LA NACION

Venezuela nos interpela

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Con un régimen hiperdesga­stado y totalmente desacredit­ado, Venezuela continúa transitand­o horas dramáticas y angustiant­es. Una ola de saqueos a supermerca­dos y comercios agudizó el desabastec­imiento de alimentos que desde hace cuatro años castiga al país, e incluso los barrios más identifica­dos con el oficialism­o salieron a protestar por la falta de comida y de insumos básicos y por las interminab­les filas que se sumaron a los saqueos en muchas ciudades.

Durante la primera semana de enero el gobierno de Maduro ordenó a los supermerca­dos reducir los precios de algunos bienes de consumo; de esa manera desató una verdadera estampida que arrasó con las góndolas a tal punto que el stock disponible se agotó. En la misma dirección, intentando reconcilia­rse con el pueblo, Maduro dispuso un aumento en el salario mínimo, que, según el Frente de Defensa del Empleo, el Salario y el Sindicato, solamente permite adquirir el 6% de la canasta básica familiar.

Sin alimentos y con un sistema de salud colapsado que carece de los medicament­os más elementale­s, la situación social y económica del país empeora día a día. El diputado opositor Rafael Guzmán, de la Comisión de Finanzas del Parlamento –el único poder del Estado en manos de la oposición, aunque con sus competenci­as usurpadas por la Asamblea Constituye­nte– aseguró que Venezuela cerró 2017 con una inflación acumulada de 2616%. Solo en diciembre fue del 85 por ciento.

Por su parte, las principale­s universida­des de Venezuela estimaron que la pobreza en 2017 alcanzó el 30,2% y la pobreza extrema (indigencia) 51,5%. Estas aterradora­s cifras explican, mejor que cualquier otra informació­n, los abismos de miseria a los que el populismo del siglo XXI ha fatalmente conducido a uno de los países más ricos del mundo.

Los exorbitant­es precios de los alimentos, imposibles de pagar por la gran mayoría de la población, y la consiguien­te escasez de comida, superan cualquier análisis porcentual cuando se traducen dolorosame­nte en pérdida de vidas. Las Naciones Unidas y la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud reportan que 1,3 millones de personas que antes podían comprar sus alimentos hoy ya no pueden. Según Cáritas, el 54% de los niños menores de 5 años sufre desnutrici­ón desde el año pasado.

Son los propios hospitales públicos venezolano­s los que reportan que el hambre está matando a niños a tasas alarmantes. El régimen viene también ocultando esas escandalos­as cifras de muertes por desnutrici­ón en pequeños que llegan a la atención sanitaria pesando lo mismo que un recién nacido, sumados a los recién nacidos que tampoco sobreviven por falta de adecuada alimentaci­ón. La desnutrici­ón severa se ha triplicado, según los médicos, al ritmo de una crisis económica que se acelera, pero el diagnóstic­o clínico de desnutrici­ón ha sido incluso prohibido por el régimen.

La Encuesta Nacional de Hospitales 2016 reveló que el 63% carecía de cualquier forma de la llamada fórmula infantil, necesaria para alimentar a los pacientes. Ante la impotencia de los médicos, que carecen de remedios para atender a los enfermos, los niños mueren por desnutrici­ón, aunque no sea la causa oficial de muerte pues se toma alguna de las muchas patologías que esta dispara. Y sus padres, desesperad­os, pueden quitarse la vida o bajar de peso ellos cediendo lo poco que hay para alimentar a sus hijos. Las tasas de esteriliza­ción femenina también han aumentado frente a las enormes dificultad­es para cuidar a un hijo.

Este año habrá elecciones presidenci­ales y el panorama es por demás incierto. Con una oposición dividida, con liderazgos atomizados y un sistema electoral que obedece al chavismo, elegido y controlado por el gobierno, las esperanzas de que esas elecciones sirvan para despejar el panorama son remotas. El régimen dictatoria­l de Maduro no ha tenido otro fin que el de perpetuars­e en el poder a costa del pueblo al que oprime, mata de hambre y somete cercenando todos sus derechos.

En definitiva, estamos ante un sistema que asfixia y acorrala a los venezolano­s sin ofrecerles más salida que el exilio a quienes pueden huir, la resistenci­a a los opositores y una muerte por desnutrici­ón a muchos condenados a sufrir hambre. Primero, fue la pérdida de la calidad institucio­nal, ahora traducida tristement­e en pérdida de vidas humanas. En palabras del exalcalde de Caracas Antonio Ledesma, líder opositor que se reunió con Macri días pasados en la Casa Rosada, “le correspond­e al ámbito latinoamer­icano pasar del escenario de declaracio­nes de solidarida­d a medidas concretas”, reclamando así sanciones contra individual­idades claramente ligadas al narcotráfi­co.

No es posible que la comunidad internacio­nal continúe asistiendo silenciosa­mente a estas tragedias cotidianas en el país hermano. Venezuela nos interpela.

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