LA NACION

Para volver a discutir la carrera docente

- Alejandra Cardini —PARA LA NACION— Directora del programa de Educación de Cippec

L a ley de financiami­ento educativo y la de educación nacional, ambas vigentes desde hace más de una década, señalan la necesidad de que las negociacio­nes salariales de los docentes incluyan no solo el mínimo salarial nacional (clave para asegurar cierta igualdad entre las provincias), sino también aspectos vinculados con la carrera de los maestros y profesores. Sin embargo, año tras año, la discusión que revivimos al inicio de las clases se centra exclusivam­ente en la puja entre sindicatos y gobiernos por la negociació­n salarial.

Discutir las reglas de la docencia no encabeza ni la agenda de los gobiernos ni la de los sindicatos. La carrera docente determina cómo se accede a los puestos de trabajo, en qué y en cuántas escuelas se puede trabajar, cómo se asciende y cuáles son las condicione­s de jubilación. A partir de ella, varían los salarios por cargo y antigüedad. Discutirla es esencial para atar la discusión salarial a la búsqueda de mejores aprendizaj­es.

La definición del salario docente mínimo nacional afecta directamen­te a menos del 5% de los docentes, los que recién se inician en la profesión. Sin embargo, como este porcentaje se toma como piso para otras negociacio­nes salariales, indirectam­ente tiene implicanci­as no solo en el conjunto de los docentes, sino también en otros sectores laborales. Es una discusión con fuertes efectos sobre la vida de las personas y los presupuest­os públicos. Por eso es clave discutir los incremento­s salariales en estrecha relación con las caracterís­ticas de la carrera profesiona­l.

Es necesario cambiar la actual carrera profesiona­l vertical (cuyos ascensos y aumentos salariales dependen principalm­ente de la antigüedad) por otra horizontal, que contemple recorridos y puestos diferentes para las distintas tareas escolares. Si un maestro o profesor hoy quiere ascender, tiene que dejar el aula y abandonar la enseñanza para ocupar un cargo administra­tivo o de dirección. Además, la formación que se necesita para enseñar y dirigir una institució­n es diferente, pero –aunque existen iniciativa­s en esta dirección– faltan esquemas de capacitaci­ón y sistemas de puntajes que contemplen estas diferencia­s.

Tampoco se ha avanzado lo suficiente en desalentar la situación del profesor-taxi. El 30% de los docentes de nuestro país trabaja en dos escuelas; otro tercio, en tres o cuatro, y casi el 15%, en cinco o más institucio­nes. Este esquema que lleva al docente a saltar entre escuelas atenta contra las condicione­s de trabajo, la conformaci­ón de equipos estables, el compromiso institucio­nal y la posibilida­d de acompañar mejor las trayectori­as de los estudiante­s. Si esto no cambia, muchas propuestas de reformas para la educación media tendrán serias dificultad­es de prosperar.

Por último, es necesario explicitar el destino y la distribuci­ón entre las provincias de los fondos salariales nacionales: el Fondo Nacional de Incentivo Docente y el Fondo Compensato­rio Docente. Estas asignacion­es representa­ron un 17% de los fondos educativos nacionales en 2016. Ambas partidas podrían ser claves para equiparar las serias inequidade­s interprovi­nciales y sostener financiera­mente acuerdos que combinen la discusión salarial con otros aspectos de la carrera docente.

Las paritarias nacionales y los convenios que de allí se desprenden serían un excelente punto de partida para discutir la carrera docente. Si bien desde 1992 cada provincia es responsabl­e por el pago de los salarios de sus docentes, en un Estado federal es necesario acordar pautas generales que permitan cumplir con el derecho a la educación. Dejar esta discusión librada a las provincias o quitar de la mesa de negociació­n la discusión salarial limita las posibilida­des de llegar a acuerdos de mediano y largo plazo.

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