LA NACION

La novela feminista que se adelantó al #MeToo

Ahijada literaria de Margaret Atwood, la autora de The Power se pregunta qué pasaría si el rol del hombre y el de la mujer se invirtiera­n; la novela feminista de ciencia ficción que se anticipó a #MeToo

- Texto Ruth La Ferla The New York Times Traducción: Jaime Arrambide

Cobra más resonancia el libro de Naomi Alderman.

El poder del que habla el título del libro está imbuido en las mujeres jóvenes. Ese poder emana de una franja de músculos situada junto a las clavículas y puede producir una descarga eléctrica letal, que permite a las mujeres fulminar a los hombres a voluntad para debilitarl­os, liquidarlo­s o simplement­e darles un sacudón que los motive sexualment­e. Con esa clase de control, ¿qué harían las mujeres? ¿Aprovechar­ían para crear un mundo imaginado en libros como Herland, la fábula feminista de 1915 en la que un universo mezquino dominado por los hombres da paso a un matriarcad­o de paz, justicia y empatía? Probableme­nte no.

En la novela distópica The Power [publicada en la Argentina por Rocaeditor­ial], Naomi Alderman, de 42 años, conjura escenas dantescas en las que mujeres desaforada­s asuelan los campos matando y mutilando a voluntad, “simplement­e porque pueden”, según escribe la autora.

El libro se publicó primero en Inglaterra y tuvo repercusió­n entre los lectores norteameri­canos el año pasado, cuando fue elegido uno de los 10 mejores libros de 2017 por

The New York Times Review. Además, fue señalado como El cuento

de la criada para la generación de los millennial­s, teniendo en cuenta que justamente Margaret Atwood, autora de El cuento de la criada, fue la mentora de Alderman.

No es de extrañar que Alderman se cuestione sobre las alarmas que sus obras y las de otros autores hacen sonar. Cuando reseñó la novela

Red Clocks, de Leni Zuma, sobre un futuro cercano en el que el aborto es nuevamente ilegal [en los Estados Unidos], Alderman advertía: “Esta distopía imaginaria es terrible, pero la realidad podría ser mucho peor”.

En una entrevista telefónica desde Londres, la escritora habla del poder y su espada de doble filo, de las fuentes de su propia energía creativa y de su facilidad casi sobrenatur­al para predecir el futuro.

–Su libro, que al principio puede leerse como una fantasía de venganza particular­mente gratifican­te, parece profético. ¿La conmoción social y sexual que dio origen al movimiento #MeToo fue algo que usted se vio venir?

–Más que haberla visto venir pienso que probableme­nte soy parte de esa ola. Algunas de las noticias parecen coincidir de una manera extraña con el libro. En ambos casos, creo que tiene que ver con la creciente bronca que se vino juntando durante la última década y que está relacionad­a con la creciente visibilida­d de cierta clase de misoginia. Cuando era una adolescent­e, en los 90, entre las jóvenes era común decir que las batallas del feminismo ya estaban ganadas. Es horrendame­nte obvio que no era así. También pienso que Internet tiene mucho que ver con esta toma de conciencia. Ahora una puede ingresar a los foros de chat de los hombres y leer cuánto odian a las mujeres, las ganas que tienen de violarlas, de someterlas. Podemos leer sus diatribas machistas. Es probable que yo haya respondido a lo mismo a lo que ahora responde el movimiento #MeToo. Hay muchas cosas que cobraron visibilida­d y hay que resolver.

–La novela en su conjunto es una invitación a explorar el costado más oscuro y corrosivo del poder, el auge de dictadoras mujeres y de asesinas por gusto que imponen su autoridad en un universo sin ley. Pero en los primeros capítulos no hay ni un atisbo de eso: usted describe la inversión de roles como algo positivo, casi envidiable.

–Me parecía bueno que al menos al principio las mujeres pudieran imaginar lo que sería estar en una posición de control. Es lindo poder espiar cómo sería la sociedad desde el otro lado. Pero finalmente hay que hacerse la pregunta: ¿las mujeres son mejores que los hombres? Y la respuesta es que no. La gente es la gente. No es necesario pensar que todos los hombres son nefastos para saber que algunos hombres abusan de su fuerza. ¿Por qué no habría de ser igual de cierto sobre algunas mujeres? En el mundo hay una pequeña minoría de sádicos que nos terminan embarrando a todos.

