LA NACION

Capitanes para ganar

- Ezequiel Fernández Moores

El ingeniero francés pidió a sus alumnos que tiraran de una soga. Uno contra uno. Luego en grupo. La fuerza se multiplicó, claro. Pero las mediciones demostraba­n sin embargo que, dentro del grupo, cada alumno había bajado su fuerza individual. Otros científico­s retomaron el mismo ejercicio, pero gritando. Y, otra vez, los gritos individual­es cedían cuando el esfuerzo pasaba a ser colectivo. Armaron parejas. A uno de los miembros le avisaban que su compañero era de los que dejaban absolutame­nte todo. La fuerza individual esta vez no decayó. El mayor esfuerzo de uno contagiaba al resto. Lo cuenta el periodista Sam Walker para decir que los dieciséis equipos más grandes en la historia del deporte mundial (un

ranking que él mismo elaboró según el sistema de puntuación Elo) podían no tener similar poderío económico y ser más, o menos, tácticos. Pero sí tenían un punto en común: el carácter de un líder cuyos bajo perfil, enorme control emocional y sacrificio inagotable terminaban contagiand­o al resto. Así escribió Capitanes.

El único equipo que repite su nombre en la lista de los dieciséis mejores es los All Blacks. En Legado, su formidable libro sobre cómo se construyó la selección de rugby de Nueva Zelanda, James Kerr privilegia el liderazgo del entrenador Graham Henry y del capitán Richie McCaw. Walker, fundador de la sección Deportes del Wall Street Journal, mira en cambio a Buck Shelford, tan resistente a los golpes brutales de jugadores franceses en 1986 que, solo dentro del vestuario después de la batalla, con tres dientes menos, al sacarse los pantalones, un compañero avisó la sangre en la entrepiern­a. Shelford había terminado jugando con el escroto desgarrado por los tapones de un rival. Un testículo colgaba entre las rodillas. Le aplicaron dieciséis puntos. Shelford, maorí, tomó una primera decisión cuando fue designado capitán, apenas después de la conquista de la primera Copa del Mundo de 1987. Revitalizó el haka. Los All Blacks jamás perdieron bajo su capitanía y su exclusión polémica en 1990, según Walker, explica al menos parcialmen­te por qué Nueva Zelanda tardó 24 años en volver a ganar el Mundial.

El ranking de Walker pide equipos que hayan hecho algo único. Por eso no están los Chicago Bulls de Michael Jordan, seis veces campeones, y sí los Boston Celtics de Bill Russell, que medio siglo antes ganaron once títulos en trece años. El otro equipo NBA elegido es San Antonio Spurs, cinco veces campeón, pero que lleva dos décadas entre los mejores. El líder señalado por Walker es Tim Duncan. Más bajo perfil imposible. Su entrevista del retiro fue en la cocina de su casa, su esposa filmando, un amigo preguntand­o y el perro Cruz como testigo. Walker los vio jugar de cerca. Advirtió que no paraban de hablar. “Cinco amigos en una mesa de black jack averiguand­o cómo hacer saltar la banca”. Walker acepta la influencia enorme del técnico Gregg Popovich. Y más aún del “sistema” Spurs. El equipo siempre primero. Pero cuenta que Duncan, que hablaba con los ojos, sigue presente en las sombras. Y que Manu Ginóbili aprendió de su liderazgo. El mismo Ginóbili que, según contó el DT Sergio “Oveja” Hernández, lo llamó años atrás en su vuelta a la selección argentina para decirle que, en su opinión, Luis Scola debía seguir siendo el capitán del equipo. Capitanes se llamó también un ciclo de entrevista­s de Juan Pablo Sorin años atrás para la TV Pública. La de Scola fue notable. “Todos tenemos cosas para aprender todos los días y hasta el último día. Seguir aunque creamos que jamás podremos hacerlas. Saber que hemos dejado todo”.

El libro de Walker fue cabecera en 2017 de los entrenador­es de las seleccione­s de fútbol y rugby de Inglaterra, Gareth Southgate y Eddie Jones. Los capitanes de Walker pueden jugar más que al límite del reglamento si el equipo lo precisa, como hizo una vez la voleibolis­ta cubana Mireya Luis en una final ante Brasil. Confrontar duramente con el entrenador, como Valeri Vasiliev, capitán de la selección de hockey sobre patines de la URSS en los 80. O con el club, como se atrevió Philip Lahm cuando creyó que Bayern Munich perdía el rumbo. Rompen su bajo perfil para defender al equipo. En fútbol, el ranking de Walker privilegia cronológic­amente primero a la gran Hungría de los 50 y señala a Ferenc Puskas. Y luego al Brasil bicampeón 58-62, pero no elige a Pelé ni a Garrincha, sino el carácter enorme del capitán Hilderaldo Bellini.

La puntuación Elo del ranking de Walker ubica igualmente como número uno del fútbol al Barcelona de Pep Guardiola. Y señala a su primer capitán Carles Puyol. Cuando faltan seis meses para Rusia, es inevitable advertir que la selección argentina tiene como capitán al que también es su as de espadas. Al DT Jorge Sampaoli, se sabe, le gusta mandar desde la pelota. Y allí, está claro, nadie mejor que Leo Messi, cada vez más jugador de toda la cancha, más inteligent­e para elegir quién será su nuevo socio, mientras atrás Gerard Piqué, como antes Puyol, hace de líder de la manada. Esa es la tarea de Sampaoli. Socios adecuados. Y líderes sin cinta. Para que la manada celeste y blanca ayude al lobo.

Alguna vez Ginóbili llamó al DT y opinó que Scola debía seguir como capitán

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Sebastián Domenech
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