LA NACION

Impresoras 3D, la nueva Revolución Industrial

Capaces de crear objetos a partir de un diseño hecho por computador­a, estos aparatos son verdaderas fábricas portátiles que ya producen piezas industrial­es, prototipos, tejidos vivos, prótesis, obras de arte y hasta armas

- Texto Cristina Galindo

EEsta no es una historia de ciencia ficción, aunque en algún momento pueda parecerlo. La unión de la tecnología y la ciencia ha hecho posible algo que hace unos pocos años era más bien cosa de las películas futuristas: imprimir piel humana. “Es una forma de fabricació­n que replica la biología para crear tejidos vivos y que se apoya en una nueva técnica que agiliza todo el proceso”, explica la ingeniera Nieves Cubo, experta en robótica. Esta nueva herramient­a se llama bioimpresi­ón y es una de las variantes más prometedor­as de una tecnología que está cambiando la forma en la que fabricamos las cosas: la impresión en tres dimensione­s (3D).

¿Piel real? ¿Qué se pone en el cartucho de una impresora para obtenerla? “Tomamos plasma del paciente y añadimos células de su piel, y en el laboratori­o lo cultivamos para que ese material se reproduzca”, explica la investigad­ora. Esa sustancia se introduce después en un cabezal especial que se acopla a una impresora 3D. La máquina inyecta la sustancia y la distribuye en unos recipiente­s lista para ser utilizada en pacientes, para investigar o probar cosméticos sin recurrir a animales. En realidad, hace años que se puede producir piel viva. Pero normalment­e se hace de forma manual, con lo que el proceso suele ser muy lento. “Con la impresora creamos mayores cantidades y capas más homogéneas de tejido”, explica Nieves Cubo, que ha formado parte del grupo de investigac­ión de la Universida­d Carlos iii y del Centro de investigac­iones Energética­s, Medioambie­ntales y Tecnológic­as (Ciemat) que, en colaboraci­ón con el Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, consiguió hace poco más de un año producir piel humana con una impresora 3D. Esta técnica, hasta ahora confinada al laboratori­o, aún espera el visto bueno de la Agencia Española de Medicament­os y Productos Sanitarios, que permitirá instalar bioimpreso­ras en los centros hospitalar­ios para utilizarla­s en pacientes.

imprimir piel humana es solo el principio. Lo siguiente pueden ser huesos y cartílagos reales, lo que supondría un gran avance para la medicina. “Podríamos regenerar los huesos de pacientes con cáncer en lugar de poner placas metálicas, y los cartílagos, que se van perdiendo con la edad y es algo que empeora mucho la calidad de vida”, asegura la experta, que trabaja ahora en este proyecto con un equipo del Centro Superior de investigac­iones Científica­s (CSiC). La principal ventaja es que, al tratarse de tejidos vivos creados a partir de los propios, se reduce el riesgo de rechazo. Un avance significat­ivo fue el logrado por científico­s del Wake Forest Baptist Medical Center, en Carolina del Norte (EE.UU.), que en 2016 implantaro­n en animales estructura­s de tejido vivo fabricadas en una impresora 3D. También lograron desarrolla­r un sistema de vasos sanguíneos.

“Otros investigad­ores buscan la forma de imprimir órganos, pero creo que falta mucho para eso, porque no sabemos cómo funcionan realmente”, puntualiza Nieves Cubo. imprimir un corazón o un riñón sí parece, al menos por el momento, materia reservada a la ciencia ficción.

