LA NACION

Curar las heridas

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En 2016, Francisco exterioriz­ó ante el periodista Morales Solá su deseo de una Iglesia abierta, comprensiv­a, que acompañe a las familias heridas. Apelando a ese compromiso le escribí entonces una carta solicitand­o nos ayudara precisamen­te a curar las heridas que la dolorosa década del 70 generó en los deudos de las víctimas de la guerrilla. Formalment­e le solicité nos concediera una audiencia, a la que asistiría junto a María Cristina Picón, viuda de Viola, quien, el 1° de diciembre de l974, embarazada de cinco meses, vio cómo un comando del ERP asesinaba por la espalda a su marido, el capitán Humberto Viola, a su hija María Cristina, de tan solo tres años, y dejaba gravemente herida a María Fernanda Viola, de cinco. Mi padre, el coronel Argentino del Valle Larrabure, fue secuestrad­o, torturado y asesinado por el ERP, en pleno gobierno del poder y quebranta el artículo 16 de la Constituci­ón, que sostiene: “La nación Argentina no admite prerrogati­vas de sangre, ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad”. El nepotismo judicial teje una ominosa telaraña de compromiso­s personales, favores que devolver, deudas que sufragar y conductas subordinad­as que desbaratan la independen­cia e imparciali­dad de los jueces, leitmotiv de su cometido constituci­onal. Siguiendo el ejemplo presidenci­al, las academias de derecho, colegios de abogados, asociacion­es profesiona­les y ONG vinculadas a la Justicia deberían requerirle al presidente de la Corte Suprema un relevamien­to integral en el Poder Judicial –que incluya su propio ámbito– sobre la nómina de

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