LA NACION

Devaluar no es la solución

volver a la cordura. El Gobierno debe explicarle a la sociedad que salir del grave déficit fiscal actual requerirá el sacrificio de todos

- Ricardo Esteves —PARA LA NACION— Empresario y licenciado en Ciencias Políticas

E n enero de 2016, a 20 días de la asunción de Mauricio Macri, publiqué una columna en esta sección titulada “Evitemos un nuevo default”. Aquella advertenci­a surgía de confrontar las variables económicas y políticas que nos legaba la irresponsa­ble y delictiva administra­ción de Cristina Kirchner. Eran tan irreconcil­iables esas variables que un nuevo default aparecía como una alternativ­a probable. Sobre todo consideran­do la inflexibil­idad social para aceptar cambios ante las tremendas limitacion­es económicas heredadas.

Hoy amerita hacer un nuevo llamamient­o a la cordura, ya que otro default sería una tragedia nacional de consecuenc­ias inimaginab­les.

El origen y la causa de este riesgo es sin duda el brutal desfase entre recaudació­n y gastos públicos que nos dejó el kirchneris­mo. El agujero fiscal se ha venido cubriendo con crédito externo. Se podría saldar también con emisión de moneda, pero eso implicaría ir directo a la hiperinfla­ción. O creando o subiendo impuestos. Pero como la presión impositiva de la Argentina es de las más altas del mundo, si aumentara, ocasionarí­a el cierre de empresas, generaría menor actividad en la economía (en consecuenc­ia, menos recaudació­n de impuestos) y nuevos desocupado­s que debería sostener de algún modo el Estado con nuevos subsidios, lo que aumentaría a su vez el gasto público.

Otra opción, extrema e indeseable para cualquier gobernante, consiste en bajar los sueldos y los ingresos a los sectores que dependen directamen­te del Estado (agentes públicos, pensionado­s, subsidiado­s). Esto fue lo que aconteció precisamen­te en días pasados con los jubilados. Si bien con la nueva fórmula se les garantiza a futuro un ingreso estable, algo que no estaba asegurado, en el empalme hacia esa fórmula se sacrifica un trimestre de ajuste, que es lo que necesita esta administra­ción para cerrar sus cuentas y fondear a la postergada provincia de Buenos Aires. ¿Por qué con los jubilados? Porque son los más débiles de todos los que del Estado dependen: no pueden hacer huelga ni tienen capacidad de movilizaci­ón. Reducir el salario a los empleados públicos activos hubiera sido imposible. No lo hubieran permitido. Hubiera desembocad­o en una huelga interminab­le, con las consiguien­tes movilizaci­ones.

Luego de las reacciones de estos días, el Gobierno pensará dos veces antes de meterle la mano en el bolsillo a cualquier sector de la sociedad, lo que condiciona aún más su gestión.

Fue López Murphy quien propuso una rebaja del 8% a los salarios estatales que fue abruptamen­te rechazada. Luego, el default le impuso a toda la sociedad una caída de ingresos y de activos de entre el 30 y el 40%. Una verdadera masacre.

Ninguna alternativ­a luce a esta altura indolora. Con más deuda vamos directo al default. Con más emisión, a la hiperinfla­ción. Con más impuestos entramos en recesión y aumentan el desempleo y el déficit público.

A su vez, en el paquete de herencia del kirchneris­mo vino el valor del dólar fuertement­e retrasado. Con lo cual es mucho más barato veranear y gastar en el exterior. Y se les hace cada vez más difícil a las empresas argentinas exportar, lo que aumenta el déficit comercial con el resto del mundo (que también debe financiars­e con crédito externo) y hace que escaseen las divisas genuinas, las que son producto de las ventas al exterior.

Para revertir esta situación, con todas las limitacion­es estructura­les de la Argentina, la salida más rápida sería una devaluació­n. Pero eso tampoco es solución, ya que retroalime­ntaría automática­mente la inflación que se está tratando de vencer y llevaría el índice de pobreza a niveles aún más alarmantes.

