LA NACION

El aliado de Chávez que encontró los límites cuando dejó el poder

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Ramiro Pellet Lastra LA NACIoN

Alos 54 años, Rafael Correa vivió el auge y la caída del llamado “socialismo del siglo XXI” latinoamer­icano en el asiento delantero de la historia. Lo hizo como coequiper de Hugo Chávez, que creó el movimiento, definió su perfil y comandó sus acciones hasta su lecho de muerte, en 2013.

Al igual que el líder venezolano, Correa se montó en un inmenso barril de petróleo que alcanzó precios históricos y le dio cuantiosos ingresos, con los que presidió un período de auge que le permitió dominar los resortes del poder y ganar la adhesión de amplias mayorías.

El economista, que llegó al poder en 2007, invirtió en salud y educación, mejoró los ingresos y las condicione­s de los trabajador­es y consiguió, así, reducir la pobreza en un 30%. El respaldo de buena parte de los votantes se mantuvo hasta el año pasado, cuando dejó el gobierno. En estos últimos meses, fuera de la presidenci­a, su popularida­d entró en pendiente, en buena medida por las revelacion­es de corrupción.

Los días de las vacas gordas habían sin embargo terminado. Cuando cayó el precio del crudo, los problemas reemplazar­on a las soluciones, y su gobierno, que desalentó la inversión, se encontró corto de fondos para financiar como en sus mejores tiempos la “revolución ciudadana”, el nombre de su modelo.

Todo había comenzado con el triunfo electoral de 2007, que puso fin a una secuencia de gobiernos efímeros que tenían al sistema político ecuatorian­o entre los más inestables de la región. El país llegó a tener cinco presidente­s en los diez años anteriores a su llegada al Palacio de Carondelet. Los diez años posteriore­s, en cambio, lo vieron asentarse al frente de la administra­ción sin adversario­s políticos visibles.

Concentró el poder en un férreo presidenci­alismo que hizo mucho por reducir a su mínima expresión la separación de poderes y el pluralismo político. Su gran rival pasó a ser la prensa, a la que apabulló con multas, restriccio­nes y persecucio­nes. La crítica de los medios era vista como una sublevació­n, cuando no una conspiraci­ón para derrocar a su gobierno y restaurar el poder de las oligarquía­s, según el relato que compartían Correa y Chávez.

Solo su retórica antiimperi­alista hizo que Correa suspendier­a por una vez sus creencias contra la prensa satánica y se aliara con Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, perseguido por Estados Unidos, a quien le dio refugio en la embajada de Ecuador en Londres.

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