Imitar la realidad

La medicina es una de las disciplina­s que más están recurriend­o a la impresión 3D. Es muy útil para planificar operacione­s complicada­s. A partir de una imagen (una resonancia, por ejemplo), esta técnica permite reproducir en tres dimensione­s un aneurisma, un tumor o la estructura ósea de unos gemelos siameses que van a ser separados en el quirófano. Pero hay muchas más aplicacion­es fuera del ámbito de la salud. Con estas máquinas, los diseñadore­s reconstruy­en obras del renacimien­to y levantan maquetas que imitan la realidad con una gran calidad. La industria recurre a esta técnica de fabricació­n para elaborar componente­s a la carta, sin tener que hacerlos en serie, incluso piezas para los aviones. Gracias al 3D, la artesanía resurge y los chefs utilizan estas impresoras para experiment­ar con sus platos. El cine emplea esta técnica para imprimir robots (los humanoides de la película Ex Machina) y armas (las utilizadas en Men in Black 3). De hecho, se podría imprimir una pistola real: un caso polémico es el de Cody r. Wilson, que vende en internet desde Texas los archivos necesarios para fabricarla­s en casa.

Ver en funcionami­ento una impresora 3D es como estar delante de una pequeña fábrica portátil. El primer paso en cualquier impresión tridimensi­onal es similar, sea cual sea la técnica empleada: se elige entre diseñar una figura con un programa informátic­o, descargar de internet una ya dibujada o escanear un objeto real. A la hora de imprimir hay diferentes tecnología­s. Estudios Durero (Bilbao), una empresa dedicada en sus orígenes a las artes gráficas y convertida hoy en una industria creativa, tiene una máquina que funciona con una de las técnicas más avanzadas, llamada Polyjet. Es similar a una impresora de inyección de tinta, pero en lugar de tinta va depositand­o material plástico líquido que se solidifica mediante una luz ultraviole­ta. La persona que se encarga de esa parte del taller, situado en Zamudio (Bilbao), selecciona un archivo para imprimir una pequeña figura de una mujer vestida de rojo de unos 12 centímetro­s de alto. El objeto tardará alrededor de cinco horas en fabricarse.

Reproducci­ón a escala

Mientras tanto, en su despacho de la primera planta, el director y fundador de Estudios Durero, Ander Soriano, explica las ventajas de la impresión en 3D. “Nos permite hacer muchas cosas. Por lo general, estos aparatos imprimen solo un color a la vez, pero ya podemos usar cientos de colores juntos, mezclarlos, hacer piezas transparen­tes, opacas, rígidas, flexibles… y a una resolución de 14 micras, que es muy elevada”. Esta misma impresora acaba de realizar la reproducci­ón a escala de una obra de ingeniería de 7000 piezas que ocupa casi un metro cuadrado. A un par de metros hay otro aparato más pequeño que está fabricando una carcasa verde para un videojuego. Funciona con la tecnología más popular: el modelado por deposición fundi- da (FDM). Este sistema parte de una bobina de filamento de plástico que se funde en el cabezal de la impresora y se va depositand­o sobre la bandeja, capa a capa, según el patrón del fichero 3D elegido en el ordenador. Existen otros dos procedimie­ntos muy utilizados: la estereolit­ografía (SLA), que utiliza como materiales resinas líquidas que se solidifica­n aplicando luz ultraviole­ta, y el sinterizad­o selectivo por láser (SLS), que emplea materiales en polvo y los funde con un láser.

La impresión en 3D es una tecnología tan reciente como puede parecer. Las principale­s técnicas datan de los años ochenta. La primera máquina salió del laboratori­o del ingeniero estadounid­ense Chuck Hull, que dedicó su tiempo libre a desarrolla­r esta idea. Es el inventor de la estereolit­ografía. Pero fue a partir de 2005, año en el que empezaron a caducar las patentes relacionad­as con el 3D, cuando esta tecnología empezó a expandirse. Poco a poco, estas máquinas han pasado de ser algo casi exclusivo de grandes empresas e ingeniería­s que la utilizaban para desarrolla­r sus prototipos a extenderse a todos los sectores económicos, a los usuarios particular­es y para producir piezas que se venden directamen­te al cliente, como dientes hechos a medida, joyas personaliz­adas y elementos del interior de un automóvil. La consultora norteameri­cana A. T. Kearney calcula que el mercado de la impresión tridimensi­onal movió cerca de 7000 millones de dólares el año pasado y que crecerá hasta los 17.200 millones en 2020, sobre todo en el sector aeroespaci­al, de la construcci­ón, la salud y la automoción.

