catalejo Zona de riesgo
La siempre insegura seducción masculina entró en definitiva zona de riesgo desde que toda la mugre escondida de los acosos sexuales y sus peores derivaciones escabrosas están saliendo, por suerte, a la luz.
La cuestión es cómo lograr un equilibrio sin derrapar hacia el otro extremo: un puritanismo impuesto por miedo y por una corrección política rígida, timorata y alarmista.
Cuando ya se insinuaba una caza de brujas sin retorno, llegó el necesario matiz –cuando no, desde Francia– de las intelectuales y artistas galas dispuestas a seguir concediendo al hombre el derecho a insistir, y hasta torpemente, si se siente atraído por una mujer. Eso nada tiene que ver con acosar ni con machismos trogloditas a lo Cacho Castaña.
“De repente tuvimos la sensación de que todos los hombres eran cerdos”, opina la escritora Catherine Millet, impulsora del manifiesto que discrepa del movimiento #MeToo (y que se explaya en la página 20 de esta misma edición). Cualquier pensamiento perimido con poder –desde la moral victoriana hasta el estalinismo y, por supuesto, lo más cerril al respecto de varias religiones y también del feminismo más recalcitrante– puede convertirse en un elefante en el bazar de la delicada cristalería sexual.