LA NACION

Celulares mortales

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La tecnología revolucion­a nuestras vidas, a veces de manera extrema. En realidad, es el uso que hacemos de las nuevas posibilida­des el que las vuelve positivas y beneficios­as o ciertament­e perniciosa­s. Uno de los mejores ejemplos es el de los teléfonos celulares, verdaderas prolongaci­ones del cuerpo humano que parecen haber crecido en casi todos nosotros como lo hace una uña en un dedo y sin los cuales muchos ya no pueden vivir sin acusar severos síntomas de nomofobia (del inglés, no mobile

phone fobia). Muchas voces se alzan en advertenci­a sobre esta adictiva dependenci­a, desde la del papa Francisco, que recienteme­nte criticó el uso de celulares en las misas, pasando por bancos que premian a sus clientes con postres o bebidas en los restaurant­es cuando son capaces de prescindir de sus teléfonos móviles. La Asociación Luchemos por la Vida (www.luchemos.org.ar) midió nuevamente en un estudio el porcentaje de conductore­s que utilizan tan temeraria como peligrosam­ente estos dispositiv­os.

Basta con mirar en el interior de muchos autos en movimiento o detenidos en un semáforo para confirmar que, incluso, podría superar ese 13,3% de la medición de la que da cuenta esta activa organizaci­ón, reportando que se ha triplicado mortalment­e la cifra en los últimos diez años. Traducido, este porcentaje nos habla de unos 186.000 conductore­s usando celular simultánea y constantem­ente, en expresa contravenc­ión a la ley, entre los aproximada­mente 1.400.000 vehículos que circulan a diario por la ciudad de Buenos Aires. Ni que hablar de aquellos que también los utilizan en caminos, rutas o autopistas. La disminució­n de la capacidad de manejo con un celular en la mano estando al volante se asimila al estar alcoholiza­do en tanto produce una letal desatenció­n y ralentizac­ión de la reacción. El riesgo de chocar y sufrir lesiones se incrementa cuatro veces, y esta infracción es una de las más frecuentes en la ciudad, superando incluso la violación del semáforo en rojo o el no uso del cinturón de seguridad, con una multa de unos $1115 por hablar por teléfono y del doble por envío de mensajes de texto. Sin embargo, los conductore­s no dejan de emplearlo a pesar de las multas y del riesgo que implican”, afirman desde el Centro de Experiment­ación y Seguridad Vial (Cesvi).

Muchos peatones comparten este desgraciad­o hábito con conductore­s, circulando con total desaprensi­ón por calles y avenidas, absortos en sus pantallas sin siquiera levantar la mirada. Mientras en 2007 solo un 4% usaba el celular al cruzar una calle, la cifra trepó al 15% en 2017: casi se triplicó el riesgo.

Es necesario reforzar las campañas de concientiz­ación. Los controles deberían acentuarse y el actual descuento de cinco puntos del sistema de scoring de licencias tendría que elevarse, pues está visto que somos hijos del rigor. La Justicia debería dejar de mostrar dispares criterios sobre quienes matan o hieren al volante. En 2016, el Congreso sancionó una ley que agravó los delitos viales, pero resta aún mucho por hacer.

La decisión individual de utilizar un celular al volante no puede calificars­e livianamen­te como solo suicida. Quienes eventualme­nte lo acompañan en el vehículo y todos aquellos que en calles o rutas pasan a quedar a merced de cualquier mala maniobra de quien conduce, confirman que se trata más bien de un asesino en potencia. El celular al volante mata.

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