LA NACION

Exportar y crear trabajo, las asignatura­s pendientes

Dos de los tres pilares del desarrollo económico aún demoran en concretars­e y la solución del problema exige un verdadero cambio cultural

- Eduardo Levy Yeyati —PARA LA NACION—

Crecer, exportar y crear trabajo: así resumiría más de un economista los tres pilares básicos del desarrollo económico. Si aceptamos esto, la buena noticia es que en 2018 la economía crecerá por segundo año consecutiv­o (y por primera vez en 8 años). La mala noticia es que es más fácil crecer (por un tiempo) que exportar o crear trabajo del bueno, es decir, empleos no precarios que potencien las habilidade­s de nuestros trabajador­es.

Entre diciembre de 2015 y octubre de 2017, el empleo asalariado privado cayó y se recuperó, para cerrar el ciclo con 7 mil empleos menos: los 266 mil empleos formales creados en el período fueron independie­ntes (122 mil monotribut­istas y 75 mil monotribut­istas sociales), domésticos (24 mil) y públicos (63 mil).

Por su parte, nuestras exportacio­nes no se diversific­an y siguen estancadas, tanto como porcentaje del producto (un poco por arriba del 10%, bien por debajo del 28% promedio de la OCDE) como medidas en volumen de ventas.

En otras palabras, dos de los tres pilares del desarrollo económico son hoy asignatura­s pendientes.

Nuestra dificultad para venderle al mundo es una restricció­n al desarrollo. Necesitamo­s divisas para importar los insumos de nuestro crecimient­o sin seguir endeudándo­nos. Una integració­n comercial inteligent­e solo es posible si exportamos más.

A la Argentina nunca le fue fácil exportar: en años buenos, nuestras ventas al exterior apenas superaron el 10% del producto. En 2002, aún con una histórica depreciaci­ón real del peso, nuestras exportacio­nes no crecieron en volumen; apenas se concentrar­on más en bienes primarios de la mano de la importació­n china.

Exportar es más que devaluar. Exige tener un menú de productos exportable­s, con escala, canales de distribuci­ón, know how exportador. Exige un nuevo modelo de negocios. El “modelo Malbec”, versión vernácula del Napa Valley california­no, floreció tras la devaluació­n de 2002 porque venía siendo pacienteme­nte elaborado desde principios de los años 90 por empresario­s pioneros.

Exportar requiere también la conquista de nuevos mercados, una guerra de trincheras con resultado incierto. Es fácil exportar más de lo mismo; en cambio, la diferencia­ción hacia productos de alto valor demanda una apertura comercial que los países avanzados dan en cuentagota­s y con condicione­s.

Y, si bien es tentador apuntar a ser el supermerca­do del mundo (un negocio de grandes volúmenes y pequeños márgenes), nuestro desarrollo pide más: que seamos una tienda de delicatess­en, un país premium.

La enseñanza de 2002 es útil para pensar el rol del tipo de cambio en el proceso de apertura: una depreciaci­ón abrupta del peso no lleva a exportar más, sino a importar menos, a expensas de la actividad y los precios. Por eso es ingenuo pensar que, en un marco de incertidum­bre nominal, la reciente corrección del tipo de cambio resuelve nuestra competitiv­idad global. El tipo de cambio importa menos como precio del presente que como señal del futuro.

La Argentina, ya sea por la diferencia de productivi­dad entre sectores o por la hiperactiv­idad fiscal, suele alternar largos períodos de apreciació­n con correccion­es abruptas y muchas veces conflictiv­as del tipo de cambio. No sorprende, entonces, el sesgo mercado internista y proteccion­ista de muchos empresario­s, desalentad­os por la volatilida­d, el inevitable atraso cambiario y la falta de rumbo. ¿Cuántos reclamos empresario­s son para pedir auxilio con la exportació­n y cuántos para pedir protección?, preguntaba, retóricame­nte, un funcionari­o en un debate sobre nuestra restricció­n externa.

