Galarza. Entre el lodo y la falta de alimentos
HITO UNO, Salta (De un enviado especial).– Eran las dos de la mañana del sábado cuando el agua empezó a llegar de golpe. En ese momento, Tito Antero Galarza, de 57 años y vecino de Hito Uno, una localidad salteña ubicada en el límite con Bolivia, no podía saber que por la crecida frenética del río Pilcomayo dos defensas cercanas habían cedido y se había producido un violento desborde. En pocos minutos, el agua comenzó a crecer vertiginosamente. Galarza no lo dudó. Reunió al instante a su mujer y a sus seis hijos, y en medio de la noche cerrada se los llevó a una zona alta del monte, poblada de algarrobos, tipas y chañares. Pero también de víboras yararás, arañas y alacranes, que, como ellos, buscaban las zonas altas huyendo del agua.
Guiados por una linterna mortecina y la luz de un teléfono celular, los Galarza alcanzaron un lugar elevado. Allí pasa- ron la noche, acostados sobre la tierra. Por la mañana volvieron a su hogar.
Las calles se habían convertido en ríos turbulentos de agua amarronada. Vieron cómo un vecino trataba sin éxito de dominar un bote arrastrado por la correntada, mientras otra persona intentaba vanamente subirse a la embarcación. Su cabeza se hundía, salía a la superficie y se volvía a hundir. Hasta que los perdió de vista en un recodo de la calle.
Apenas a cien metros de la casa de los Galarza hay un destacamento de Gendarmería que custodia la frontera. Pero los efectivos habían sido evacuados por un helicóptero y el puesto quedó vació.
Con el paso de las horas el agua empezó a bajar. Y cuando terminó de irse, el pueblo quedó convertido en un lodazal. Se habían cortado la luz y el agua, que volvieron tres días después.
Con la catástrofe, surgió otra contingencia inquietante: debido a que los comerciantes locales habían cerrado sus negocios para evacuarse, los alimentos pronto escasearon. “Hoy (por el miércoles) ya nos quedamos sin comida”, dijo angustiado Galarza, que mascaba nerviosamente hojas de coca.