LA NACION

Un nuevo Liniers: veredas libres para caminar y negocios sin competenci­a

En el barrio hay satisfacci­ón por el desalojo de los manteros; policías y agentes porteños custodian la zona para evitar que regresen; quedaron baldosas rotas y sucias, y olor a comida

- Valeria Musse LA NACION

Con las veredas despejadas de vendedores ambulantes y policías apostados en las calles, el centro comercial de Liniers cambió radicalmen­te su fisonomía en estos últimos días. Inquilinos y dueños de locales se muestran esperanzad­os: sin competenci­a desleal, esperan repuntar las ventas. Los vecinos, en tanto, destacan que ahora pueden caminar por su barrio, aunque aún persisten inconvenie­ntes para hacerlo con total normalidad. El desalojo de casi 500 puestos ilegales dejó a la vista el mal estado de las veredas en los alrededore­s de la avenida Rivadavia y la General Paz.

Como si estuviera recorriend­o un riesgoso circuito, Rosa Aguilar blandía su chango rosa de un lado a otro tratando de evitar los desniveles en la vereda de la calle Ramón Falcón. Se podía oír cómo sonaba la botella de vidrio que se golpeaba dentro del carrito cada vez que una baldosa le jugaba una mala pasada a la vecina. “Ahora deberían ocuparse de arreglar esto. Alguien se puede caer”, reflexiona­ba la mujer con la vista fija en el piso.

Elio Pizzoferra­to, de 83 años, se apoyaba en su bastón para caminar con seguridad. “Es otra cosa el barrio. El hecho de que todos podamos hacer uso del espacio público es un gran cambio. De todas maneras, me preocupa que esa gente pueda trabajar en otro lugar”, opinó. Mirta Colaso, otra vecina de Liniers, volvió a creer que puede recorrer el barrio “con tranquilid­ad”. Siente que los vendedores ambulantes se habían “adueñado de la calle” y que, semana a semana, se extendían cada vez más por las veredas, según dijo a la nacion mientras paseaba a su pequeño perro.

A pocos metros de ella, tres efectivos de la Policía de la Ciudad custodiaba­n la esquina de Falcón y José León Suárez, uno de los puntos donde más se concentrab­a el comercio ilegal. Esa zona, contaron algunos vecinos, solía transforma­rse en una especie de acceso peatonal por la gran cantidad de gente que circulaba por Suárez desde Rivadavia y se veía obligada a caminar por la calzada debido a que las veredas estaban “colapsadas”. Sábados y domingos no había suficiente espacio para moverse con libertad, afirmaron los consultado­s.

Desde temprano, personal de Espacio Público y de Tránsito se desplaza por Rivadavia para supervisar el área, mientras que los uniformado­s se mantienen en posiciones más estáticas. Se pueden distinguir grupos dispersos de exmanteros que se reúnen a dialogar entre sí, pero la calma rodea al barrio. Durante un tiempo, vecinos y comerciant­es deberán convivir con este despliegue de agentes, tal como ocurrió en Once y en Flores cuando se realizaron operativos sorpresa similares para despejar las veredas de vendedores ilegales.

“No tenemos nada en contra de los puesteros, pero en los últimos dos años, sobre todo, nuestras ventas cayeron un 50%. Todo se volvió aún más incontrola­ble cuando empezaron a instalarse manteros desalojado­s de Once y de la avenida Avellaneda”, explicó Facundo, due- ño de una zapatería sobre Rivadavia. Su mujer, Griselda, asentía con la cabeza. Aunque la pareja había logrado imponerse y conseguir que ningún vendedor se instalara justo enfrente de su local, a escasos metros alguien ofrecía calzado y eso afectaba su recaudació­n diaria.

Como ellos, a menudo inquilinos o propietari­os de los locales “peleaban” por su espacio. Alquilar un negocio en las calles paralelas o transversa­les a Rivadavia puede costar $35.000 mensuales y la cifra asciende a $50.000 sobre la avenida, estimaron los comerciant­es. “Nunca permití que alguien se pusiera a vender en mi vereda. Yo pago todo lo que correspond­e para trabajar”, indicó Marta Guzmán. Ahora tiene una preocupaci­ón menos, reconoció a la nacion. Bastó preguntarl­e cómo había cambiado el barrio para que, tras realizar un largo suspiro, la mujer dijera: “Ah... Quedó hermoso. Es otro Liniers”. Su colega Mauricio Mugrali deseó: “Esperemos que esta situación dure”. Hacía tiempo que ansiaban este operativo para liberar el espacio público. Liniers era el último punto conflictiv­o de la venta clandestin­a.

Aromas

Aunque ya no hay puestos ilegales de ningún tipo, todavía persiste el olor fuerte que solía sentirse en la calle Ibarrola. A lo largo de un par de cuadras de esa arteria estaban instalados muchos de los vendedores informales que ofrecían comidas típicas. El aroma parece impregnado en el aire. Juan Carlos, que hace 10 años vive a una cuadra de la terminal de micros, opinó: “Espero que este olor se vaya con el tiempo. La comida no tenía conservaci­ón y con las altas temperatur­as se hacía peor. Incluso las veredas están como manchadas de aceite. Yo sé que la gente necesita trabajar, pero no puede hacerlo en esas condicione­s. Ojalá les encuentren un buen espacio”.

Santiago, otro vecino, consideró como “muy positivo” al desalojo. “Las veredas son de todos”, dijo a la nacion al salir del edificio donde vive en la calle Falcón. No era fácil transitar esa vereda. Recordó que, después de las 21, cuando los vendedores ilegales levantaban sus puestos, “quedaba basura por todos lados, bolsas de residuos tiradas a lo largo de la calle”.

Consultado­s por el mal estado de las veredas, fuentes oficiales indicaron que se encarará una puesta en valor de la zona similar a la que se realizó en Once, lo que incluye mantenimie­nto de las baldosas y nuevo mobiliario urbano en 38 cuadras, entre otras mejoras.

Elio Pizzoferra­to vecino “Es otro barrio. Que podamos hacer uso del espacio público es un gran cambio” Marta Guzmán comerciant­e “Yo pago todo para trabajar. Nunca permití que vendieran en mi vereda”

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