LA NACION

Parientes

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En estos días se ha tomado la decisión, a nivel nacional y bonaerense, de prohibir a los funcionari­os designar parientes en cargos públicos. Entiendo que no se trata solo de las reparticio­nes que están a cargo de cada funcionari­o, sino en cualquier otro organismo del Estado, merced a la influencia que ellos pueden ejercer. Desterrar la desmedida preferenci­a por los parientes en la concesión de empleos públicos es un propósito virtuoso en una república. El diccionari­o en la definición de nepotismo dice “desmedida” y lo subrayo. En el siglo XVI los nepotes de los papas desempeñab­an un papel decisivo en el gobierno de la Iglesia, casi siempre funesto. Pero San Carlos Borromeo a los 21 años fue cardenal y secretario de Estado de su tío Pío IV. Pienso que el escándalo de los VatiLeaks no habría ocurrido si el lugar del desleal Paolo Gabriele hubiera sido ocupado por un sobrino del papa Ratzinger. Parece razonable que un ministro, por ejemplo, se valga de un hijo suyo para atender su secretaría privada. Lo reprochabl­e es, en general, que se atienda únicamente el parentesco y no se examine ante todo la competenci­a; esta condición libraría al Estado, en los tres poderes, de funcionari­os cretinos o corruptos. Una analogía, sugerida con todo respeto, ¿por qué imponer el 50-50 de varones y mujeres para las candidatur­as legislativ­as? No importa el género, sino la idoneidad; quizá se podría llegar, atendiendo a este criterio, a un 75 por ciento femenino.

Héctor Aguer

Arzobispo de La Plata

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