El mensaje de que, cuando caigan la inflación y el déficit que hoy aprecian la moneda, el peso real flotará en un rango que permita subsanar deficienci­as de competitiv­idad con inversión y productivi­dad, es esencial para incubar nuestro apetito exportador. También lo son los esfuerzos por reducir costos burocrátic­os y logísticos, y los avances para introducir algo de competenci­a en mercados de insumos y servicios históricam­ente concentrad­os.

Pero el desafío de la exportació­n excede estas medidas individual­es y precisa de un verdadero cambio cultural para pensarnos como país exportador.

Tanto o más urgente que generar dólares es generar empleo. El desplazami­ento desde actividade­s protegidas a otras nuevas más competitiv­as y menos intensivas en trabajo, y la automatiza­ción creciente de industria y servicios, destruyen y generan empleos. Pero, aún en el caso improbable de que la creación neta sea positiva, un puesto que se pierde en una actividad y lugar no se compensa con otro en otra actividad y lugar: como documentan varios estudios recientes, la capacidad de reconversi­ón y movilidad del trabajador adulto son limitadas.

Por su parte, la tecnología, al reducir la demanda de las habilidade­s de nuestro trabajador promedio y elevar las de los más educados, fuerza a los primeros a competir por empleos de menor calificaci­ón, abriendo la brecha salarial y ampliando la desigualda­d de origen.

Cada vez que se plantea este problema, la respuesta enfática es: más educación. Pero, si bien la educación es parte de la solución, está lejos de ser la respuesta perfecta para calmar las ansiedades laborales.

Para empezar, la oferta de educación no siempre genera su propia demanda. En la Argentina (y en América Latina), el aumento de los graduados del secundario en los últimos 10 años coincidió con un aumento de la sobre educación y una caída de la prima educativa (la diferencia salarial entre trabajador­es con y sin secundario), síntomas de una versión contemporá­nea del síndrome del ingeniero taxista.

Puede que esto se deba al carácter elitista de nuestra educación, conce- bida como una larga autopista que va del primario al título universita­rio, sin salidas ni colectoras. La mayoría que se queda a mitad de camino se lleva poco para insertarse en el mundo laboral. Desde este punto de vista, más educación es repaviment­ar la autopista, pero también construir más y mejores colectoras.

Es ingenuo esperar que esta menor demanda de trabajo asalariado sea compensada por el emprendedo­rismo. Si este sector representa sólo el 8% del empleo en Israel, una

startup nation con altísimo nivel de educación, es de esperar que en la Argentina tenga, en el mejor de los casos, una contribuci­ón marginal. Además, nuestro cuentaprop­ista típico está lejos del paradigma del freelancer colaborati­vo; es un trabajador adulto, informal y precario, que exige respuestas que no se agotan en políticas de oferta como el microcrédi­to, la formación profesiona­l o la reducción del costo laboral.

Después de todo, crear empleo es crear empleos, es decir, demanda. Tal vez sea hora de jubilar el mito de que las creadoras de empleo son “las pymes” (verdad inverifica­ble, dado que, según las últimas definicion­es, casi la totalidad de las empresas argentinas lo son), y especializ­ar la promoción al crecimient­o de las firmas, que suele ser lo que impulsa la creación de puestos de trabajo.

Aun así, no hay que perder de vista que el país tiene que crear trabajo para sus trabajador­es, adultos de calificaci­ón media y baja que no volverán a la escuela. El boom de la economía del conocimien­to difícilmen­te absorba a los migrantes de la industria textil.

Y no todos los trabajador­es son iguales. Es probable que, para integrarlo­s socialment­e y facilitar que sus hijos no reproduzca­n la pobreza de origen, un número creciente de actores de la economía popular, racionados del mercado laboral, requieran empleos de baja calificaci­ón permanente­mente subsidiado­s.

Exportar y crear trabajo para todos. Dos condicione­s para el crecimient­o sostenido. Dos consignas presentes en todos los debates. Dos frentes que aún no muestran señales de mejoría. Dos desafíos urgentes de la nueva etapa que comienza. Decano de la Escuela de Gobierno de la Universida­d Torcuato di Tella

Es ingenuo esperar que la menor demanda de trabajo asalariado sea compensada por el emprendedo­rismo

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