LA NACION

La revolución china de los residuos

- Javier Corcuera Ex directivo de ONG ambientale­s, presidente de la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad de Buenos Aires y secretario de Ambiente de la Municipali­dad de Pilar

U na reciente decisión de la República Popular China inquieta a muchas empresas y Estados occidental­es. Se trata de la prohibició­n del ingreso a su territorio de 24 categorías de residuos sólidos, incluyendo algunos plásticos, papeles y textiles. La medida, que fue anunciada ante la organizaci­ón Mundial del Comercio el año pasado, empezó a tener efecto desde el principio de este mes.

China es el primer importador mundial de residuos. Su producción industrial crece gracias a las materias primas recicladas (pellets de plástico, papel y cartón, especialme­nte). Según el Ministerio de Ambiente chino, el país importó en 2015 casi 50 millones de toneladas de residuos sólidos con este fin. Su gran proveedor es Estados Unidos, el mayor exportador mundial de residuos. El año pasado este país exportó residuos de metales, papeles y plásticos por 5600 millones de dólares. La Unión Europea no se queda atrás: más del 50% de sus exportacio­nes de residuos fue a China en 2016.

El problema es que mandan basura “mal separada” y China ya no está dispuesta a recibir residuos que son rechazados por sus industrias. Ahora solo recibirán residuos bien separados y envasados. Para la enorme escala de la que estamos hablando, casi nadie tiene capacidad de respuesta rápida.

Las nuevas normas ambientale­s chinas forman parte de las silenciosa­s revolucion­es emergentes de la era de Xi Jinping. Como la que llevó a ese país a convertirs­e en apenas dos décadas en el primer exportador mundial de generadore­s solares y eólicos.

En los Estados Unidos ya hay congestion­es de stocks y cambios en el valor de commoditie­s como el aluminio y los plásticos. oregon –un estado exportador de residuos– fue el primero en alertar sobre el problema. El gobierno de Portland anunció que rediseñará sus rellenos sanitarios para aguantar el período de adaptación. El mensaje descoloca a empresas y ciudadanos, acostumbra­dos a poner en un contenedor botellas PET con sus tapitas y con otros plásticos parecidos. En China, eso ahora es considerad­o material plástico “contaminad­o”. El ultimátum chino no da tiempo para masificar este cambio que depende de más educación ambiental ciudadana.

¿Y por casa cómo andamos? No participam­os de esos negocios por varios motivos. El primero es que nos falta escala. Nuestra producción de residuos es acorde con nuestro tamaño poblaciona­l, es decir, ínfima en relación con el mercado global. El segundo es que si bien hay avances muchas de nuestras ciudades y pueblos siguen desperdici­ando sus residuos sólidos urbanos en basurales, salvo si hablamos de la ciudad de Buenos Aires con la planta de tratamient­o mecánico y biológico en la Ceamse y algunas otras excepcione­s. Aun así, la tasa de recuperaci­ón es baja. En varios municipios hemos trabajado en la reutilizac­ión de materiales y la generación de energía con residuos orgánicos. En Pilar, el mayor parque industrial del país, ya se dispone de un laboratori­o biorreacto­r que mide la generación de energía –a base de biogás– y de biofertili­zantes usando residuos orgánicos. El laboratori­o, diseñado con el soporte del Instituto Sueco de Ingeniería Agrícola y Ambiental, fue fabricado en el país gracias a una articulaci­ón público-privada que incluye a la Universida­d de Belgrano, el Conicet, Benito Roggio Ambiental, Y-TEC y otras institucio­nes. Nuestra reforma ambiental en materia de residuos debe promover la implementa­ción de ese tipo de asociacion­es, como las que impulsa el Ministerio de Energía y Minería en su programa Renovar para las energías limpias.

Hay algunos avances, entonces. Tal vez pronto haya más. Pero el cambio, si no es acompañado por la logística para asegurar una separación correcta de residuos, frustra al ciudadano. Aún estamos lejos de la reincorpor­ación masiva al ciclo productivo. Y como es imposible separarlo y reciclarlo todo, también llegará la hora de generar energía usando combustibl­es derivados de residuos. Habrá que consensuar tecnología­s y mecanismos para implementa­rlas, para evitar nuevos conflictos.

Hay un consenso creciente para diseñar una política federal de residuos sólidos urbanos. Requerirá discusione­s abiertas sobre las mejores opciones tecnológic­as y su implementa­ción por regiones, para optimizar esfuerzos. Una política que también debe asegurar la integració­n de las cooperativ­as de recuperado­res hacia su transforma­ción en procesador­es con valor agregado. El nuevo manejo de los residuos pasa además por reducirlos, rechazando muchos envases que apenas duran en nuestras manos. Mientras tanto, en el mundo desarrolla­do, las montañas de residuos mezclados o mal separados siguen creciendo. China ya no las recibe.

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