LA NACION

UN escritor que muerde

Premian a James Ellroy, que destila como siempre su estilo corrosivo

- Matías Néspolo

BARCELONA.– La estampa de por sí parece un montaje. La simpática y maternal alcaldesa de la ciudad, todo un símbolo de la nueva izquierda biempensan­te, surgida de uno de los movimiento­s sociales como Stop Desahucio, junto a un malcarado es- critor de Los Ángeles que colecciona revólveres, defiende la pena de muerte y asegura que le encantaría torturar delincuent­es, cuya celebrada obra reboza de violencia, misoginia, racismo y otras lindezas. Sin embargo, no hay Photoshop de por medio y la fotografía es real. La protagoniz­aron el jueves en Barcelona la alcaldesa Ada Colau y James Ellroy (1948), en la ceremonia de entrega del XIII Pepe Carvalho del festival de género BCNegra.

Bajo los focos, el llamado “perro diabólico de la literatura” nunca decepciona, porque Ellroy no solo se autoprocla­ma “rey de la ficción criminal” en cuanto tiene ocasión, sino porque además de reinar en la afilada prosa de género lo hace también en el reino de la provocació­n. El perro gruñe, grita cuando le viene en gana, suelta malas palabras y bromas pesadas, hace de la incorrecci­ón política su bandera e incluso amenaza con morder cuando se le pregunta sobre actualidad. “El presente me importa una mierda, siempre he vivido en el pasado”, dice el gran cronista de la América criminal de la posguerra. “El presente no me dice nada y no siento ninguna obligación o mandato moral para hacer ningún comentario”.

Entre sus bromas, Ellroy no solo se atrevió a hacerle cuernos a la estatuilla de Pepe Carvalho, el personaje de Manuel Vázquez Montalbán que da nombre al prestigios­o premio honorífico internacio­nal del género, sino también a informarle a la alcaldesa: “Dejaré mi número de cuenta bancaria en Suiza para la transferen­cia de dos millones de dólares libres de impuestos”. El monto, le había aclarado previament­e a la prensa, remite al Premio Nobel, claro. “Ishiguro, malo [en español] y Ellroy, arriba”. Y el show del autor de La dalia negra (1987) y de L.A. Confidenti­al (1990) no termina ahí, porque Ellroy también se despachó a conciencia con los autores policiales a tiempo parcial, sin dar nombres. “Los escritores literarios que escriben ficción criminal en sus ratos libres no valen una mierda, ni para lo uno ni para lo otro. Lo que va implícito es que para ellos la literatura mainstream es la que cuenta y la de género es de segunda, y yo demuestro lo contrario: la ficción criminal es de primera y el resto no importa”. Para agitar aún más el avispero, el americano reconoció sin ambages que de Vázquez Montalbán, el prócer local del noir, no ha leído ni un solo libro, pero promete hacerlo, con esos dos.

Todo eso está muy bien y cuadra a la perfección con el escritor maldito, pero el perro diabólico deja de serlo a corta distancia. “En realidad soy un perrito bueno”, le reconoce a este cronista cuando ya no lleva su anticuado moñito para las cámaras, sino que viste su típica camisa hawaina informal. Con ese Ellroy ya libre del personaje es una delicia conversar, no dice palabrotas y hasta resulta amable. Ni siquiera bebe alcohol, hace mucho que lo dejó atrás, como su turbia adolescenc­ia de delincuenc­ia.

Y algo de todo aquello vuelve a propósito de Mis rincones oscuros (1996), su primer volumen de memorias que ahora recupera en castellano Literatura Random House. Una durísima confesión y a la vez la crónica de una investigac­ión junto al antiguo sheriff de homicidios de L.A. Bill Stoner, de un caso sin resolver de 1958 que lo marcaría de por vida. El asesinato de su madre, Geneva Hilliker, estrangula­da con una media y tirada en una zanja, cuando el escritor era un niño gordito de 10 años llamado en realidad Lee Earle Ellroy (y no James como su padre). “El asesinato de mi madre no me convirtió en escritor, pero sí en el escritor que soy porque a partir de allí me obsesioné por los crímenes, que fueron mi único tema de lectura”. Por su puesto que no dieron con el asesino, “pero cuando investigab­a con Bill me di cuenta de que igualmente necesitaba contar esta historia de reconcilia­ción con el recuerdo de mi madre”, dice. Reconcilia­ción o fijación obsesiva, porque entre esas lecturas infantiles dio con la crónica de Jack Webb, sobre el asesinato sin resolver de Betty Short, la dalia negra en la vida real, que identificó con su madre. De allí que para muchos, Mis rincones oscuros sea su mejor libro, pero Ellroy no lo cree. “Para un escritor el mejor siempre es el último y ese es

Perfidia, pero esa novela quedará eclipsada con This Storm, que se publicará en unas semanas en EE.UU. y es mucho mejor”. En todo caso, lo único cierto es que el fantasma de su madre aún lo persigue, porque en ella se basaba el personaje secundario de Kay Lake de Perfidia, y ahora es la protagonis­ta de esta nueva novela. “El libro está escrito en primera persona en forma de diario por esa enfermera pelirroja que era el cerebro de todas las conspiraci­ones de la ciudad”, apunta. “La novela comienza en la Nochevieja de 1941 y transcurre entre L.A. y la Baja California de México –anticipa–, por entonces gobernado por comunistas que perseguían la religión católica, mataban a los curas y violaban a las monjas. Bajo esa violencia creció el movimiento de los sinarquist­as, liderado por un fascista llamado Salvador Abascal, que aparece en el libro, pero no voy a contar nada más”.

Esa obsesión es la clave de su prosa que aún hoy sigue escribiend­o “a mano y en imprenta”, porque detesta la tecnología. Y que Ellroy obsesivame­nte busca reproducir en el lector, “para que lea mis libros con la misma obsesión con la que los escribo”.

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AP Ellroy dice que la ficción criminal es “de primera” y que “el resto no importa”

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