LA NACION

EE.UU. arremete contra China

- Andrés Oppenheime­r @oppenheime­ra

D espués de décadas de minimizar el tema, Estados Unidos ha decidido enfrentar públicamen­te a China por su creciente influencia en América Latina. El problema es que le va a ser muy difícil al presidente Trump ganar amigos en los países latinoamer­icanos si constantem­ente los insulta.

En un discurso sobre asuntos latinoamer­icanos del 1º de febrero, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Rex Tillerson, acusó a China de estar tratando de “llevar a la región a su órbita”, y dijo que “América Latina no necesita nuevos poderes imperiales”.

Además, en un cambio importante en la política de Estados Unidos hacia América Latina, Tillerson afirmó que la doctrina Monroe –una política estadounid­ense del siglo XIX que advertía a las potencias extrarregi­onales que no se entrometie­ran en América Latina– es “tan importante hoy como antes”.

El gobierno de obama había declarado obsoleta la doctrina Monroe. La doctrina había sido invocada por los Estados Unidos para justificar intervenci­ones militares en el siglo XIX y principios del siglo XX, aunque en las últimas décadas venía siendo interpreta­da de formas más benévolas.

En su discurso, Tillerson dijo que América Latina es “una prioridad para Estados Unidos” y que “tenemos una oportunida­d histórica” para mejorar las relaciones hemisféric­as. Sugirió que, a diferencia de China, “no buscamos acuerdos a corto plazo con retornos desequilib­rados” en la región.

No hay duda de que China está ganando terreno en América Latina. Mientras que en el año 2000 el 50 por ciento de las importacio­nes totales de América Latina venían de Estados Unidos, ese porcentaje ha bajado a solo el 33 por ciento en la actualidad. Mientras tanto, las importacio­nes de China han crecido del 3 por ciento del total de las importacio­nes latinoamer­icanas al 18 por ciento durante el mismo período, según un estudio del Banco Interameri­cano de Desarrollo.

Pero lo que Tillerson no dijo –ni dirá– es que Trump tiene una gran parte de la culpa del empeoramie­nto de las relaciones bilaterale­s desde que asumió la presidenci­a. El nivel de aprobación de Trump en la región, en una escala de 0 a 10 puntos, es de un mínimo histórico de 2,7, según una encuesta reciente de Latinobaró­metro.

El discurso conciliato­rio de Tillerson contrastó mucho con la sombría visión de Trump de América Latina como una región que produce drogas, criminales y violadores.

El proyecto favorito de Trump es un muro fronterizo, que rutinariam­ente justifica con una narrativa que demoniza a los inmigrante­s mexicanos y centroamer­icanos co- mo personas que traen el crimen y las drogas a los Estados Unidos. En el mundo de Trump, pareciera como que no existen los inmigrante­s latinoamer­icanos buenos.

Hace poco, Trump twitteó –falsamente– que México es el país más peligroso del mundo. Y fue escuchado diciendo que El Salvador y Haití son “países de mierda”. Esa no es una buena receta para mejorar los lazos con América Latina.

Además, Trump se ha retirado del Acuerdo Comercial Transpacíf­ico, amenaza con retirarse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con México y Canadá y ha ordenado la deportació­n de cientos de miles de refugiados salvadoreñ­os y haitianos.

Mientras Trump insulta a América Latina, los chinos la cortejan. El presidente chino, Xi Jinping, ha visitado la región tres veces en los últimos cuatro años, mientras que el presidente Trump no ha puesto un pie en la región.

Asimismo, el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, realizó dos viajes a América del Sur durante los últimos 15 meses, mientras que Tillerson recién está realizando su primer viaje a la región esta semana.

No es de extrañar que el canciller chileno, Heraldo Muñoz, me dijera el mes pasado que “hay un vacío de liderazgo” de Estados Unidos en América Latina y que “China se ha aprovechad­o de esa oportunida­d”.

Si Tillerson realmente quiere mejorar sus lazos con América Latina, debe decirle a su jefe que proponga una agenda positiva para la región y deje de insultar a su gente. Si Trump llama a sus vecinos “países de mierda” y amenaza con retirarse de los acuerdos comerciale­s, no debería sorprender­se si los países de la región reciben a los chinos –siempre sonrientes– con los brazos abiertos.

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