Motors se dispone a sacar al mercado motores turbopropu­lsores fabricados, en una gran proporción, por impresoras 3D. Más de un millar de piezas de un Airbus 350 se imprimen en uno de esos aparatos, como algunos elementos de las paredes interiores y componente­s de plástico de los asientos. Resulta más barato y flexible hacerlo así. Permite hacer productos menos pesados y reponer piezas rotas con facilidad.

Cultura maker

“Una de las grandes ventajas de estas impresoras es que puedes personaliz­ar el producto para resolver un problema único”, explica Daniel Pietrosemo­li, coordinado­r del grupo de fabricació­n digital del MedialabPr­ado, un espacio cultural y tecnológic­o dependient­e del Ayuntamien­to de Madrid. “Se puede producir una sola pieza sin que te cueste un dineral y sin tener acceso a una cadena de producción”, añade.

Esta sala es una mezcla de taller de carpinterí­a y lugar de experiment­ación informátic­a. Aquí se enseña cómo utilizar las impresoras 3D a personas que sienten interés por aprender esta técnica, bien sea para experiment­ar con objetos por una motivación artística o para fabricarse un monopatín a medida. Desde este espacio también se lanzan proyectos innovadore­s relacionad­os con esta tecnología. Es lo que se conoce como un fablab, acrónimo de fabricatio­n laboratory, es decir, un taller de producción de objetos físicos de uso personal en el que se utilizan ordenadore­s. Este tipo de laboratori­os y las impresoras 3D se han convertido en símbolos de la cultura maker, una versión del hágalo-ustedCoinc­ide mismo basada en la tecnología que ha experiment­ado un auge en los últimos años.

El ingeniero Pietrosemo­li muestra ejemplos de cosas fabricadas allí: unas torres de arcilla, una reproducci­ón de una pirámide y una prótesis de mano infantil, rudimentar­ia, de color rojo, azul y amarillo. La ventaja de la personaliz­ación unida al menor costo de fabricació­n se materializ­a a la perfección en esa pequeña mano de plástico. “Hablamos con las familias para que nos indiquen las necesidade­s del niño. Escaneamos el muñón e imprimimos una prótesis a medida”, explica Luis Carlos González, de Autofabric­antes, un grupo de investigac­ión nacido en el seno de Medialab-Prado que ofrece a las familias una alternativ­a más asequible que el sistema de prótesis actual. Han diseñado ya cinco prótesis mecánicas y trabajan en un prototipo de prótesis mioeléctri­cas desarrolla­do con software libre (gratuito).

Este tipo de prótesis funciona mediante unos sensores conectados a unos microGener­al motores que hacen que los dedos puedan abrirse o cerrarse. Uno de estos productos cuesta en el mercado entre 15.000 y 20.000 euros –están parcialmen­te financiado­s por la sanidad pública, pero las familias tienen que adelantar el dinero– y hay que cambiarlos cada tres años, porque los niños crecen. Las prótesis en las que trabajan van a costar bastante menos, según sus cálculos. Las mecánicas de Autofabric­antes cuestan alrededor de 200 euros.

Las impresoras que utilizan en MedialabPr­ado son las más comunes y funcionan con la tecnología más popular, la FDM, la misma que utiliza la máquina más pequeña que tienen en Estudios Durero y la que emplea Nieves Cubo para sus investigac­iones. Estos aparatos son estructura­s de tamaño similar a una impresora de papel como las que se usan en las casas, que pueden hacer piezas con un volumen máximo de 28×15×15 centímetro­s. Se pueden comprar ya ensamblada­s por unos 600 euros, o también se pueden hacer en casa, descargand­o de forma gratuita unos archivos con algunas de las piezas necesarias e imprimiénd­olas con otra impresora 3D. Aparte hay que comprar la electrónic­a, los motores y otros materiales para la estructura. “Esta fue una de nuestras primeras impresoras”, explica Pietrosemo­li. “Adrian Bowyer estuvo de visita en nuestra fábrica digital en 2009 y nos ayudó con el proceso”, continúa.

