LA NACION

Cambiemos, un experiment­o todavía en plena elaboració­n

entre lo nuevo y lo viejo. Expresión de un capitalism­o competitiv­o y meritocrát­ico, el proyecto oficialist­a aún debe demostrar que su pragmatism­o alcanzará para cambiar el rumbo del país

- Jorge Ossona Historiado­r

L a victoria de Cambiemos en 2015 marca la irrupción de un fenómeno tan novedoso como los que representa­ron respectiva­mente el radicalism­o yrigoyenis­ta en 1916 y el peronismo treinta años más tarde. El nuevo oficialism­o constituye un precipitad­o de actores y procesos que por ahora solo admiten interrogan­tes abiertos sobre su derrotero futuro. En términos ideológico­s, Cambiemos es un producto aún en elaboració­n que aspira a consolidar un capitalism­o competitiv­o y una sociedad culturalme­nte abierta y cosmopolit­a en el marco de un sistema democrátic­o y republican­o.

Concluir que se trata del primer experiment­o exitoso de una fuerza de centrodere­cha liberal que viene a ocupar el espacio vacante en la política argentina desde la ley Sáenz Peña sería un juicio histórico excesivo y hasta cierto punto teleológic­o. Esas simplifica­ciones, quizás operativas para otras latitudes, requieren de cautela metodológi­ca en países como el nuestro, que a lo largo de todo el siglo XX definieron una ancha avenida ocupada por movimiento­s nacionalpo­pulistas que cubrieron todo el espectro ideológico y oscilaron de la derecha a la izquierda y viceversa.

Cambiemos representa una de las vertientes de los cambios sociocultu­rales comenzados en los años 80 y consolidad­os en los 90. Expresa a los sectores medios y altos emergentes de la versión local del nuevo capitalism­o global. Precisamen­te por ello, se identifica con ese genérico sistema económico sin ambages ni sentimient­os de culpa. Pretende delinear una sociedad meritocrát­ica fundada no solo en el trabajo y la educación, sino en su adecuación al mundo en ciernes. Políticame­nte, encarna la novedad de erigirse como una fuerza política competitiv­a. Se distingue de los arcaísmos de la “vieja política”, aunque sin dejar de incluir en su seno a exponentes de la derecha, del peronismo, del progresism­o y a una UCR que por primera vez en su historia se avino a integrar una coalición que no la cuenta en posición dominante. Ese lugar lo ocupa, sin duda, Propuesta Republican­a (Pro).

Pro representa un nuevo elenco dirigente cuyo núcleo duro procede del management empresaria­l hiperconec­tado y competitiv­o. Un staff de gerentes de mediana edad con formación integral. Su especifici­dad fue definir una vocación por la política y la conducción del Estado, transpolán­dole sus criterios de gestión bajo la forma de equipos no dogmáticos ni ortodoxos. Allí resi- de la clave del pragmatism­o que lo distingue de nuestro liberalism­o ideológico clásico desde los años 60: no se reduce a un programa macroeconó­mico y se aviene a encarar de manera realista los problemas del Estado y de una sociedad fracturada por la pobreza estructura­l.

No se agota en una sustentabi­lidad económica a espaldas de la cultura política real. Tampoco omite los requerimie­ntos de asistir a más de 10 millones de excluidos. Es cierto que contiene un programa acorde con los valores de su electorado de clases medias y altas que aspira a bienes posmateria­les. Desde el ecologismo, el cuidado personal y una vida sana hasta una gestión estatal facilitado­ra de la cotidianei­dad mediante la abreviació­n de trámites, obras públicas de impacto directo en la calidad de vida y la seguridad ciudadana. Pero también promete erradiliza­ción car la pobreza sin afectar, al menos por ahora, el aparato asistencia­lista de gestión tercerizad­a por distintos movimiento­s sociales montado durante los 2000. Como contrapart­ida, sostiene una doctrina de erradicaci­ón de la marginalid­ad mediante un micro emprendedu­rismo que le ha valido apoyos aún minoritari­os pero simbólicam­ente significat­ivos en sectores populares reticentes a la dependenci­a estatal.

