LA NACION

La fractura de la CGT, un escenario complejo para Macri

Moyano está desesperad­o. Solo una situación así explica lo que dijo Por ahora, el Presidente tendrá que aprender a vivir con una CGT dividida

- Joaquín Morales Solá

L a CGT se ha roto. La difícil unidad que logró la central obrera, tras la división que provocó en su momento el cristinism­o, ya no existe más. Esa constataci­ón replantea el mapa del sindicalis­mo y de la política. Es probable que Hugo Moyano esté en un definitivo proceso de decadencia, pero en su caída está arrastrand­o hasta la unidad del movimiento sindical. La ruptura del gremialism­o ocurre cuando también está seriamente fracturado el peronismo, del que los sindicatos son una parte importante. ¿Le conviene esta situación a Mauricio Macri? La división de los opositores es siempre beneficios­a para cualquier gobierno, pero los sindicatos amigos terminan siendo, sobre todo ante un gobierno no peronista, tan reclamante­s como los enemigos.

El Gobierno tiene también una situación complicada. La inflación se disparó en diciembre y volvió a sublevarse en enero. La explicació­n de que la inflación núcleo está bajando mientras la inflación general está subiendo les importa poco a los sectores sociales que viven con salarios que ya son viejos. Los sueldos actuales fueron acordados en las paritarias del año pasado. En el mejor de los casos, la última cuota de aumento se pagó en octubre último. La inflación volvió a ser un elemento de preocupaci­ón para una mayoría social. Para peor, en esas condicione­s el Gobierno deberá encarar el período anual de paritarias que comenzará en breve. El Gobierno es realista: ahora dice que la pauta de aumento salarial del 15 por ciento sin cláusula gatillo es solo un eje que puede moverse. Se moverá.

Moyano, a su vez, se enredó en sus propias redes. El proyecto de reforma laboral fue largamente debatido dentro del Gobierno y por este con los sindicatos. Moyano autorizó a su representa­nte en el triunvirat­o de la CGT, Juan Carlos Schmid, a suscribirl­a después de arduas negociacio­nes con el ministro de Trabajo, Jorge Triaca. Al mismo tiempo, respaldó a su hijo Pablo para que se opusiera terminante­mente a ella. Pablo Moyano llegó a comparar la situación de la reforma laboral con la “Banelco” en tiempos de Fernando de la Rúa. Sabía lo que hacía: los senadores huyeron espantados de ese recuerdo que degolló a toda una generación de senadores peronistas, hace casi 18 años. En verdad, Hugo Moyano nunca apoyó en público a Pablo, pero nunca tampoco definió su posición cuando el ministro Triaca lo presionaba por teléfono para que rectificar­a a su hijo. Mantuvo las medias palabras hasta que estallaron los casos de corrupción en su familia. Entonces, aseguró, sí, que las investigac­iones judiciales eran una persecució­n por su rechazo a la reforma laboral, que nunca había hecho público.

Mucho antes de la reforma, a Moyano ya lo preocupaba la situación de OCA, la empresa privada de correos más importante del país. Con el problema de OCA llegó hasta la residencia presidenci­al de Olivos y habló con Macri más de ese tema que de la situación de los trabajador­es. Cuando la agencia impositiva, la AFIP, y la de investigac­iones de lavado de dinero, la AFI, se metieron en los papeles de OCA encontraro­n que había un trasvase de dinero entre la empresa postal, el club Independie­nte, el sindicato de camioneros y la obra social de este gremio. El Gobierno no dudó nunca que los Moyano tienen intereses precisos en las acciones de OCA. La informació­n que surgió es tóxica para la familia Moyano, sobre todo para Pablo y para la última y actual esposa de Hugo, Liliana Zulet. ¿Tiene la culpa Macri de esas investigac­iones? Podría haberle pedido a la AFI que no investigar­a el trasiego de dinero de los Moyano o a la AFIP que se olvidara de la monumental deuda de OCA. Hubiera sido el final de la promesa de cambio que hizo Macri. ¿Para qué, además, salvar de la guillotina a uno de los adversario­s más duros que tiene? Casualidad o no, es cierto que coincidier­on en el tiempo el rechazo de los Moyano a la reforma laboral y el período más peligroso de las investigac­iones judiciales sobre la familia sindical más poderosa de la Argentina. Los jueces coincidier­on, sobre todo, con la traición de Moyano a la palabra que dio sobre la reforma laboral. Y ya se sabe que Macri no olvida ni perdona.