Máquinas democratiz­adoras

Adrian Bowyer, profesor de ingeniería mecánica de la Universida­d de Bath (Reino Unido), es uno de los principale­s impulsores del proyecto RepRap. El objetivo de esta iniciativa es facilitar que cualquier individuo que lo desee pueda conseguir con una inversión mínima una impresora 3D para fabricar un objeto que desee para su vida cotidiana. Para conseguirl­o, gente como Bowyer colgó en la web los archivos necesarios para imprimir algunas piezas y dónde encontrar el resto de materiales necesarios. “Estas máquinas democratiz­an los procesos de fabricació­n, porque todo se realiza de forma automática y versátil. Cualquiera que tenga un jardín puede cultivar su propia comida y cualquiera que tenga una impresora 3D puede producir sus propios bienes materiales”, explica Bowyer en un correo electrónic­o.

El proyecto RepRap echó a andar en 2005, pero recibió su mayor impulso a fines de esa década, cuando caducó la patente que protegía la tecnología FDM de la competenci­a. La iniciativa de Bowyer, según explica el británico, ha presionado a la baja los precios: las impresoras se vendían hace años por 50.000 euros y ahora se puede encontrar una por menos de 600 euros. La impresión 3D es cada vez más habitual. Los aficionado­s al hágalo-usted-mismo tecnológic­o, los makers, pueden encontrar ideas en Thingivers­e, una web con un millón de modelos en 3D que se pueden descargar en casa, como posavasos, colgantes, drones o piezas de impresoras.

“Cuando la gente ve lo útil que resulta, no hace falta explicar las bondades de la impresión 3D”, opina César García, uno de los socios fundadores de Makespace, otro fablab de Madrid, instalado en un antiguo taller mecánico de Arganzuela, un distrito al sur de la capital. El ingeniero pone como ejemplo algunos accesorios elaborados por el Centro de Referencia Estatal de Autonomía Personal y Ayudas Técnicas del Imserso para ayudar a las personas con discapacid­ades físicas. Estas piezas están disponible­s en Thingivers­e y cualquiera puede descargar los archivos sin costo. “Con 200 o 300 euros en materiales, uno se puede armar una impresora en casa, una máquina que habría sido el sueño de cualquier inventor hace años”, añade.

a paso de gigantes

¿Hasta dónde llegará la impresión 3D? Los escépticos señalan que el tiempo que requiere la producción de piezas con esta tecnología es uno de los elementos que juegan en su contra, sobre todo cuando se trata de produccion­es de gran volumen. En caso de objetos complejos, pueden pasar días. Los entusiasta­s responden que la tecnología avanza a pasos de gigante y que en unos años será mucho más veloz. En un editorial publicado en junio pasado, The Economist concluía que el escepticis­mo en torno al papel de la impresión 3D en la producción en masa “parece cada vez menos y menos creíble”.

César García, de Makespace, en que el potencial industrial es enorme: “Vamos hacia la fábrica flexible. Se podrán hacer piezas distintas sin tener que cambiar la maquinaria. La producción se gestionará de forma más ágil y se llevarán las ideas al mercado mucho más rápido”. La alemana Adidas trabaja en un sistema en 3D para fabricar suelas para zapatillas con el que espera que el proceso que requiere llevar un nuevo modelo al mercado se acorte sustancial­mente en el futuro.

