LA NACION

EL CAMPESTRE

Cumpliendo su sueño de vivir en el campo, Juan Curuchet adoptó el ocio como estilo de vida. Disfruta enormement­e del verde, la libertad y su familia.

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En este momento debo ser experto en ocio”, dice Juan Curuchet, que por primera vez en su vida se dedica a no hacer nada. Repasemos: trabajó hasta los 15 años, luego se dedicó a competir, a los 44 dejó el deporte y trabajó 8 años en el Comité Olímpico, para luego abocarse 4 a ser senador provincial. “Hoy disfruto del verde, el aire libre y el infinito”, dice el exciclista, que cumplió su sueño de vivir en el campo. “Cuando viajaba, veía las casas en los campos a los costados de la ruta y soñaba con tener una”, dice quien ahora vive en su propia casita en las afueras de Mar del Plata. La medalla olímpica de oro cumplió sus sueños deportivos, y en lo familiar tampoco se queja: tiene cuatro hijos (Martín, Kevin, Juan Ignacio y Martina) y una nieta (Juanita) que atesora. “Tengo todo lo que necesita un hombre para ser feliz. Estoy pasando por un momento especial, de tranquilid­ad, sin preocupaci­ón”, dice sobre su situación actual. Y cuando se escuchan pajaritos de fondo, afirma: “Estas cosas las soñé. Me siento muy afortunado”.

Si bien vive solo, comparte el campo con sus papás, que le convidan unos mates todas las mañanas y con quienes disfruta almuerzos y charlas. Luego, Juan se dedica a caminar. Regar y hacer un poco de ejercicio (tiene un minigimnas­io) también son actividade­s frecuentes. Con sus hijos varones, comparte salidas a bailar y programas con amigos. “Cuando me retiré del deporte, mis amigos ciclistas me quedaron esparcidos, así que me uní a los amigos de mis hijos”, explica. Cervecería­s y restaurant­es son los destinos comunes. También los une la bicicleter­ía Curuchet, a cargo de sus hijos, a la que Juan va de visita. Con su hija mujer, comparten viajes y almuerzos. Las escapadas padre e hija son una tradición anual, así como las salidas a almorzar entre semana. Hace poco se fue a Punta Cana con toda su prole, hijos y nieta incluidos. “Son las cosas que no podía disfrutar cuando era deportista. Pensá que no estuve en el nacimiento de ninguno de mis 4 hijos; el atleta de alto rendimient­o no tiene una vida. Por suerte, ahora estoy recuperand­o esas cosas”, afirma.

Como buen marplatens­e, también disfruta de la playa, incluso tiene carpa en un balneario. “Pero me enamoré del campo”, dice. “Lo tenía como un sueño. Me hace sentir bien. Cuando voy a la ciudad, lo extraño. También me ayuda mucho atraer recuerdos lindos. Soy una persona positiva”. Y cuando de invitar se trata, el medallista olímpico es especialis­ta en asado, vacío y costillar. “En Navidad y Año Nuevo había más de 30 personas en casa. Como tengo la suerte de disfrutar esta soledad, después recibo con más fuerza. Al estar siempre solo, cuando viene alguien lo atiendo, le cocino”, cuenta. Sus amigos suelen ir con sus hijos y pasan el día en la pileta.

“Después de tantos años de competició­n, terminé un poco estresado al final, porque nunca paré. Y cuando me saqué ese chip, fue increíble. Ahora no pienso en nada, no tengo agenda a largo plazo, voy programand­o el día a día, minuto a minuto, disfrutand­o de cada cosa, sobre todo el verde, el aire, el horizonte y las cosas que he logrado”, dice. Y remata: “Soy un bacán”.

“Tengo todo lo que necesita un hombre para ser feliz”

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