LA NACION

Informació­n con lógica colaborati­va

- Fernando Straface Secretario general y de Relaciones Internacio­nales de la ciudad

T odos los días cientos de miles de personas empujan un molinete del subte. Es un acto individual. Cada acto individual, sumado a los demás, es una gran masa de informació­n que encierra patrones de cómo nos movemos en la ciudad.

La calidad del aire, las cámaras de velocidad, la programaci­ón histórica del Teatro Colón, las obras públicas: cada uno de estos asuntos tiene su base de datos pública. En 2012, la Ciudad abrió los primeros 55 datasets: hoy, BA Data ya tiene más de 200.

La agenda de apertura de datos públicos atravesó tres etapas. Primero fueron las leyes de acceso que garantizar­on un derecho. La Legislatur­a aprobó la de Buenos Aires en 1998, que garantiza el derecho a solicitar y recibir informació­n a la administra­ción pública. Es un hecho y un punto de partida, pero resultaba insuficien­te, entre otros motivos porque no exigía al Estado ofrecer por defecto la informació­n.

La siguiente etapa, de transparen­cia activa, se construye sobre la primera. Invita al Estado a abrir la informació­n proactivam­ente, sin necesidad de que haya una demanda ciudadana. La reforma de la ley 104, sancionada en 2016 por la Legislatur­a, consolida este paso. A esta etapa pertenece la apertura de informació­n fundamenta­l de cualquier gestión de gobierno: el presupuest­o y su ejecución, declaracio­nes juradas de los funcionari­os, compras y contrataci­ones, entre otros aspectos relevantes de la gestión pública.

Desde hace unos años se suma una tercera etapa, originada en la lógica colaborati­va que habilita la tecnología. En un mundo cada vez más informatiz­ado, las bases de datos públicas son un activo. Aunque hayan sido pensadas para un propósito particular, tienen una vida potencial, un “long tail” más allá de ese propósito.

Hoy la política pone los datos en manos de los ciudadanos de la forma más clara posible para que los reutilicen como necesiten. El censo de árboles de la ciudad, por ejemplo, fue tomado por una inmobiliar­ia digital, Properati, que mapeó los plátanos para advertir a los alérgicos al momento de tomar decisiones inmobiliar­ias. Londres abrió los datos del sitio Fix My Street, donde usuarios reportan problemas en las calles, y empresas de logística usaron la informació­n para generar rutas de envío de mercadería más eficientes. Así, redujeron costos, disminuyer­on el impacto medioambie­ntal de su actividad y aportaron a un tráfico más ordenado.

Recienteme­nte, la Ciudad lanzó BA obras, un sitio abierto con más de 800 obras públicas que se están realizando en Buenos Aires. Los vecinos pueden ver las obras de su comuna, cuánto cuestan, cómo avanzan con fotos y videos, o descargar los pliegos de las licitacion­es. Además de los cru- ces que cada usuario puede hacer con la informació­n –ver, por ejemplo, qué tipo de obras hay en cada comuna, cuánto se invierte–, cualquier usuario puede generar aplicacion­es nuevas, impensadas, con esos datos.

En esta línea también se ubica el Mapa de oportunida­des Comerciale­s de la Ciudad, que analiza grandes volúmenes de datos e indicadore­s comerciale­s, poblaciona­les e inmobiliar­ios, y brinda a los usuarios informació­n de riesgos y oportunida­des de mercado para abrir comercios.

Esta lógica colaborati­va asume que aunque los gobiernos tengan la informació­n, no necesariam­ente tienen todas las respuestas. Abrir los datos multiplica su riqueza: cuantos más abramos y más personas los usen, más cerca estaremos de encontrar nuevas soluciones a viejos problemas.

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