LA NACION

Mi amigo Nisman

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Ya hace tres años que Alberto Nisman, mi amigo, fue asesinado, y su muerte aún se mantiene impune. En aquel momento vivimos días oscuros, con gentes embrutecid­as que manchaban su nombre en los medios de comunicaci­ón; con investigac­iones chapuceras que

intentaban tapar su muerte como un suicidio; con mentiras oficiales que despreciab­an su trabajo y manipulaba­n los hechos; con una presidenta que disparaba contra todos, para esconder sus vergüenzas, y con unas víctimas de la AMIA que no podían descansar en paz. Eran esos días oscuros en los que un canciller judío traicionab­a a su propio pueblo y firmaba con una dictadura atroz, culpable del asesinato de decenas de argentinos, un memorándum de rendición. Eran días oscuros en los que mataron a un hombre bueno, a un fiscal noble, a un argentino digno, y después de su muerte quisieron imponer el silencio de los corderos. Eran días de furia y rabia, y mucho dolor contenido… Pero esos días han pasado y a pesar de que estamos lejos de poder esculpir la palabra justicia en las tumbas de nuestros caídos, y en la propia tumba de Nisman, hemos avanzado como gigantes en el camino de la verdad. Van cayendo las caretas, se destapan las artimañas, empiezan a conocerse las culpas, se estrecha el cerco de la verdad, ya no pueden esconderse bajo sus mentiras ni protegerse en esa Casa Rosada que, en otro tiempo, habían convertido en su patio particular. Puede que tardemos en poner nombre a cada verdugo y en sentenciar a cada culpable, pero somos gentes que hemos decidido no callar. Quisieron enterrarno­s y no sabían que éramos simiente. Y hemos crecido. Estimados amigos del fiscal Nisman, gracias por la memoria. Gracias por la dignidad. Pilar Rahola

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