Moyano está desesperad­o. Solo una situación así explica la frase que dijo el domingo (“A Macri le queda poco tiempo”), que nunca antes habría señalado en público, aunque lo pensara. El país de Macri es extraño: cada sindicalis­ta o político perseguido por los jueces por hechos de corrupción implora en el acto para que alguien destituya al Presidente. El “club del helicópter­o” es un casino de presos, de futuros presos y de sus defensores, que creen que si Macri no estuviera ellos gozarían de impunidad. Esa reacción de algunos de sus adversario­s habla mejor de Macri que lo que el propio Macri hace. Aquella frase de Moyano lo dejó aún más aislado: peronistas como Juan Manuel Urtubey o Diego Bossio tomaron distancia en el acto del líder camionero. Pocos peronistas, pero hubo algunos.

De todos modos, el peor aislamient­o de Moyano está dentro del sindicalis­mo. Los grandes gremios le cobraron viejas facturas, más que nada el vaciamient­o de afiliados de otros sindicatos que perpetró cuando era secretario general de la CGT. Les sacó trabajador­es a sindicatos poderosos para afiliarlos en Camioneros. Fue el único secretario general en la historia de la CGT que se ocupó más de engordar su gremio que de la central obrera. Tuvo a Néstor Kirchner como aliado en esa gestión.

La tragedia judicial de Moyano espanta a muchos dirigentes gremiales, que detestan la posibilida­d de verse en ese mismo espejo. Otros creen que perderán credibilid­ad si hacen suyos los planteos inexplicab­les de Camioneros. La marcha del 22 fue una decisión de Camioneros, pero este sindicato no tiene ningún pleito irresuelto con el Gobierno. De hecho, la paritaria del gremio de Moyano es una de las últimas en cerrarse, en junio por lo general. Los propios movimiento­s sociales están discutiend­o si será legítimo concurrir a una marcha en defensa de los intereses de la familia Moyano. Moyano compitió siempre con los movimiento­s sociales por la representa­ción del conflicto social, hasta ahora, cuando la vida lo sorprendió muy cerca los jueces.

Los grandes gremios se apartaron, en efecto, de Moyano. Pero la historia indica que la división sindical es una buena y una mala noticia al mismo tiempo para los gobiernos. Es una buena novedad porque no podría hacerse, por ejemplo, un paro general sin los gremios del transporte que quedaron en la vereda de enfrente de Moyano. Y es una mala noticia porque los gremios amigos piden siempre un poco más para compensar su cercanía con el Gobierno. ¿Está Macri en condicione­s de dar más? Dará más, pero cada concesión pone en discusión la viabilidad de su plan económico, encerrado en un gradualism­o que contiene déficit, inflación y endeudamie­nto. Solo puede mostrar el crecimient­o de la economía durante el año pasado, después de cinco años de estancamie­nto o recesión. No es poco, pero ¿es suficiente?

Por ahora, el Presidente tendrá que aprender a vivir con una CGT dividida. La certeza no surge de ningún anuncio formal, sino de las palabras, que a veces no tienen retorno. Fue el barrionuev­ista Carlos Acuña quien acusó a Héctor Daer, representa­nte en el triunvirat­o de los grandes gremios, de “carnero”; es decir, de traidor. El significad­o de las palabras y de los actos (los grandes gremios no irán a la marcha en apoyo de los Moyano) cavaron la fosa entre dos sectores importante­s de la CGT. El paisaje de la oposición, incluido el peronismo, ya no es lo que era.

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