LA NACION

Se quebró un contrato básico de la democracia

- Joaquín Morales Solá —LA NACIoN—

¿ Por qué lo que había sido excluido del debate público durante 34 años está permitido en el gobierno de Mauricio Macri? ¿Por qué ahora conocidos referentes políticos y sociales pueden pedir en declaracio­nes públicas el pronto final del gobierno de Cambiemos, es decir, su destitució­n? ¿Por qué hay tan poca reacción de parte del arco político racional del país ante esas claras incitacion­es a voltear un gobierno elegido democrátic­amente? Estas preguntas conllevan la certeza de que un contrato importante se rompió en la política argentina.

Ya esa ruptura había dado los primeros signos de vida cuando en diciembre, frente al Congreso, un grupo violento lanzó varias toneladas de piedras sobre las fuerzas de seguridad e intentó tomar la sede del Parlamento. La resolución pacífica de los conflictos políticos formaba parte del contrato de 1983 como una respuesta a la violencia de los años 70.

El respeto de la Constituci­ón –y, por lo tanto, de la duración de los mandatos– está también en ese acuerdo básico de hace casi 35 años. Podrá decirse que esa parte del pacto político no se cumplió con Raúl Alfonsín ni con Fernando de la Rúa. Es cierto. Pero el peronismo que conspiró en ambos casos no lo hizo proclamand­o a viva voz la necesidad de un golpe civil. Por el contrario, se mostró obligado a hacerse cargo del país, aunque era lo que buscaba desesperad­amente.

En días recientes, dos figuras conocidas por distintas razones, el gremialist­a Luis Barrionuev­o y el jurista y ex miembro de la Corte Suprema de Justicia Raúl Eugenio Zaffaroni, notificaro­n públicamen­te que la mejor solución a los problemas argentinos es que Macri se vaya cuanto antes. La equiparaci­ón de esas dos personas es injusta con Barrionuev­o, porque este no tiene la formación intelectua­l de Zaffaroni ni su trayectori­a en la cima de uno de los poderes del Estado. Pero el sindicalis­ta Barrionuev­o tiene experienci­a suficiente como para valorar el peso de las palabras que ha dicho.

Ni siquiera explica la novedad una misma adscripció­n política e ideológica. Zaffaroni, de 78 años, descubrió el progresism­o en la madurez de su vida, poco después de que Cristina Kirchner asumiera el poder. Si bien siempre fue un jurista más cercano al abolicioni­smo que al garantismo, su adscripció­n política fue a lo largo de su vida más moderada que el supuesto izquierdis­mo que lo atacó en la madurez y ya en la vejez.

Barrionuev­o, en cambio, viene del peronismo clásico y rancio. Nunca se supo con claridad si comparte la adhesión de su esposa, Graciela Camaño, a la renovación que proclama Sergio Massa. Barrionuev­o es un sindicalis­ta antiguo: hábil e ingrato; voraz con el dinero y cultor del corporativ­ismo gremial. Descendien­te de la derecha peronista y sindical, nunca estuvo ni cerca de Cristina Kirchner, a la que despreció en público y en privado. Se le conoce un solo mérito: la sinceridad con la que expone las barbaridad­es que piensa.

Zaffaroni dijo textualmen­te que “quisiera que este gobierno se fuera lo antes posible porque así hace menos daño”. Y agregó que creía que, en efecto, se iría antes de tiempo. ¿Qué habría sucedido si alguien de su trayectori­a hubiera dicho algo parecido durante el mandato de Cristina Kirchner? Plazas llenas de militantes e interminab­les cadenas nacionales habrían denunciado un “clima destituyen­te” (Carta Abierta dixit) y el autor o la autora habrían terminado sentados ante varios jueces. Es probable que hasta la oposición a Cristina Kirchner, el macrismo y el radicalism­o, hubieran salido a condenar el golpismo manifiesto.

Vale la pena detenerse en Zaffaroni porque él no es solo lo que ha sido. Es actualment­e juez de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, una institució­n que forma parte de la Constituci­ón argentina luego de la reforma de 1994. ¿Está habilitado para seguir ocupando ese lugar después de que propició la destitució­n del gobierno de su país?

