escucharon su mensaje

- Elisabetta Piqué

SANTIAGO, Chile.– Le brotaron lágrimas de dolor, pero también de esperanza a Janeth Zurita, de 35. Ella fue la “elegida” del Centro Penitencia­rio Femenino San Joaquín, de esta capital, para hablar ayer ante el Papa en nombre de los demás presos de Chile, uno de los momentos más emotivos de la jornada.

Como en casi todos sus viajes internacio­nales, Francisco –que siendo arzobispo de Buenos Aires visitaba periódicam­ente a detenidos, con quienes ahora sigue en contacto telefónico– también esta vez quiso llevarles una palabra de consuelo. “Estar privadas de libertad no es sinónimo de pérdida de sueños y de esperanza. Todos tenemos que pedir perdón, yo el primero”, les dijo. “¿Y saben qué suelo hacer yo en los sermones? Le digo a la gente: ‘A ver, todos somos pecadores... ¿alguno no tiene pecados? Levante la mano’. Ninguno se anima a levantar la mano”, agregó, provocando aplausos y gritos. “Una condena sin futuro no es una pena, es una tortura”, también dijo. “La sociedad tiene la obligación de reinsertar­las a todas. Y cuando digo a todas, digo a cada una. ¡Eso métanselo en la cabeza y exíjanlo! ¡No se dejen cosificar!”, arengó. “No se dejen cosificar!”.

Con entre 500 y 900 presas, el Centro Penitencia­rio Femenino San Joaquín es seguido por la Iglesia local, a través del servicio para la pastoral carcelaria. Es la hermana Nelly León, que, con garra, dirige todo y ayuda a sus “chicas”. Al hablar ante el Papa, de hecho, Nelly denunció que “en Chile se encarcela la pobreza”. “El 51% han sido condenadas por microtráfi­co de droga y otros delitos vinculados con ello, todos relacionad­os con la pobreza”, explicó a la nacion la hermana Nelly.

Para la histórica visita de Francisco, este sitio gris, rodeado de rejas y alambrados de púas, se tiñó de colores. Detenidas de todo Chile prepararon para el Papa cintas de todos los colores con frases dichas por él en penales, que fueron colgadas desde el techo del gimnasio donde tuvo lugar el encuentro.

También había flores y grullas de origami –símbolos de paz y de esperanza–, realizadas por las detenidas, que esperaron a Francisco, que fue recibido como un héroe, cantando y bailando, engalanada­s para la ocasión con pañuelos blancos. “Las chicas han trabajado indistinta­mente de su religión, porque el Papa es transversa­l, él trasciende la religión católica”, aseguró la hermana Nelly, tan emocionada como sus “chicas”.

Historia de vida

El momento del testimonio de Janeth fue el más emotivo. “Quiero agradecerl­e por haber pensado en las mujeres privadas de libertad, porque cuando lo hizo sé que también pensó en nuestros hijos e hijas”, dijo Janeth.

Ella conoció la cárcel con tan solo un año de edad, porque su padre también –condenado por robo– estuvo detrás de las rejas, en otro centro, hasta que ella tuvo 18 años. Al salir de allí, su papá puso un negocio de muebles, pero poco después lo asesinaron de un balazo en la cabeza. Entonces, para que su familia pudiera sobrevivir, se puso a traficar pasta base, lo que la enriqueció. Años más tarde, repitió el destino familiar, al ser condenada a 15 años de prisión.

“Papa amigo, nuestros hijos son los que más sufren por nuestros errores. Con nuestra privación de libertad sus sueños se les truncan y este es un profundo dolor para nosotras”, dijo esta mujer, madre de un niño.

Janeth contó que, al igual que otras detenidas, gracias a capellanes, agentes de pastoral y voluntaria­s, conoció “la ternura y misericord­ia de Dios”. Destacó, de hecho, que la pastoral creó programas, como los Espacios Mandela, para que las presas vivan con mayor dignidad, que los capacitan en un oficio “que nos da las herramient­as para enfrentar la vida cuando recuperemo­s la libertad”.

“Papa Francisco, papa amigo de los pobres y descartado­s, le pido en nombre de todos y todas las privadas de libertad que de hoy en adelante tenga presente en sus oraciones a nuestros hijos y a nosotras; y le pido que le diga a Dios que tenga misericord­ia de nuestros niños y niñas, ya que ellos también cumplen una condena siendo inocentes”, dijo.

“Nos hemos equivocado, hemos hecho daño y hoy públicamen­te y ante usted, papa Francisco, pedimos perdón a todos los que herimos con nuestro delito. Sabemos que Dios nos perdona, pero pedimos que la sociedad también nos perdone”, concluyó, emocionada.

“Hoy estás privada de libertad, pero no significa que esta situación sea el fin. De ninguna manera. Siempre mirar hacia adelante, hacia la reinserció­n en la vida corriente de la sociedad”, alentó, a su turno, el Papa, que al llegar bendijo a bebes y estrechó manos, emocionand­o hasta las lágrimas a los presentes.

“Todos sabemos que muchas veces, lamentable­mente, la pena de la cárcel se reduce sobre todo a un castigo, sin ofrecer medios adecuados para generar procesos. Y eso está mal”, lamentó.

“En cambio, estos espacios que promueven programas de capacitaci­ón laboral y acompañami­ento para recomponer vínculos son signo de esperanza y de futuro. Ayudemos a que crezcan”, pidió. Y recordó que “la seguridad pública no hay que reducirla sólo a medidas de mayor control sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad”.

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Reuters El papa saludó ayer a las mujeres del Centro Penitencia­rio Femenino

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