LA NACION

En Mar del Plata ya hay 40 sillas de ruedas “anfibias”

La Fundación Lautaro Te Necesita las donó a balnearios de esa ciudad para que todos pudieran disfrutar del mar

- Darío Palavecino CoRRESPoNS­AL EN MAR DEL PLATA

MAR DEL PLATA.– La solución surgió ahí nomás, entre charlas en la arena, en el mismo balneario de Punta Mogotes en el que Eduardo Javier; su esposa, Verónica de Pablo, y sus tres hijos –entre ellos Lautaro, que tiene una enfermedad que afecta su motricidad y se traslada en silla de ruedas– siempre veranearon.

Vieron una silla del estilo de las que usan los directores de cine (metálica y plegable) en un bar cercano y, con gran ingenio, Eduardo y unos amigos se las arreglaron para adaptarla poniéndole dos ruedas de carretilla (como las que se usan para trasladar hormigón). Así, en el verano de 2016, lograron que Lautaro pudiera llegar hasta la orilla del mar –e incluso disfrutar entre las olas– con suma facilidad.

“Con esa simple silla de ruedas, Lauti pudo volver a compartir con sus hermanos los juegos en la costa”, cuenta Eduardo. “Nos permite ir y venir de la carpa a la orilla sin tenerlo que llevar yo a ‘cococho’ durante 50 metros, como antes. Hoy podemos hacer lo que todos queremos, como salir a caminar por la arena húmeda con él incluido y sin impediment­os”.

Lo que comenzó siendo una alegría familiar rápidament­e logró expandirse gracias a la solidarida­d de los Javier. Porque el original modelo de silla de ruedas resultó tan útil, práctico y de bajísimo costo que podía estar al alcance de otros que tuviesen limitacion­es motrices y a quienes no les era posible o se les complicaba desplazars­e por la arena.

Así, para hacer frente al déficit de accesibili­dad que presentan la mayoría de los balnearios en todo el país, nació “Por un mar accesible”, el programa de la Fundación Lautaro Te Necesita que acaba de entregar 40 de estas novedosas unidades a distintos paradores de Mar del Plata. Y serán más, porque gracias a los alumnos de un colegio industrial (que trabajan en el diseño y el armado) y las donaciones que recibieron en el último tiempo, la ayuda llegará a cientos de personas.

Eduardo y Verónica están conmovidos por el alcance del proyecto: recibieron, por ejemplo, llamados de autoridade­s municipale­s de Necochea interesada­s en llevar la iniciativa a las playas de ese distrito; también desde Rosario, para distribuir las sillas en los balnearios que tienen junto al río, y hasta surgieron pedidos de destinos inesperado­s, como el caso del comedor que Margarita Barrientos comanda en Santiago del Estero, con el objetivo de facilitar el traslado de personas con discapacid­ad en las calles con barro.

“Lauti es un despertar de movimiento­s sociales”, dice Eduardo de su hijo, la semilla de todo esto. El adolescent­e, de 16 años, tiene leucodistr­ofia metacromát­ica, una enfermedad que se le detectó en 2011, cuando tenía 10, y que afecta sus posibilida­des motrices.

Como parte de su tratamient­o, necesitó un trasplante de medula ósea, que se le realizó en 2012 en el Duke’s Childrens Hospital de Carolina del Norte, en Estados Unidos. Para poder viajar y costear esa intervenci­ón, la familia realizó una colecta de un millón de dólares, que se logró pronto y gracias al apoyo de decenas de miles de argentinos.

Crear la fundación fue la forma que encontraro­n luego para devolver y ampliar tanta solidarida­d recibida. Hoy, ayudan a otras familias argentinas y del exterior con casos de leucodistr­ofia, a las que asesoran y asisten para que accedan a los mejores tratamient­os.

Los vecinos y amigos del balneario Ulises, donde los Javier alquilan carpa desde hace más de 25 años, los acompañaro­n en el proceso de diagnóstic­o, tratamient­o y recuperaci­ón de Lautaro. Entre ellos estaba Gustavo Favero, docente del Colegio Pablo Tavelli, con orientació­n industrial. “Llevé la historia de Lauti y su caso al aula y todos trabajaron en un diseño de silla de ruedas posible”, comenta Favero.

Las sillas que se utilizan son de caño liviano, plegables y con lona para sentarse, las mismas que se encuentran en la vereda de cualquier espacio gastronómi­co. Lo que hicieron los estudiante­s, que tienen entre 16 y 18 años, fue adaptarle un anclaje para el encastre del eje y colocarle ruedas anchas y desmontabl­es para facilitar su traslado en un auto.

El primer modelo las llevaba detrás. Ahora, les corrieron el centro de gravedad y quedaron debajo del asiento, lo que aliviana la carga y facilita el traslado. “Cuando se ponen a laburar en estas cosas los pibes te pasan por arriba”, asegura su docente. Y rescata que los más remolones a la hora del estudio se activaron y entusiasma­ron con esta causa.

En esta producción ampliada colaboró también la Cámara de Ferretería­s y Afines de Mar del Plata (Cafamar), que donó las ruedas, y la Escuela de Arte Nº 18. Sin embargo, la ayuda recibida será aún mayor, porque fabricante­s de sillas y lonas anticiparo­n que donarán a la fundación otras 200 para que sean adaptadas en los talleres de los colegios involucrad­os en el proyecto. Hasta la embajada de Estados Unidos hizo un aporte.

“La Argentina tiene un nicho solidario muy grande. Queremos seguir creciendo y ver cuánta inquietud podemos generar en los alumnos de colegios industrial­es de todo el país para sumarlos a esta iniciativa y que cada vez más personas puedan disfrutar del mar”, concluye Eduardo con una sonrisa.

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Mauro rizzi lautaro Javier y su mamá, Verónica, con la silla modificada

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