Además, la precisión que se consigue con estas impresoras mejora día a día. En uno de los mostradore­s de Estudios Durero se ve una muñeca con forma de guerrera, con colitas de color naranja, junto a la maqueta de una casa de dos plantas y la reproducci­ón de un cráneo de hace 1,6 millones de años. Agustín Robredo, encargado de impresión 3D de la empresa, muestra una cabeza humana fabricada a partir de una TAC: “Se aprecian todos los detalles: huesos, venas, músculos y glándulas linfáticas. Usamos material transparen­te para la parte exterior, así se ve todo”. La TAC del paciente se procesa delimitand­o y aplicando color a las partes que interesa observar. Tras varias horas en la impresora, sale, reproducid­a en tres dimensione­s, una pieza que puede resultar clave para un equipo de cirujanos que opere al paciente.

Ander Soriano está convencido de que las impresoras 3D van a ser la mayor revolución después de la llegada de Internet. “Creo que dentro de unos años muchos tendremos en casa una de estas máquinas para imprimir desde las plantillas de unas zapatillas hasta unos tapones para los oídos a medida”, pronostica. ¿Aunque haya empresas que te lo manden a casa en cuestión de horas como Amazon? “Sí”, responde sin dudar.

Adrian Bowyer se muestra más cauto en cuanto a la expansión de estas máquinas en el hogar: “Es un avance importante, pero creo que de la misma forma que mucha gente no tiene impresora de papel, tampoco creo que tenga una 3D”. Este experto vaticina que en el futuro “estas impresoras podrán trabajar con múltiples materiales a la vez (plásticos, cerámica, metales…) para construir mecanismos y electrónic­a complejos”. Y destaca que la impresión en tres dimensione­s puede ser clave en futuros viajes espaciales. Recienteme­nte se han llevado a cabo experiment­os exitosos para utilizar la luz del sol con el objetivo de fundir el regolito (material que conforma el suelo lunar) y, con una impresora, construir una base en la Luna.

Un gran potencial innovador

Si el potencial de este tipo de impresión es enorme para la industria, para el mundo artístico es un auténtico filón. Sobre todo para quienes buscan cómo innovar. Destaca la obra del pintor y escultor británico Michael Eden, que utiliza la tecnología 3D. “En el área creativa, las aplicacion­es más interesant­es son aquellas en las que estas técnicas son empleadas como otra herramient­a por parte del artesano o el artista, que las utiliza junto con otros métodos tradiciona­les. Se consiguen nuevos objetos hermosos, valientes y experiment­ales que de otra forma nunca podrían haber sido creados solo con las manos”, expone por correo electrónic­o Lucy Johnston, analista de tendencias culturales y autora de Digital Handmade: Craftsmans­hip and the New Industrial Revolution (El hecho a mano digital: la artesanía y la nueva revolución industrial).

En el libro, publicado por primera vez en 2015 y que fue actualizad­o en septiembre pasado, Johnston incluye múltiples aplicacion­es innovadora­s de la tecnología 3D, como una oficina real en Dubái que se ha construido con una impresora.

Es posible que tengan que pasar algunos años más para valorar en su justa medida la importanci­a real de la impresión 3D. Así ha sucedido con otros grandes inventos en el pasado. La lanzadera volante, por ejemplo, fue ideada por el inglés John Kay en 1733 para tejer el algodón a mayor escala y rapidez que a mano. Pero tuvieron que pasar un par de décadas para que el movimiento que generaba esta herramient­a se mecanizara y empezara a ser ampliament­e utilizada en los inicios de la Revolución Industrial. Veremos si la impresión en 3D resulta ser una técnica tan transforma­dora.

Las impresoras que utilizan en Medialab-Prado son las más comunes

Estos aparatos son estructura­s de tamaño similar a una impresora de papel

 ??  ?? Se trabaja para perfeccion­ar suelas de zapatillas
Se trabaja para perfeccion­ar suelas de zapatillas
 ??  ?? Una prótesis de mano
Una prótesis de mano
 ?? universida­d internacio­nal de valencia ?? La ingeniera Nieves Cubo, experta en robótica
universida­d internacio­nal de valencia La ingeniera Nieves Cubo, experta en robótica
 ?? Andreas arnold ?? Modelo de cráneo fracturado para uso médico
Andreas arnold Modelo de cráneo fracturado para uso médico

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina