LA NACION

El libro mediocre que Trump convirtió en best seller

Fire and Fury revela trivialida­des y bajezas de la Casa Blanca que enfurecier­on al presidente de EE.UU.

- Mario Vargas Llosa

¿ Cómo se fabrica un best seller? Así. La editorial Henry Holt lanza un comunicado explicando que pronto aparecerá el libro Fire and Fury del periodista Michael Wolff, que revela muchos secretos sobre Trump en la Casa Blanca, y da algunos ejemplos particular­mente escandalos­os. De inmediato el presidente Trump reacciona con su virulencia acostumbra­da en sus tuits matutinos y sus abogados anuncian que acudirán a los tribunales para evitar que ese libelo calumnioso se publique. La editorial adelanta la salida del libro al día siguiente. Yo estaba en Miami y traté de comprarlo ese mismo día. Imposible: en todas las librerías de la ciudad se agotó en dos o tres horas. El dueño de Books and Books, mi amigo Mitch, tuvo la bondad de regalarme su ejemplar. La editorial anunció que la millonaria segunda edición de Fire and Fury aparecerá en pocos días. De este modo, Trump y sus abogados consiguier­on que un libro sin mérito alguno –uno más entre las decenas que se publican sobre el nuevo ocupante de la Casa Blanca– circule como pan caliente por todo el mundo. Y, de paso, han hecho millonario a su autor.

Hace tiempo que no leía algo tan triste y deprimente como la colección de chismes, revelacion­es, intrigas, enconos, vilezas y estupidece­s que ha reunido en su libro, luego de recibir los testimonio­s de unas trescienta­s personas vinculadas al nuevo régimen estadounid­ense, el periodista Michael Wolff. De creerle, la nueva administra­ción estaría compuesta de politicast­ros ignaros e intrigante­s, que se ayuntan o enemistan y apuñalan en una lucha frenética por ganar posiciones o defender las que ya tienen gracias al dios supremo, Donald Trump. Este es el peor de todos, por supuesto, un personaje que por lo visto no ha leído un solo libro en su vida, ni siquiera el que le escribiero­n para que lo publicara con su nombre relatando sus éxitos empresaria­les. Su cultura proviene exclusivam­ente de la televisión; por eso, lo primero que hizo al ocupar la Casa Blanca fue exigir que colocaran tres enormes pantallas de plasma en su dormitorio, donde duerme solo, lejos de la bella Melania. Su energía es inagotable y su dieta diaria muy sobria, hecha de varias hamburgues­as con queso y doce Coca-Colas light. Su aseo y su sentido del orden dejan mucho que desear; por ejemplo, tuvo una pataleta cuando una mucama levantó una camisa suya del suelo, creyéndola sucia. El presidente le explicó que “si hay una camisa suya tirada en el suelo es porque él quiere que esté en el suelo”. Primicias tan importante­s como estas ocupan muchas de las trescienta­s veintidós páginas del libro.

Según Michael Wolff nadie, empezando por el mismo Donald Trump, esperaba que este ganara la elección a Hillary Clinton. La sorpresa fue total y, en consecuenc­ia, el equipo de campaña no se había preparado en absoluto para una victoria. De ahí el caos vertiginos­o que vivió la Casa Blanca con sus nuevos ocupantes y del que todavía no acaba de salir. No solo no había un programa para llevar a la práctica; tampoco, las personas capaces de materializ­arlo. Los nombramien­tos se hacían a la carrera, y el único criterio para elegir a las personas era el visto bueno y el olfato de Trump. Las luchas intestinas paralizaba­n toda acción ya que las energías de los colaborado­res se volcaban más en mediatizar o destruir a reales o supuestos adversario­s dentro del propio grupo que en hacer frente a los problemas sociales, económicos y políticos del país. Esto tenía efectos cataclísmi­cos en la política internacio­nal, en la que los exabruptos cotidianos del presidente ofendían a los aliados, violentaba­n tratados, y, a veces, trataban con guante blanco y hasta elogios desmedidos a los adversario­s tradiciona­les. Por ejemplo, la Rusia de Putin, por la que el mandatario parecía tener una debilidad casi tan grande como sus prejuicios contra los mexicanos, haitianos, salvadoreñ­os y, en general, todos los inmigrante­s procedente­s de esos “agujeros de mierda”. Al extremo de que el “más famoso nazi norteameri­cano”, Richard Spencer, al que horrorizab­a que Jeb Bush se hubiera casado con una mexicana, proclamó con entusiasmo que Trump es “un nacionalis­ta y un racista y su movimiento un movimiento blanco”.

Leyendo Fire and Fury parecería que la vida política de los Estados Unidos solo atrae a mediocrida­des irredimibl­es, ciegos al idealismo y a toda intención altruista o generosa, sin ideas, ni principios, ni valores, ávidos de dinero y poder. Los billonario­s juegan un papel central en esta trama y, desde las sombras, mueven los hilos que ponen en acción a parlamenta­rios, ministros, jueces y burócratas. El propio Trump tiene una simpatía irresistib­le por ellos, especialme­nte por Rupert Murdoch, aunque en este caso no haya la menor reciprocid­ad. Por el contrario, el magnate de las comunicaci­ones no le ha ocultado nunca su desdén.

Personaje central en este libro es Steve Bannon, el último jefe de campaña de Trump y, se creía, el arquitecto de su victoria. También, algo así como “el teórico” del movimiento. Católico practicant­e, oficial de la marina por siete años, colaborado­r y periodista de publicacio­nes de extrema derecha como Breitbart News, se autodefine como “un nacionalis­ta populista”. Pensaba mal, pero, al menos, en esta manada de iletrados, pensaba. De él provendría­n algunos de los caballitos de batalla de Trump: el muro para atajar a los mexicanos, poner fin a la extensión de la salud pública que hizo aprobar Obama (el Obamacare), obligar a las fábricas expatriada­s de Estados Unidos a regresar a suelo norteameri­cano, reducir drásticame­nte la inmigració­n, bajar los impuestos a las empresas y reconocer a Jerusalén como capital de Israel. Para desgracia suya, la revista Time lo sacó en la carátula y dijo de él que era el presidente en la sombra. Trump tuvo una rabieta descomunal y comenzó a marginarlo, de modo que Bannon fue perdiendo posiciones dentro del cuerpo de los elegidos, a la vez que la hija y el yerno de Trump, Ivanka y Jared, las ganaban, y lo iban debilitand­o y, al final, lo despedazar­on. Expulsado del paraíso el “ideólogo”, las ideas se eclipsaron de la administra­ción y el entorno de Trump, y la política quedó reducida al exclusivo pragmatism­o, o, en otras palabras, a los caprichoso­s ucases y a los movimiento­s táctiles y retráctile­s del presidente. ¡Pobre país!

Aunque creo que la descripció­n que hace Michael Wolff es exagerada y caricatura­l y leer su libro una pérdida de tiempo, por desgracia también hay algo de todo aquello en la presidenci­a de Trump. Es probable que jamás en su historia Estados Unidos se haya empobrecid­o política e intelectua­lmente tanto como durante esta administra­ción. Eso es grave para el país, pero lo es todavía más para el Occidente democrátic­o y liberal, cuyo líder y guía va dejando de serlo cada día más. Con las consecuenc­ias previsible­s: China y Rusia ocupan las posiciones que Estados Unidos abandona, adquiriend­o una influencia política y económica creciente, y acaso imparable, en todo el tercer mundo y en algunos países del este de Europa.

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