LA NACION

La maldición australian­a le clava una daga tras otra

- Sebastián Fest LA NACION

o tra vez, la pesadilla. “Es como si la pierna no estuviera en el sitio correcto”, le dijo Rafael Nadal al médico que lo atendió en la madrugada de ayer antes de verse obligado a abandonar en los cuartos de final del Abierto de Australia.

Quizás no sea sólo la pierna: es como si Nadal al completo no estuviera en el sitio correcto. Esa pierna, la otra y el resto de su anatomía, porque ningún Grand Slam ha sido tan ingrato y ningún escenario tan cruel como lo son Australia y el Rod Laver Arena con el español.

Si el físico lo hubiese acompañado, Nadal tendría hoy dos, tres o quizás cuatro títulos de Australia y libraría un mano a mano mucho más parejo, o incluso superaría a Roger Federer en la lucha por ser el jugador con más títulos de Grand Slam. Pero Nadal tiene sólo un título en Melbourne (2009), contra 10 en París, tres en Nueva York y dos en Londres. Por eso es que el suizo supera por 19 a 16 al español y quizás lo haga por 20 a 16 dentro de unos días, beneficiar­io de un torneo que se le abrió como pocos.

La lesión de Nadal hoy es el capítulo más fresco de una saga brutal, que tiene como momento cumbre la final de 2014, aquella que perdió lesionado con el suizo Stanislas Wawrinka. En esa húmeda noche de Melbourne, al español le sucedió algo inédito en su carrera: fue abucheado por el público.

A los espectador­es les costó entender por qué Nadal se refugiaba en el vestuario, y a Wawrinka le costó horrores ser campeón ante un jugador que lo había derrotado siempre: cuando se dio cuenta de que enfrente tenía un rival disminuido, el brazo se le agarrotó. Miedo a ganar, ni más ni menos. La lesión de Nadal le dio el plus que él no estaba en condicione­s de aportar. Y así, Wawrinka fue campeón.

Obligado a abandonar ante Andy Murray en 2010 por una lesión en la rodilla derecha, jugó lesiondo y perdió con David Ferrer en 2011, una situación similar a la de Wawrinka en 2014. Aquella vez fue un “bloqueo en la espalda”, hoy fue el muslo derecho con Marin Cilic.

La maldición australian­a no se sustenta sólo en lesiones: Nadal tuvo además en el bolsillo la final de 2012 con Novak Djokovic y la de 2017 con Federer. En ambas ocasiones cedió ventajas importante­s en el quinto set para convertir definitiva­mente en un karma al Rod Laver Arena, el estadio de tenis que peor lo ha tratado en su vida.

¿Y ahora? Camino a los 32 años, es razonable pensar que los problemas físicos seguirán siendo el handicap de un jugador genial, dueño de la mentalidad más poderosa en la historia del tenis. El 2017 lo trató tan bien, que la habitual lesión anual grave llegó sólo en el cierre de año y no frenó su ascenso al número uno del mundo.

Tras las quejas habituales (“se me hace duro pensar cómo voy a terminar cuando acabe mi carrera, falta sensibilid­ad en la gente que maneja este deporte”), Nadal debería volver a los tratamient­os habituales en situacione­s de crisis física: reposo, recuperaci­ón, quizás plaquetas de plasma enriquecid­o, células madre. Todo lo que sea necesario para prolongar la vida deportiva de un tenista al que Australia le clava una daga tras otra.

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reuters el físico privó a nadal de ganar varios títulos en australia
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