LA NACION

Zaffaroni, juez o militante político desestabil­izador

Resulta inadmisibl­e que siga como magistrado de la CIDH un hombre que públicamen­te se expresa en contra de la democracia

- Director: Bartolomé Mitre

E n un editorial de julio de 2003, advertíamo­s sobre los riesgos de que el entonces presidente de la Nación propusiera entre los candidatos para la Corte Suprema de Justicia a Raúl Zaffaroni, un hombre políticame­nte próximo al espectro ideológico de aquella administra­ción. Decíamos que los jueces pueden tener, como todas las personas, una ideología, pero que cuando esa carga ideológica que pesa sobre un magistrado es demasiado intensa, cuando su adscripció­n a una determinad­a tendencia asume el carácter de una verdadera militancia pública, es inevitable que surjan dudas o sospechas acerca de su aptitud para ejercer la magistratu­ra con el necesario margen de objetivida­d, imparciali­dad y equilibrio.

El doctor Zaffaroni se manifestó públicamen­te en favor de que este gobierno se vaya lo antes posible “porque así –dijo– haría menos daño”, dudó de que finalice su mandato en 2019 y expresó que ese era su “deseo personal”. No hay mucho que interpreta­r para llegar a la conclusión de que los dichos del exjuez de la Corte no son inocentes. Forman parte de toda una corriente desestabil­izadora que tiene a su representa­nte más notorio en el kirchneris­mo, asociado con sectores de izquierda que llaman a la violencia, a instalar el caos, como bien pudo apreciarse durante el debate parlamenta­rio de la reforma jubilatori­a.

Ayer, un abogado denunció penalmente a Zaffaroni por apología del crimen e incitación a la violencia colectiva. Un día antes, el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires reclamó públicamen­te su renuncia a la CIDH. “De no hacerlo, la propia Corte Interameri­cana deberá tomar los recaudos necesarios para su remoción o arriesgars­e a quedar manchada con la indignidad de uno de sus integrante­s”, sostuvo la entidad mediante un comunicado.

Tanto para el Colegio de Abogados de la Ciudad como para el Gobierno y para muchísimos destacados representa­ntes de la oposición política, del área académica y de la propia Justicia, los dichos del exjuez de la Corte exceden el ámbito de la libertad de expresión y de opinión, para transforma­rse en mensajes contrarios a la democracia y a los principios y valores republican­os. No hay salvedad que atenúe el exabrupto. Como ha dicho acertadame­nte el diputado Mario Negri, no existe distancia entre “los deseos [de Zaffaroni] de que este gobierno se vaya cuanto antes y la invitación a que lo empujen o lo desestabil­icen”.

Entre sus declaracio­nes, el exmagistra­do llamó, incluso, a “resistir, cada uno desde el ámbito que le correspond­e y en el espacio que puede”. La única resistenci­a posible es esperar a que se cumplan los tiempos de la democracia. En 2019 habrá nuevamente elecciones: el instrument­o privilegia­do y único en una democracia para que se manifieste­n todos los ciudadanos habilitado­s para votar.

Son requisitos esenciales para que una persona sea juez de la CIDH que su independen­cia, su imparciali­dad y su actuación nunca afecten ni la dignidad ni el prestigio de su cargo. No es el caso de Zaffaroni. Ya antes de ser propuesto como miembro de ese tribunal internacio­nal por el gobierno de Cristina Kirchner para el período 2016-2022, a Zaffaroni se le conocían varios procederes que fueron fuertement­e cuestionad­os: la existencia de departamen­tos de su propiedad que terminaron siendo alquilados como prostíbulo­s, sus teorías abolicioni­stas del derecho penal y su propensión e increíble justificac­ión para no pagar sus impuestos.

De sus sentencias antes de arribar a la Corte se recuerdan, con espanto, aquella oportunida­d en que sostuvo que un auto robado, estacionad­o en la calle, era una cosa “perdida o abandonada por su dueño”, por lo cual quien se apoderaba de él no era una ladrón; que el sexo oral no constituía violación porque no era una forma de acceder carnalment­e a la víctima y que ser abusado con la luz apagada era un atenuante para fallar contra el atacante de una niña de ocho años; que dos delincuent­es que robaron a mano armada no tenían intención de hacer daño porque, como no efectuaron disparos, no se podría demostrar que los proyectile­s eran aptos, o que un asalto perpetrado con un cuchillo no es delito porque un cuchillo no es un arma.

Habiendo comenzado a desempeñar­se como juez de la CIDH, se pronunció públicamen­te en favor de Milagro Sala, de quien dijo que no robó, aunque pudo haber sido “desprolija”. Respecto de la detención de César Milani, jefe del Ejército durante el kirchneris­mo, por secuestros y torturas, dijo: “El casting a veces falla, no hay nada que hacer”, mientras que alimentó y alentó la hipótesis de la desaparici­ón forzada de personas en el caso de Santiago Maldonado, de quien llegó a decir que era el “Felipe Vallese del siglo XXI”: el dirigente metalúrgic­o secuestrad­o y desapareci­do en 1962, y que la respuesta del Estado a la búsqueda del artesano le recordaba a Videla.

Siendo ya miembro del tribunal internacio­nal, se ha mostrado ostensible­mente como asesor legal de la expresiden­ta Kirchner, a quien acompañó en un escenario tras haber declarado esta en Comodoro Py. Ello le ha valido denuncias por dedicarse a la militancia partidaria, por inmiscuirs­e en los asuntos judiciales y de política interna de nuestro país y de Brasil al asesorar profesiona­lmente a imputados de delitos de corrupción o de graves inconducta­s en el ejercicio de sus funciones.

También opinó que si el fiscal Nisman estuviera vivo, lo ahorcaría por haberlo obligado a leer varias veces la voluminosa denuncia contra la expresiden­ta Kirchner y varios de sus funcionari­os por el memorándum con Irán.

Dijo, además, que se está dando en América Latina lo que él considera una nueva fase de colonialis­mo, a través del monopolio de la prensa, el genocidio por goteo, las violacione­s sistemátic­as de los derechos humanos y la inexistenc­ia del Estado de Derecho. Todos ellos, elementos que lo llevaron a predecir la caída del actual gobierno.

Lamentable­mente, ninguno de esos inadmisibl­es comportami­entos fue suficiente para que la CIDH hiciera siquiera un llamado de atención a Zaffaroni. Habrá que ver ahora qué actitud toma ese tribunal ante la clara postura antidemocr­ática de uno de sus miembros. No es esperable que renuncie de motu proprio. Sería un acto de dignidad al que nunca nos tuvo acostumbra­dos.

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