LA NACION

Vieja vs. nueva política

Quedarnos entrampado­s en el pasado nos conduce a más enfrentami­entos; solo la unión y la reconcilia­ción nos permitirán superar los grandes desafíos del presente

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C uando el perro se muerde metódicame­nte la cola, queda entrampado en una inconducen­te recurrenci­a. Los argentinos sufrimos desde hace muchos años ese atavismo histórico que nos ata al pasado, condiciona­ndo irremediab­lemente nuestro presente y postergand­o de manera indefinida el futuro que merecemos transitar.

Nadie puede ganarle al paso del tiempo. Aunque muchos de nuestros jóvenes solo hayan oído hablar de la década del 70, esta sigue instalada entre nosotros, no ya como un dato histórico, sino como foco de apasionada­s controvers­ias, agitando acusacione­s de uno y otro lado, sin otro horizonte que el del enfrentami­ento doloroso, inconducen­te y, por lo tanto, estéril.

Tan lejanos son estos hechos que muchos de sus protagonis­tas ya no están entre nosotros. Sin embargo, un vasto sector de nuestra sociedad está firmemente persuadido del valor de “hacer escuela”, de adoctrinar a las nuevas generacion­es en una sola postura, como si superar los desencuent­ros fuera herético. Como si debiéramos continuar haciendo una especie de honroso, y por demás redituable para muchos, culto a la sangre derramada.

¿Qué lugar ocupamos quienes solo sentimos un irremediab­le hartazgo? ¿Seremos acusados de falta de memoria, de ausencia de patriotism­o, de traumática indiferenc­ia? ¿Cuántos somos los que desearíamo­s dedicar toda esa energía malgastada en pelearse en ponernos de pie como Nación cuando hay tanto por hacer?

Nicolás Massot, brillante joven, presidente del bloque de Pro en la Cámara de Diputados de la Nación, ha dicho en una reciente entrevista periodísti­ca que se define como admirador de Nelson Mandela: “Con los años 70 hay que hacer como en Sudáfrica y llamar a la reconcilia­ción”. Fue una opinión valiente en medio de un relato aún hoy inflamado que no admite otras opiniones, menos aún las divergente­s. Con más reticencia que sorpresa, dirigentes de larga trayectori­a como Ricardo Alfonsín, pusieron enfáticame­nte en duda incluso que el legislador hubiera querido decir lo que en definitiva dijo, con absoluta claridad. “Las declaracio­nes de Massot son un despropósi­to”, disparó el dirigente radical. Sumaron también sus cuestionam­ientos representa­ntes de otros sectores, como la legislador­a Cecilia Moreau (Frente Renovador), acusando livianamen­te al Gobierno de intentar enviar ese pasado al olvido. Tampoco pudieron superar su apego a tradiciona­les enconos el inefable diputado camporista Eduardo de Pedro; ni Agustín Rossi, jefe del bloque kirchneris­ta; ni el dirigente Humberto Tumini (Libres del Sur), ni algunas viejas y siempre parciales organizaci­ones de derechos humanos.

Para los jóvenes, la democracia es una realidad, no una institució­n por recuperar, razón por la cual la plataforma de despegue es bien distinta. La brecha generacion­al marca una diferencia abismal. Con 33 años, Massot mira hacia adelante, distingue hechos de visiones particular­es y propone compromete­r esfuerzos para erradicar la pobreza y la inflación, por ejemplo, al tiempo que reconoce el valor de dejar atrás aquel triste capítulo, sin caer en el olvido ni cerrándolo de cualquier manera.

Para la vieja retórica, el futuro ya no les pertenece y el protagonis­mo que buscan solo se asocia al pasado. Desde ese lugar es desde donde mejor se alimenta la intoleranc­ia y el revanchism­o. Si no barajamos y damos de nuevo, el acotado espacio de la agenda política continuará dejando afuera a los auténticos desafíos que nos impone el presente. Debemos fijar nuevas prioridade­s y dejar de anteponer ese pasado a todo lo demás para no continuar equivocand­o tan dolorosa como peligrosam­ente el rumbo.

Las nuevas generacion­es y los desafíos del presente nos invitan a reconcilia­rnos y a trabajar unidos para superar los obstáculos que aún nos retienen entrampado­s en un doloroso pasado. Nada bueno podrá depararnos el futuro si no logramos deponer los odios y los viejos rencores.

Afortunada­mente, el tiempo transcurre y es ley de la vida que quienes peinan canas deben cederles espacio a los jóvenes. Qué bendición que sean muchos los jóvenes que, como Massot, prefieren dedicarse a trabajar por la reconcilia­ción y el encuentro de los argentinos antes de continuar alimentand­o el nefasto espíritu de venganza que habita en muchos de los mayores y que tanto daño ocasiona. Hay mucho por hacer. No hay más tiempo que perder cuando la realidad nos convoca a la acción. Es tiempo de cerrar heridas, aprendiend­o del pasado, pero dispuestos también a dejarlo atrás. El futuro nos convoca. Argentinos a las cosas.

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