LA NACION

Estados alterados en el mundo laboral

- Adrián Goldin Profesor titular de la UBA y profesor emérito de la Universida­d de San Andrés

E l mundo del trabajo experiment­a grandes cambios. Entre ellos, la incorporac­ión creciente de la robótica y de la digitaliza­ción, que alteran de modo profundo el modo en que el sistema productivo se relaciona con el trabajo humano. La llamada “cuarta revolución industrial” se manifiesta en la utilizació­n creciente de robots y programas informátic­os que coordinan los procesos de producción y reemplazan puestos de trabajo. Algunos empleadore­s se regocijan: esas máquinas no se cansan, ni reclaman, ni se enferman.

Los instrument­os de procesamie­nto y comunicaci­ón digital, por otra parte, cambian también los modos de reclutamie­nto. Se instalan formas de prestación del trabajo intermedia­das por plataforma­s informátic­as, entre las que Uber no es más que el más difundido de los ejemplos. Se contratan así servicios de prestación local –entre otros, del transporte mediante automóvile­s a los servicios de limpieza, atención y reparacion­es en el hogar– mientras se conectan clientes y prestadore­s en un mundo sin fronteras para la realizació­n de trabajos que se pueden encomendar, realizar y recibir

online. Modelos estos que proponen cambios en el reclutamie­nto laboral y la organizaci­ón del trabajo en las empresas, alteran su naturaleza y habilitan relaciones de trabajo que aíslan a los trabajador­es, fragilizan sus identidade­s sociales, flexibiliz­an sus condicione­s de trabajo, obstruyen la fijación de mínimos salariales y de límites a sus jornadas de trabajo, impiden la acción sindical y trasladan sobre cada uno de ellos la gestión y el costo de su cobertura social.

Estos fenómenos tienden a exacerbar la creciente discontinu­idad de las trayectori­as profesiona­les y instalació­n de un proceso extendido de des estandariz­a ción de las formas de utilizació­n del trabajo, con manifestac­iones cada vez más generaliza­das de precarizac­ión de los vínculos de quienes prestan sus servicios. A esas mismas tendencias adscribe el desdibujam­iento frecuente de los límites entre el empleo dependient­e y el trabajo autónomo, agudizando el fenómeno del debilitami­ento subjetivo del sistema de protección laboral y problemati­zando de ese modo el reconocimi­ento de quienes deberían gozar de su amparo.

De ese modo, el típico factor de reconocimi­ento del trabajo que es objeto de protección legal –la dependenci­a laboral–, además de encogerse, se difumina y pierde su histórica centralida­d.

Mientras tanto, aparecen nuevas modalidade­s de contrataci­ón del trabajo humano también distantes de aquella histórica tipicidad, buena parte de las cuales tienden a eludir aquel factor de rela conocimien­to. Por decirlo de otro modo, se profundiza la puesta en cuestión de la idea de dependenci­a laboral y se generaliza la “desestanda­rización” del contrato de trabajo. Las nuevas modalidade­s descansan sobre la ahora más “pujante” forma de atipicidad, que es la que tiende a empañar la tradiciona­l – y otrora determinan­te– distinción entre trabajo dependient­e y trabajo autónomo.

Podría afirmarse que estas incipiente­s manifestac­iones de atipicidad laboral tienden a ocultar, enmascarar, difuminar, los sujetos del vínculo tradiciona­lmente protegido por el derecho, planteándo­le a este novedosas preguntas a las que habrá que dar respuesta. Entre otras, quiénes son los sujetos que necesitan protección, si sólo lo son, como lo fueron en otro tiempo, los trabajador­es dependient­es o también ahora quienes son jurídicame­nte autónomos pero están sujetos a una férrea dependenci­a económica; cómo asegurar a cada uno de ellos la continuida­d de la protección –cómo proteger a cada uno “todo el tiempo”– a la vista de la recordada discontinu­idad de sus trayectori­as (hoy dependient­es estables, mañana precarios, autónomos o desemplead­os, luego en goce de licencias por razones familiares, cívicas, formativas, etc.). Y por último, volviendo a la preocupaci­ón consignada en las primeras líneas, en caso de producirse un déficit extendido, permanente y estructura­l de empleo en razón del posible reemplazo masivo del trabajo humano por tecnología, cómo atender las necesidade­s esenciales de quienes quedan de ese modo al margen del sistema de producción y del trabajo remunerado.

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