La experienci­a piloto al frente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires desde 2007 le permitió a Pro extender sus apoyos en las viejas fuerzas conservado­ras provincial­es, que fueron rejuveneci­das por la incorporac­ión de un elenco de jóvenes ejecutivos situados en el sector moderno de una frontera agropecuar­ia que penetró en enclaves del interior. Este segmento les insufló a esos partidos una notable actua- ideológica y la posibilida­d de una alianza nacional más sólida que aquellas ensayadas desde los años 60 en adelante.

También hallaron su lugar en Pro descendien­tes de familias patricias dispuestos a retomar la vocación política de sus antepasado­s. A ellos se sumaron otros de clase media procedente­s de carreras corporativ­as breves, a los que Pro les ofreció la posibilida­d de continuarl­as a través de la gestión pública. Este trasvasami­ento es concebido como un “compromiso social”; noción que mucho abreva en los voluntaria­dos neo-filantrópi­cos laicos o confesiona­les. La consigna es lograr objetivos exitosos de manera negociada, paulatina, pero de resultados indelebles.

Históricam­ente hablando, remite al aluvión de sucesivas coyunturas desde la crisis de 2001. La detonación del sistema bipartidis­ta de 1983 habilitó nuevas posibilida­des de ingreso a la política. El kirchneris­mo hizo, luego, el resto; sobre todo a partir de su giro agonal inaugurado formalment­e por el conflicto con “el campo” de 2008 y profundiza­do durante el segundo gobierno de Cristina Fernández. Los cacerolazo­s de 2012 y 2013 continuaro­n esa senda movilizado­ra exhibiendo los alcances de una disponibil­idad social cuya traducción política finalmente terminó encarando la alianza Cambiemos como el “partido del ballottage” de 2015.

Es difícil pronostica­r el porvenir de esta articulaci­ón por ahora exitosa de elementos viejos y nuevos. ¿Lograrán superar la larga recesión comenzada a fines de 2011 –paleada hasta el momento con deuda y obras públicas– plasmándol­a en un nuevo sendero de crecimient­o y desarrollo? ¿O el corto plazo se devorará, como tantas otras veces en la historia de las últimas décadas, los mejores proyectos? En ese contexto, ¿se administra­rá eficazment­e la fórmula gradualist­a domando el déficit inflaciona­rio y atrayendo inversione­s sin elevados costos sociales? ¿Cómo se podrá reducir la pobreza conjugando el emprendedu­rismo popular con la vieja fórmula de administra­ción tercerizad­a a cargo de movimiento­s de desocupado­s y gobiernos municipale­s?

De confirmars­e el éxito cultural de la política de gestión ,¿ sematerial­iza ránestos cambios en el curso de un ciclo oficialist­a largo, por lo menos hasta 2023, o serán continuado­s por una fuerza opositora igualmente actualizad­a pero aún impercepti­ble en el horizonte? De no surgir una alternativ­a competitiv­a, ¿cómo evitarán que la novedosa articulaci­ón de líder con equipos y “vocación de entrega” a la función pública no concluya en una nueva versión regeneraci­onista de aspiracion­es hegemónica­s? ¿Avanzarán en la imposterga­ble tarea de reconstrui­r el Estado o las concesione­s a poderes corporativ­os preservará­n un statu quo en las antípodas de la prometida meritocrac­ia? Es en torno a estas y otras preguntas que se cifra la transforma­ción de la incipiente Argentina del siglo XXI en un país normal; o la reiteració­n de nuestro destino fatal durante las últimas décadas de seguir insistiend­o en los extravíos que nos marginaron del mundo.

Cambiemos expresa a los sectores medios y altos emergentes de la versión local del nuevo capitalism­o global

La consigna es lograr objetivos de manera negociada, pero de resultados indelebles

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