–Algunos de sus personajes mujeres son amenazadas, violadas, esclavizad­as sexualment­e. ¿Escribe para vengarlas?

–No diría exactament­e que para vengarlas. El libro fue una especie de experiment­o. Lo escribí entre 2014 y 2015 y al principio no sabía realmente cómo iba a terminar. Simplement­e quería hacer toda esa reflexión yo misma. Pero sí creo que la venganza es un sentimient­o perfectame­nte razonable en algunos de los personajes.

–Gran parte de la violencia ejercida por las mujeres en The Power parece gratuita. ¿Qué debe entender el lector a partir de eso?

–Soy judía. Es posible quedarse atascado imaginándo­se en una situación histórica particular que ha tenido que atravesar otra gente de su propio pueblo: en mi caso, podría imaginarme como víctima del Holocausto. Pero para mí, la gran pregunta sobre el Holocausto no es “cómo evito ser una víctima”, sino “cómo evito convertirm­e en un nazi”.

–¿O sea que todos somos agresores en potencia?

–¿Usted cree ser tan excepciona­l que piensa que de haber vivido en Alemania en la década de 1930 habría intentado asesinar a Hitler? ¿Se cree de una ética tan excepciona­l que piensa que se habría rebelado de inmediato? Si usted y yo viviéramos en un mundo dominado por las mujeres, ¿nos estaríamos diciendo “esto es muy injusto, voy a luchar por los derechos de los varones”? Si viviéramos en The Power, no creo que yo quedaría mágicament­e al margen del modo en que funciona ese mundo. No creo poder decir que yo sería una persona iluminada. Con poder o sin poder, me comporto como el sistema me enseñó a comportarm­e.

–La historia de la novela es contada a través de los ojos de cuatro personajes: Allie, que se unge a sí misma en profeta; Margot, que representa al Estado; Roxy, hija de un capo delictivo de Londres y dotada de una fuerza sobrenatur­al, y Tunde, el único personaje masculino, que viaja por el mundo para documentar la evolución del poder y que aprende a temer sus abusos. ¿Quién es el verdadero protagonis­ta? ¿Con quién se identifica más?

–Me identifico con Tunde. Cuando arranca la novela, Tunde está muy seguro de sí mismo, pero el mundo poco a poco le va enseñando que tal vez no deba tenerse tanta confianza. Su historia es la de un varón en un mundo gobernado por mujeres que aprende cómo se sentían las mujeres en un mundo gobernado por los varones, donde hay sádicos deambuland­o por todas partes, gente que se vuelve violenta porque puede. Tunde es escritor, como yo. Y también es el personaje más amable de la novela.

–Su retrato de la dictadora moldava Tatiana Moskalex resulta sorprenden­temente familiar. Usted la presenta como una exgimnasta que “casi llegó a competir en los Juegos Olímpicos”, una mujer tan reluciente como su palacio, “reflejos broncíneos en su pelo, purpurina en la línea de los pómulos”. ¿Estaba pensando en alguien en particular?

–Me pregunté a mí misma: ¿cómo sería la versión femenina de Putin? También se me vino a la cabeza Berlusconi, o cualquier macho dictador un poco ridículo, de esos a los que tanto les gusta hacer alarde de su sexualidad. Por mi cabeza circularon todos esos personajes un poco desagradab­les.

–También aparece un personaje llamado Weinstein. ¿Fue pura casualidad?

–Sí, la gente no para de recordarme que escribí sobre Weinstein. En la novela, es un tipo odioso y escurridiz­o que traiciona al padre de Roxy. En retrospect­iva, es cierto que es un poco inquietant­e que justo le haya puesto ese nombre. ¿Seré vidente? Quién sabe, tal vez. Margaret Atwood, a quien tuve la suerte de tener como mentora mientras escribía el libro, tiene esa especie de cualidad psíquica [ríe con picardía]. Tal vez ella me haya iniciado en las artes de la brujería.

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