LA NACION

Una cita cotidiana con el tango en la Glorieta de Barrancas Un plan en sí mismo

Porteños y extranjero­s participan de la ya clásica milonga de Belgrano

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Otra de las posibilida­des que ofrece Buenos Aires para disfrutar de bailar al aire libre es la ya tradiciona­l cita al son del tango en la Glorieta de las Barrancas de Belgrano. Allí, alrededor de unas 250 personas –a veces, un poco más– se reúnen de lunes a domingo, para danzar en un abrazo milonguero al ritmo del 2x4.

Raúl Marcelo Salas organiza este encuentro de baile los fines de semana. Él arrancó con la iniciativa hace 22 años, con la intención de “demostrar que el tango estaba vivo”. Desde entonces, la actividad creció y se hizo un clásico, incluso a nivel internacio­nal. “Vienen de todas partes del mundo a bailar. Hay mucha diversidad. Es un evento que tiene proyección internacio­nal: se dan fenómenos similares de milongas al aire libre en Bruselas, en Barcelona y en Nueva York, todos inspirados en nuestra experienci­a”, comenta Salas.

Conviven en la pista de la Glorieta Antonio Malvagni (así se llama), talentosos bailarines junto a otros más inexpertos, por lo general todos mayores de 30 años. “Lo que tiene esta milonga es que es muy popular, acá pueden bailar todos sin necesidad de ser avanzados. Además, acá se aceptan todos los estilos de baile”, dice Pablo Etcheverry, el organizado­r de la milonga los lunes, miércoles y viernes.

Quienes no se atrevan a entrar en la pista a milonguear tienen la grata oportunida­d de escuchar unos buenos tangos en el atardecer porteño del señorial barrio de Belgrano, en uno de sus espacios verdes más emblemátic­os. Lo que ya es todo un plan en sí mismo.

El popular evento empieza los fines de semana a las 17 con una clase de tango. Dos horas después arranca el baile propiament­e dicho. De lunes a viernes, en tanto, la clase es a las 19 y el baile, a las 20. Todo concluye alrededor de las 23. Cabe consignar que las clases son arancelada­s, pero la milonga es a la gorra.

Además de mantener vivo el tango, ese valor cultural porteño y universal, la milonga de las Barrancas tiene una función social. Como explica Etcheverry: “Acá la gente se encuentra con otra gente, se hace amiga y se vence la soledad”.

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