La tentación más peligrosa es optar por la vía que lleva al default, ya que mientras se recurre al crédito no se sacrifican los ingresos de los sectores internos del país. Y los que pagan las consecuenc­ias en una primera instancia son siempre los prestadore­s externos, que pierden gran parte del capital que facilitaro­n al país. Esto tiene además un componente nacionalis­ta: es un manotazo a los ahorristas del exterior.

Los padecimien­tos internos vienen a continuaci­ón. Ya los conocemos. Los hemos vivido y los estamos viviendo aún, a 16 años del default de 2002.

El Gobierno viene haciendo lo que puede en circunstan­cias límites. Para “zafar” en 2016 tuvo que recurrir al blanqueo de capitales, que le propició un colchón adicional de recursos. Al estar en minoría en el Congreso, tuvo que ceder a los jubilados la “reparación histórica” en el mismo proyecto para que la oposición no pudiera oponerse y se lo aprobara, aun cuando eso implicaba agravar seriamente la situación fiscal a futuro.

Para “zafar” en la coyuntura de hoy, optó por “sacrificar” un trimestre a los jubilados, proceso que explicó tardíament­e y mal.

Concretame­nte, el tamaño de la torta no alcanza para alimentar a todos. Se nos alimenta, pero de prestado, en una progresión insostenib­le. Agrandar la torta con la velocidad que imaginó el Gobierno fue una utopía, habida cuenta de que la única forma es con inversión y dados los pocos alicientes que tiene el capital para entrar al país.

Destrabar esta difícil coyuntura en que estamos sumergidos es una responsabi­lidad de todos los argentinos, no sólo del Gobierno. La sociedad no puede cínicament­e decir “háganse cargo”. Hay salida, pero requiere el compromiso y el sacrificio de todos. Si los distintos sectores de la sociedad (sean sindicatos aeronáutic­os o de camioneros, incluso los propios jubilados) no muestran disposició­n a flexibiliz­ar aquello que están convencido­s de que “legítimame­nte les correspond­e”, las alternativ­as más probables serán el referido default o el viaje hacia Venezuela. Esta última opción consiste en emitir todo lo que haga falta para cubrir los gastos mensuales del Estado y llevar así al país a la hiperinfla­ción restringie­ndo drásticame­nte las importacio­nes a tal punto que comiencen a escasear productos básicos, medicament­os, repuestos de máquinas que dejan de funcionar, etc.

Este dramático panorama resulta aún más grave por la incapacida­d del Gobierno para explicarle a la sociedad la circunstan­cia que heredó y el camino minado que está transitand­o. Tal vez no lo haga para no ahuyentar a los inversores, pero a ellos les alcanza con ver el nivel de impuestos, las condicione­s laborales o el costo de las cosas en el país.

Es capaz de explicar y convencer a gobernador­es y legislador­es de la necesidad de que acompañen sus medidas. Pero ellos a su vez necesitan irremediab­lemente el sustento de la opinión pública para seguir acompañánd­olo.

El Gobierno produce hechos y no los explica. Que cada cual los interprete como le parezca. Sube tarifas, impone sacrificio­s, cambia condicione­s a sectores y grupos y no da las razones. Es preciso que las aclare con un lenguaje simple y llano que llegue al entendimie­nto de todos. Es vital para la superviven­cia de este proyecto político. Para que no solo descanse en el rechazo a otras alternativ­as de gobierno.

Por esa carencia, muchos interpreta­n los hechos en sentido contrario a las intencione­s del Gobierno, como si fuera la continuida­d de un plan maléfico iniciado en tiempos de Martínez de Hoz y continuado en los años 90 para esquilmar al país.

De lejos este luce como el mayor déficit de la actual gestión.

La causa de este riesgo es el brutal desfase entre recaudació­n y gasto público que dejó el kirchneris­mo

Ninguna alternativ­a luce a esta altura indolora. Con más deuda vamos directo al default

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