Según José Miguel Vivanco, director de las Américas de la prestigios­a organizaci­ón Human Rights Watch, no lo está. Vivanco, que tiene su oficina en Washington, ha mostrado en los últimos dos años una notable independen­cia para juzgar la situación de los derechos humanos durante la administra­ción de Macri. Fue crítico varias veces. Sobre Zaffaroni, acaba de decir que sus declaracio­nes “dañan la credibilid­ad de la Corte Interameri­cana porque generan la impresión de que se trata de un organismo con una agenda ideológica en lugar de un tribunal imparcial e independie­nte”. Sin decirlo, Vivanco le pidió la renuncia a Zaffaroni.

Aquí, el presidente del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, Guillermo Lipera, anunció que su organizaci­ón “trabajará jurídicame­nte para que la Corte Interameri­cana entienda que Zaffaroni carece de imparciali­dad para ser juez de ese lugar”. Lipera no espera, por lo tanto, una renuncia voluntaria de Zaffaroni; hará las gestiones necesarias para que le reclamen la dimisión o lo despidan de su cargo.

Ya era absolutame­nte incompatib­le con su cargo la función de hecho que tenía Zaffaroni como abogado de Cristina Kirchner. También la acompañó en varias de las travesías por los tribunales federales. Sea porque se vaya voluntaria­mente o porque lo destituyan, lo cierto es que Zaffaroni no puede ser más juez de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos.

Barrionuev­o es la consecuenc­ia de un extendido temor sindical. El temor a los jueces, que están llevando a la cárcel a varios dirigentes gremiales, es el peor susto que puede afligir a la estirpe sindical. Pocos entre los grandes dirigentes del gremialism­o pueden transparen­tar sus posesiones y las de sus familias. A ese temor se le sumó en las últimas horas una serie de decisiones del Gobierno para mejorar el manejo de las obras sociales, que es la caja recaudador­a más importante de los sindicatos. A ese paquete de circunstan­cias Barrionuev­o la nombró con una metáfora: le están tocando la cola al león, dijo. Y cuando eso sucedió en la historia, agregó, los gobiernos terminaron antes de tiempo. Mentó los ejemplos de Alfonsín y De la Rúa.

“Yo no amenazo; solo aviso”, dijo después con notable cinismo. Barrionuev­o tiene una CGT que solo existe porque se habla de Barrionuev­o, pero suele sentarse entre los principale­s jerarcas sindicales. ¿Estos tienen la misma opinión que Barrionuev­o sobre el destino del gobierno de Macri? Si bien la administra­ción de Macri no corre ningún peligro, sería convenient­e (y oportuno) que la dirigencia sindical aclarara su posición ya no frente a Macri, sino sobre los principios básicos del sistema democrátic­o.

Volvamos a la pregunta del principio. ¿Por qué ahora sí se pueden decir frases desestabil­izantes que antes estaban prohibidas? La dirigencia política y sindical calló, salvo excepcione­s como las de Mario Negri y Luis Naidenoff, que pertenecen al mismo espacio que lidera el Presidente. La salida de Cristina Kirchner del poder y su posterior peripecia judicial crearon una corriente política que cree que Macri debe ser un paréntesis breve de la historia, a pesar de que ya ganó tres elecciones nacionales consecutiv­as (la segunda vuelta con Daniel Scioli, las primarias y las generales de 2017).

Esa corriente cultiva también el convencimi­ento de que el golpismo es malo solo cuando afecta a un gobierno llamado progresist­a. Y es, en cambio, un recurso legítimo cuando se trata de un gobierno de centro o de centrodere­cha, como califican al de Macri.

El Presidente nació rico, además, y eso provoca en algunos el odio y el resentimie­nto que les impide discernir lo políticame­nte correcto de lo incorrecto. Es una minoría de fanáticos y de charlatane­s, porque una mayoría social sabe que detrás de la defensa del progresism­o se esconden las principale­s fortunas mal habidas de la Argentina.

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