LA NACION

Maxi Prietto “Los cartoneros son mis héroes actuales”

Al frente de Los Espíritus, se convirtió en la cara visible del grupo de rock emergente más celebrado de 2017

- Texto Juan Manuel Strassburg­uer | Foto Daniel Jayo

Para Maxi Prietto, cantante de Los Espíritus, sin duda fue un año especial el que pasó. Con Agua ardiente, su tercer disco, superaron las expectativ­as más optimistas. Y terminaron tocando en un microestad­io para cinco mil personas, además de girar por Latinoamér­ica y Europa con ese rock blueseado y mestizo que pone en trance los cuerpos y da sabor al vigor. “El otro día estábamos con Santi [Moraes] en Uruguay y justo teníamos dos noches libres antes del recital. Y nos dimos cuenta de que las necesitába­mos tanto que las usamos para descansar y charlar. Creo que recién ahí nos cayó la ficha del año que vivimos”, reconoce el cantante y guitarrist­a, que también viene de editar la versión en vinilo de Prietto, su disco solista salido en 2015. “Quedé muy contento con cómo quedó”, asegura tras haberlo repartido a mano en disquerías amigas. –Hace un tiempo volviste a vivir en La Paternal, tu barrio de la infancia. ¿Qué te gusta del lugar? –Es muy tranquilo, parece que estuviera olvidado respecto de otros puntos de la ciudad. Todo es más relajado. Se siguen viendo pibes jugando a los pelota o gente tomando mate con la puerta abierta. Voy al almacén y el tipo dice “bueno, después me traés los envases”. Pequeños gestos de humanidad que me gustan. –¿Alguna zona que te atraiga en particular? –Muchas. Pero de noche toda la parte de Warnes, que es de mucha actividad, queda deshabitad­a y con un aire muy fantasmagó­rico. Es raro eso, me atrae. Y de día, en las cortadas cerca de la vía, hay muchos cartoneros, que son mis héroes actuales. Cada vez que los veo empujando esos carros enormes me saco el sombrero, los admiro. La abuela “que junta cartones” del tema de Los Espíritus viene de ahí. Me la cruzo todos los días. Tiene setenta y pico. La ves empujando su carro y decís: ‘‘¿Cómo puede ser?’’. Pero sí, puede ser. –En general se conoce tu formación musical, pero no tanto tu vínculo con la lectura. ¿Qué autores y libros te marcaron? –Me gusta mucho leer. No es que leí gran cantidad de cosas, pero cuando me gusta un autor soy de buscar y leer todo lo que publicó. Por ejemplo John Fante. Es el número uno para mí. Me atrapa porque por un lado tiene muchos chistes, pero también momentos tristes, un humor muy oscuro. Me identifico con su alter ego Arturo Bandini, que a través de sus libros va contándote su historia desde que era niño y soñaba con ser beisbolist­a hasta después, que quería ser escritor y lo logra, y el final, con él ya en una mansión, pero igual fastidioso con sus hijos y su vida. Es de un humor muy incorrecto que te va convencien­do con su inteligenc­ia. Un escritor que te hace creer que lo conocés. O que es tu amigo. –¿Cómo llegaste a él? –En la adolescenc­ia leía mucho a Bukowski y en una entrevista vi que lo recomendab­a. En ese momento no había nada suyo editado acá. Pero en Internet encontré un pdf y me lo hice pasar a papel en una imprenta. Y lo leí todo así: en hojas A4, sentado en una plaza. Después cuando salieron sus libros los fui comprando. –En tus entradas de Facebook y en algún blog que tuviste se nota tu gusto por la escritura más allá de la composició­n de letras. ¿Cómo está eso hoy? –Escribo relatos autobiográ­ficos a los que les cambio algunas cosas para que sean más divertidos. Pero al tiempo los releo y, como estoy en el medio, me caigo mal, no me soporto. “¿Quién va a querer leer esto?”, pienso. “Nadie”, me respondo [risas]. Entonces lo dejo. Por otro lado, me pongo metas muy altas. Por ahí me siento a escribir y ya quiero hacer una novela, que es como querer sacar un disco quíntuple sin haber grabado nada. Nunca pude relajarme como con la música. Quizá sí en el futuro. –¿Y con el cine cómo te llevás? –¡Muy bien! [risas]. En mi casa, en la época de los videoclube­s, solíamos alquilar películas considerán­dolas un entretenim­iento. Era ir y buscar cada uno algo que nos entretuvie­ra el fin de semana. Ocupaban ese lugar. Hasta que un día vimos Pulp Fiction y todo cambió porque nos entretenía, pero también nos hacía preguntar: “¿Qué personaje es ese? ¿No era que había muerto? ¿Por qué esa estética y esa música?”. Nos partió la cabeza. A tal punto que me pregunté por primera vez quién había dirigido la película, algo que hasta ese momento no me había significad­o nada. –¿Y las series? – Me cuesta ver series. Sí entré en la fiebre de Breaking Bad, como todo el mundo. Pero fue la única. Después no pude mantener la constancia. Es raro porque tengo tiempo. Pero me cuesta seguirlas. Prefiero más el formato película: el acto de sentarme a ver y disfrutar una buena peli. Por eso cuando se da que estrenan alguna de un director que sigo, arreglo todo para ir a verla. –Te gustan las salas de cine. –Sí. Suelo ir a las salas del centro. Me encantan el Lorca, el Gaumont (al que iba mucho con mi viejo) y la Leopoldo Lugones del San Martín, mi favorita. La curtí mucho en la época que volvía de trabajar en Florencia Varela y aprovechab­a la entrada a dos pesos para meterme y ver lo que daban sin saber bien qué. También me gusta salir y aprovechar que la zona está más calmada y terminar la noche comiendo una pizza por ahí. Me parece una salida muy linda para hacer. Ya sea con un amigo o con una pareja. –Se suele preguntar cómo afecta la llegada de un hijo apenas sucede, pero no tanto cuando ya transcurri­ó tiempo desde ese momento crucial. ¿Qué cosas distintas vivís como papá respecto de tres años atrás? –En una primera instancia mi vida cambió un montón. Tuve que responder por otra persona, cambiar mi estilo de vida para poner en primer plano el bienestar de Esmeraldit­a, lo cual me vino muy bien. Pero ahora que tiene tres y medio ya tiene su personalid­ad, opina, tiene sus días de fastidio. Está en la edad que habla mucho y sabe muchas cosas, pero también otras que no comprende. Y como yo la tomo en serio y le sigo la corriente por ahí termina armando pensamient­os muy graciosos. –¿Alguno reciente? –Hace poco estábamos en una terraza con un amigo. Era una noche estrellada y le dijimos: “¿Querés pedir un deseo?”. “Sí. ¿El que quiera?”. “Sí, el que quieras”. “Bueno...”, cerró los ojos y murmuró: “Quiero... una empanada de carne”. Con mi amigo estallamos de risa. Momentos así, un montón.

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